Para los que amamos la palabra y nos dedicamos, con mejor o peor fortuna, al oficio de plasmarla por escrito, el 23 de abril, es sin duda un día grande y a festejar siempre. Tradicionalísima fiesta, además, en algunos lugares como Aragón y Cataluña y, de forma especial en Barcelona, la festividad de Sant Jordi aúna santo patrono, festividades regionales, tradiciones arraigadas, y la celebración del libro. En España es una tradición tan potente y arraigada que, aunque se trató de copiar en NY, no ha tenido el calado que en Madrid o Barcelona, y es sólo comparable con el amor que se le profesa a la literatura y el fenómeno que supone en México, en especial en la ciudad de Guadalajara y su Feria del Libro. Irónico resulta pensar que se festejan las defunciones gloriosas de Miguel de Cervantes, el Inca Garcilaso y William Shakespeare, justo en un año en el que, entre las muchas anomalías ocasionadas por la Pandemia del Covid19 y el estado de Alarma, no se podrán celebrar los actos oficiales ni oficiosos al respecto.

Las redes sociales se han convertido en escaparate y parada de los lectores con los autores de su gusto, como viene proliferando desde que comenzara el necesario confinamiento. No son buenas noticias para el sector del libro, en especial para las librerías, que ya se mueven para tratar de no sucumbir a los efectos colaterales económicos de la enfermedad, en unas fechas en las que se factura entre el 40 y el 60% de lo que se factura en todo el año. Iniciativas como el "chequelibro", que no es más que reservar por internet y en las páginas de las librerías libros para cuando se puedan abrir, o comprarlos directamente en las que permiten los envíos por correos y mensajería, intentan apaciguar a un sector muy golpeado en general, y ahora en particular, por la coyuntura. Los autores hemos perdido también conferencias, lecturas, ciclos y presentaciones, además de contratos que estaban en negociación o libros previstos que se posponen  no se sabe para cuándo. Contra la adversidad nos esforzamos, a pesar de nuestras pérdidas personales y profesionales, en poner buena cara a este mal tiempo, con lecturas, recomendaciones de clásicos o autores contemporáneos por las rrss, como están haciendo prácticamente todas las editoriales grandes o pequeñas como Planeta, PenguinRandomHouseMondadori, Alfaguara, Roca editorial, Anaya, SM, y prácticamente todas sin excepción. Sus autores, bien por las iniciativas editoriales, bien de forma individual, estamos tratando de acompañar y animar con nuestro trabajo a los solitarios lectores, o a los que, en este momento, se están reincorporando a la lectura o incluso descubriéndola. La Agencia Literaria Editabundo, por ejemplo, con Pablo Álvarez y David de Alba a la cabeza, están llenando sus redes y páginas oficiales de lecturas, entrevistas y recomendaciones como las de Félix Sabroso, Jorge Pozo Soriano, María Estévez, Marta López Luaces, Eugenia Rico, Iván Gilabert, Elene Lizarralde, entre otros muchos. 

Escribió el "príncipe de las Letras Castellanas", el nicaragüense Rubén Darío, al que yo dediqué mi novela "La Princesa Paca", que "el libro es fuerza, es valor, es alimento; antorcha del pensamiento y manantial del amor". No es mala reflexión, ni son malas perspectivas para nuestra lengua y cultura, a pesar de los virus, de la economía, y de la falta de estímulos para sus profesionales e industria, en momentos en los que hay quien asegura que el español y su legado se impondrán en el mundo. Varios lingüistas argumentaban hace ya unos años en las páginas de The International HeraldTribune que la lengua inglesa domina el globo terrestre, en calidad de idioma de comunicación universal, como ninguna otra lengua lo ha hecho en la historia, y que "Nunca será destronada como reina de las lenguas". Los expertos reconocen, sin embargo, que al igual que le sucedió al latín, el inglés se está fragmentando y podría seguir su destino de desaparición, y que hay más hablantes nativos de chino, español o hindi. Está claro que al fin y al cabo, tanto los estudiosos como el medio son ingleses, y que arrimaban el ascua a su sardina.

El avance cultural español es ya una realidad demográfica, lingüística e intelectual, por mucho que le pese al indescriptible Trump, y el inglés puede que no sea la primera lengua reinante, destronada. No hay muros que frenen una cultura tan rica y fecunda. Gracias a los hermanos de la otra orilla, a Hispanoamérica,  y a los esfuerzos desde esta, a día de hoy, en el Imperio de la lengua española sigue sin ponerse el sol. Nuestro deber es servirla bien, cuidarla, y hacerla crecer, a salvo de quienes la manosean, porque sobrevivirá  a la pandemia, y a nosotros.