No ver o no querer ver la realidad no significa que no exista. Se puede cerrar los ojos ante la verdad, pero eso no nos libera a nadie de sufrir sus consecuencias. Cada día me doy más cuenta de que hay mucha gente que elige conscientemente la ignorancia, gente con miedo a saber la verdad; hasta el punto de que muchos prefieren vivir en la mentira y aceptarla como cierta. Se puede entender desde la perspectiva de que la verdad a veces es enormemente dura; sin embargo, es estúpido evitarla o negarla, porque si existe alguna esperanza, siempre pasa por reconocer lo que está mal, para sanarlo o repararlo.  Esto ocurre en todos los ámbitos y en muchísimas circunstancias de la vida. Pero hoy me quiero centrar en una realidad escondida, tapada, obviada, negada, ignorada de manera consciente y canalla, que es la del sufrimiento infinito que viven los animales de la industria alimentaria, especialmente de la industria cárnica.

Si la especie humana es tremendamente depredadora y maltratadora de los animales, y, como decía Shopenhauer, los humanos somos demonios para los seres de otras especies, el maltrato que se les ocasiona a los animales en la industria se lleva, con creces, la palma. Muy especialmente en las llamadas macrogranjas, la terrible e inhumana alternativa que va desplazando a la ganadería tradicional, a favor de esta nueva industria que comercia de manera terrible con la agonía ajena, sin ningún tipo de compasión. Dice Paul McCartney que si los mataderos tuvieran paredes de cristal, todos seríamos vegetarianos. Pero no sólo no son de cristal sino que es realmente difícil captar imágenes de lo que ocurre dentro de esas paredes, que es mucho más monstruoso de lo que nos podemos imaginar, y que se puede comprobar en vídeos grabados en investigaciones de Greenpeace y de diversas organizaciones animalistas, como Igualdad Animal.

Tal es el interés de negar  lo que ocurre tras esas espantosas paredes que determinados sectores económicos, políticos y sociales, justamente esos que obtienen algún beneficio de la legitimación de la crueldad y del maltrato, como el lobby cárnico, afirman que las macrogranjas no existen. Así lo hemos podido percibir con claridad por parte, hablando del rey de roma, del n, una de cuyas representantes, la portavoz de agricultura, afirmaba hace unos días en una rueda de prensa en Palencia que “no existen las macrogranjas”, por su puesto, en aras de sus intereses y de los intereses de sus afines.

Las macrogranjas no sólo existen, sino que las más de 3.000 grandes explotaciones intensivas sólo de porcinos en España se han convertido en el principal problema ambiental en nuestro país. España se ha convertido en la gran fábrica mundial de cerdos, valga la redundancia. De 2007 a 2020 los sacrificios de estos animales se han incrementado casi un 40%. La UE ha llevado a España ante la justicia porque incumplimos los límites de contaminantes en el agua y en el aire provenientes de los desechos agroganaderos. España incumple los límites de emisiones de amoníaco a la atmósfera por el mismo motivo. Y sólo en 2020 se han sumado 99 millones de kilos de metano liberados al aire, lo cual, según los expertos en medio ambiente, es una verdadera barbaridad.

Greenpeace ha respondido a esta negación por parte de la derecha colocando en la Gran Vía madrileña una lona gigante con el siguiente mensaje: Las macrogranjas no existen, pero cerradlas; como inicio de una campaña con la que pide a la clase política responsabilidad para acabar con este gravísimo problema que provoca un enorme incremento de emisiones contaminantes, que envenena las aguas, que contribuye a la ruina económica de los pequeños agricultores y ganaderos, que acelera el despoblamiento rural y que maltrata de manera soez a los animales que nos alimentan.

Algunos dicen que este tema se ha politizado; yo opino, sin embargo, que este tema, como cualquier otro tema de maltrato animal, es un tema profundamente político, y afortunadamente el ministro Garzón le ha dado, por fin, visibilidad. Porque ignorar y justificar la crueldad, permitirla, justificarla y obviar el perjuicio que ello conlleva a todos los niveles es un asunto público que nos concierne a todos; así como es una asunto político de fondo cualquier tipo de trata o de explotación, porque, como dice la activista Alice Walker, ni los animales han sido creados para ser explotados por las personas, ni los negros para serlo por los blancos, ni las mujeres para serlo por los hombres.

Aunque, en mi opinión el mayor problema de todos es el moral. En palabras de Shopenhauer, el cristianismo ha limitado su moral a los hombres, dejando a los animales sin derechos. Y dice Milan Kundera que no hay seguridad alguna de que, como dicen los cristianos, Dios haya confiado al hombre el dominio sobre los animales, sino más bien parece que el hombre inventó a Dios para convertir en sagrado su abuso y su dominio sobre ellos. Por todo ello y por mucho más estamos obligados, política, social, cultural y moralmente a no permitir ese tipo de explotaciones ganaderas que vulneran todos los códigos y que están concebidas para que unos cuantos industriales y políticos hagan dinero fácil sin importarles las consecuencias ambientales, ni la vida ni de los animales ni de las personas. Por más que la derecha voraz niega que existen.