Karl Popper describió la paradoja de la tolerancia en 1945 gracias a la siguiente pregunta: ¿Se debe tolerar la intolerancia? La respuesta también nos la dio él: no. Según este filósofo, la tolerancia excesiva, es decir llegar al punto de tolerar lo intolerante, conlleva la destrucción de la tolerancia. El filósofo se expresaba en estos términos en su libro ‘La sociedad abierta y sus enemigos’.

“La tolerancia ilimitada debe conducir a la desaparición de la tolerancia. Si extendemos la tolerancia ilimitada aun a aquellos que son intolerantes; si no nos hallamos preparados para defender una sociedad tolerante contra las tropelías de los intolerantes, el resultado será la destrucción de los tolerantes y, junto como ellos, de la tolerancia. Con este planteamiento no queremos significar, por ejemplo, que siempre debamos impedir la expresión de concepciones filosóficas intolerantes; mientras podamos contrarrestarlas mediante argumentos racionales y mantenerlas en jaque ante la opinión pública, su prohibición sería, por cierto, poco prudente. Pero debemos reclamar el derecho de prohibirlas, si es necesario por la fuerza, pues bien puede suceder que no estén destinadas a imponérsenos en el plano de los argumentos racionales, sino que, por el contrario, comiencen por acusar a todo razonamiento; así, pueden prohibir a sus adeptos, por ejemplo, que prestan oídos a los razonamientos racionales, acusándolos de engañosos, y que les enseñan a responder a los argumentos mediante el uso de los puños o las armas. Deberemos reclamar entonces, en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar a los intolerantes”. (Popper, 1945)

El pluralismo político requiere una variedad de opciones políticas para poder elegir, no abrir las puertas de la democracia de par en par dejando entrar a cualquier monstruo disfrazado de partido político

He querido escribir sobre esto porque la inobservancia de esta paradoja es la causa de distintos problemas en la actualidad. A mi juicio, esta paradoja se puede transponer a otros conceptos y, por eso, debemos hacernos una serie de preguntas: ¿Requiere el pluralismo político permitir cualquier ideología en las cámaras? ¿Se debe obedecer la ley injusta? ¿Debe la democracia permitir la violación del imperio de la Ley en casos como el de Cataluña? ¿Debe la democracia dar espacio a lo no democrático?

La respuesta a todas estas preguntas es la misma: no. El pluralismo político requiere una variedad de opciones políticas para poder elegir, no abrir las puertas de la democracia de par en par dejando entrar a cualquier monstruo disfrazado de partido político.

La ley injusta no es ley. Así se expresó Tomás de Aquino en referencia al polémico dilema de desobedecer o no la ley: la ley se desobedece cuando es injusta ya que en este caso no es ley porque la ley o es justa o no es ley. Ahora bien, si el dilema de la desobediencia al Derecho no tiene solución es porque lo que es justo es muchas veces debatible. Está claro que la ley injusta no es ley, pero ¿Qué ley es injusta? Aquí está la pregunta que nadie es capaz de resolver.

¿Lo anterior implica permitir la violación del imperio de la Ley que se ha producido desde Cataluña? Para nada, la ley injusta no es ley, pero la oposición jurídica contra la proliferación de muros no es injusta, sino que son los nacionalismos y las fronteras los injustos. En definitiva, ¿debe la democracia dar espacio a lo no democrático? No, ya que de ser así lo no democrático destruirá la democracia igual que ocurre con la paradoja de la tolerancia.

Por todo ello, en nombre y para defender la democracia: No a Bolsonaro. No a Trump. No a Vox. No al nacionalismo. No a la intolerancia. No a lo antidemocrático. Porque, afortunadamente, en democracia no todo cabe.