Es curioso cómo funciona la interacción del lenguaje y la mente humana; bueno, es más exacto decir que es curioso cómo funciona esa interacción en algunas mentes humanas, porque es evidente que muchas no funcionan bien, o, directamente, no funcionan. Y siento dejar tan en evidencia mi ironía y mi espíritu crítico, que ya sé que en estos tiempos que corren, mucho más que en otros tiempos, el criticismo está criminalizado, o penalizado, o, cuanto menos, muy mal visto. Y así las cosas, cada día voy entendiendo  más y mejor el sarcasmo de Quevedo, o la ironía de Larra o el esperpento de Valle-Inclán.

La interacción entre el lenguaje y el pensamiento es contundente; de tal manera que pensamos igual a cómo nos expresamos, porque finalmente el lenguaje es la expresión verbal de las ideas, pero también las ideas a veces se construyen a través de las palabras. Y suele ocurrir que cuando nos encontramos con una idea o una palabra nuevas a veces se despierta algo en nuestra mente, como un pilotito rojo, que nos lleva a entender un poco mejor la realidad, o una parte de ella; y, de repente, puede ocurrir que podemos poner nombre a algo que antes carecía de forma definida en nuestra conciencia, aunque ya existiera en ella. Tal es, como decía, la influencia recíproca entre la idea y la palabra.

Hace unos días leía una expresión en una de esas frases que van rulando por las redes sociales y que me llamó la atención: “Ladrones de aire”. Es una metáfora que se refiere a los que no se comprometen con nada excepto consigo mismos, a los analfabetos políticos, que diría Bertolt Brecht, a los que no se interesan por lo que le ocurre al mundo, a los que viven sin el corazón, porque le esconden, o porque directamente no le tienen; a esos que carecen de empatía, a los que no les duele nada que no sea propio, a los que desconocen lo que es la ternura en cualquiera de sus formas, a los que no tratan de comprender, sino de imponer; a los que, en definitiva, vienen a este mundo no a entenderle ni a mejorarle, sino a dañarle o afearle, es decir, sólo a “robar el aire”.

Como dice el maravilloso filósofo, ensayista y poeta Jorge Riechmann, sin enfrentarse al mal la vida no tiene sentido. Aunque la evidencia nos muestra que ese argumento sólo forma parte de la conciencia de una minoría. Porque, a poco que abramos los ojos, percibimos a multitudes que, lejos de implicarse con la realidad, ni siquiera quieren verla, aliándose, consciente o inconscientemente muchas veces, con los que se mueven asolando y dañando al mundo y despreciando y perjudicando a las personas. Y probablemente ése sea el gran problema del mundo más que la maldad, la pasividad, la ignorancia y sobre todo la indolencia. Dice Ignacio Escolar que “por supuesto, necesitamos mejores partidos y mejores políticos, pero para eso hacen falta ciudadanos comprometidos, que hagan algo más que quejarse en Twitter o en la barra de un bar”.

Resulta muy desilusionante, por ejemplo, percibir cuánto interés y cuánta euforia despierta el triunfo de un tenista en un torneo de tenis, lo cual es muy meritorio, pero intrascendente para la marcha del mundo, mientras parece que nadie se da por enterado de que en los últimos años nos han despojado con descaro de derechos y libertades. Resulta indignante que medio país esté pendiente de cotilleos vanos y absurdos que se engrandecen y se multiplican en determinadas cadenas de televisión, y no tienen ni idea, ni les importa tampoco, que vivimos ya en una situación ecológica crítica y que, a pesar de ello, las élites del mundo y su capitalismo voraz siguen asolando la vida de nuestro planeta, es decir, devastando también el futuro de toda la humanidad. Los científicos avisan de que cuando suba 4 grados la temperatura del planeta tan sólo un diez por cien de la humanidad sobrevivirá. Pero aquí no pasa nada.

Y resulta asombroso que estén saliendo a la luz cientos de casos en España de pederastia y abuso sexual en el seno de la Iglesia católica, escondidos, tapados e impunes por tradición secular, y los cristianos los justifiquen, de manera inadmisible, con el argumento del MeToo, ese razonamiento cínico de que “abuso sexual lo hay en todas partes”; sin darse cuenta de que en “esas otras partes” los pederastas son juzgados según el código penal vigente, y sin percatarse de que en ninguna otra parte nadie recibe financiación pública multimillonaria por, supuestamente, adueñarse del concepto de moral. ¿De qué moral inmoral estamos hablando?

Y también resulta enormemente desesperanzador que la extrema derecha esté situándose en los primeros puestos en el umbral político nacional, a pesar de que es obvio que es antidemocrática y que desdemocratiza y pone en peligro al país y a sus instituciones. La ceguera general es tal que cuesta trabajo creer que una parte de nuestra sociedad sea tan ignorante o tan mezquina; cuesta creer que tanta gente venga al mundo a degradarle y a malograr la bondad, la verdad y la belleza, que toda filosofía, desde Platón, considera como las mayores virtudes de la humanidad. Cuesta creer realmente que haya tantos ladrones de aire.