Mucha gente -en España y en otros países europeos y no europeos- está ciertamente indignada y muestra su lógico malestar cargando contra los gobernantes o, en general, las autoridades de todo género. Ha perdido la gente de a pie, con razón o sin ella, la confianza en quienes nos gobiernan. Los ejemplos son conocidos y van desde José Luis Rodríguez Zapatero a Yorgos Papandreu.

Intestabilidad lamentable
No debe, al respecto, menospreciarse lo acontecido no hace tanto en Portugal con el cambio de Gobierno -de la izquierda hacia la derecha- o en Dinamarca en sentido contrario. O, ahora mismo, en la Italia de Berlusconi, a punto de caer il Cavaglieri cuando parecía casi imposible que eso pudiera acontecer. Nicolás Sarkozy está en el alero y Angela Merkel baila en el trapecio de los länder. La inestabilidad está lamentablemente de moda y, si no, que alguien le pregunte por su futuro político a Barack Obama.

Tiempo de vacas flacas
La Monarquía, en el contexto descrito, ha empezado a desdibujarse paulatinamente. En este tiempo agrio y de vacas flacas resulta además que para el Rey tampoco pasan los años en balde. Proyecta una imagen más propia de una estación término o jubilación que de un Rey capaz de ilusionar al personal. No olvidemos, en todo caso, que una buena parte del núcleo duro de los ciudadanos partidarios de la Monarquía se identifican como juancarlistas y no como monárquicos convencidos.

Discursos hueros
Por otra parte, ni el Rey ni la Casa Real, para entendernos, han promovido escasas iniciativas sólidas que modificaran en profundidad su imagen, mezclándola con la de la ciudadanía. Sus discursos contienen, aunque estén escritos más o menos bien, demasiadas frases hechas y de compromiso. La Monarquía parlamentaria y democrática –como la española- es simplemente un símbolo porque la Constitución establece que el Rey reine pero no gobierne. Los millones de ciudadanos castigados por la crisis se rebelan por los bajines o en voz alta contra unos símbolos que, de hecho, les sirven más bien poco. El príncipe heredero, Felipe de Borbón, con un bagaje intelectual considerable y un cordial trato personal, debería haberse ahorrado el comentario hecho a una joven republicana que le había interpelado críticamente. Dijo el príncipe a modo de despedida: “Ya tienes tu minuto de gloria”.

Lo más grave a día de hoy
Pero lo más grave para la Monarquía es, a día de hoy, el caso Urdangarín. Es ahora, precisamente ahora, lo que más puede contribuir a que algún día leamos de nuevo el artículo publicado el 15 de noviembre de 1930 en el diario El Sol, en primera página, redactado por José Ortega y Gasset y titulado “Delenda est Monarchia” [“La Monarquía ha de ser destruida”]. Ortega y Gasset lo escribió desde una dimensión política, contra la dictablanda del general Berenguer, al que protegía el Rey Alfonso XIII. En la actualidad el argumento más peligroso para la Monarquía sería la dimensión ética.

El objetivo principal
Durante años, el objetivo principal de periodistas y políticos democráticos fue, entre otras cuestiones, consolidar la Monarquía parlamentaria. Sobre todo después del 23-F. No se trata ahora de mirar hacia atrás. Pero es evidente que la presunta implicación de Iñaki Urdangarin en desvío de dinero público debe ser abordada de forma impecable. Buscar atajos equívocos no conducirían más que a empeorar la situación.

Encomiable esfuerzo
El Rey ha cumplido con encomiable esfuerzo su apuesta por la democracia. Esa decisión le favoreció y nos favoreció a la inmensa mayoría de los ciudadanos. Pero no parecen tan claros y tan nítidos ciertos episodios protagonizados por amigos y amigotes de La Zarzuela, como reveló en un libro hace años José García Abad, presidente de El Siglo y colaborador de ELPLURAL.COM. Por allí rondaron personajes con pocos escrúpulos que terminaron siendo huéspedes obligados de varias prisiones. Unos murieron. Otros están vivitos y coleando.

Golpe de timón
En el ocaso de su reinado, Majestad dé un golpe de timón, enderece el rumbo y exija la más democrática fiscalización de la Casa Real. El caso Urdagarin únicamente tiene dos salidas: la total absolución sin margen para la duda o el cumplimiento de la condena con todo el peso de la ley. Caiga quien caiga. Y si no se hace, la que podría caer sería la Monarquía. Los juancarlistas lo lamentaríamos. Pero apoyaríamos de inmediato la III República.

Enric Sopena es director de ELPLURAL.COM