En el mundo actual estamos todos viviendo una continua sobreestimulación de información. Pero seguramente hay más incultura hoy que en otras épocas y otros tiempos. Hoy todo el mundo tiene ordenador, internet, redes sociales, y todo tipo de acceso libre y gratuito a la cultura, a bibliotecas virtuales, a lecturas de libros, cursos, ponencias y conferencias online. Sin embargo, seguramente nunca ha habido mayor desinformación social que en estos tiempos de lechuzas negras, que diría Cortázar. Una gran paradoja, que ya algunos han tratado de explicar, es que cuanta más gente estudia más incultura hay, y cuanto más fácil acceso a la información, más desinformación nos envuelve.

Los neoliberales comenzaron a despojar de los planes de estudio las humanidades, todas esas materias “de letras” que ayudan a aprender a pensar, a discernir, a cuestionarse la realidad y reflexionar sobre ella. Y, como vemos, no es ninguna nimiedad, sino algo claramente efectivo. Toda defensa de la democracia, de cualquier sistema político mínimamente justo, comienza por una sociedad que, como dice Noam Chomsky, debe aprender a defenderse intelectualmente de la mentira, de la manipulación y de la maldad de aquellos que utilizan el engaño y la falsedad para garantizar sus propios intereses de grupo.

Porque es evidente la maquinaria que las derechas tienen construida para generar y difundir bulos, acosos y mentiras; y para idiotizar a un personal que se deja idiotizar y engañar con demasiada facilidad. Dejó dicho Emilio Romero, franquista, falangista y nada sospechoso de ser progresista, que “la derecha gobierna para 200 familias, y eso no da para votos suficientes, por eso, para ganar unas elecciones, la derecha tiene que mentir”. No mencionaba este periodista icónico que, además, tiene que acosar, difamar, perseguir, hostigar y asediar.

En este contexto, un o una influencer, en teoría, es todo aquél que, con su mensaje, influye en las personas, en su pensamiento, en sus hábitos o en sus acciones, es decir, puede influir en la sociedad y en sus paradigmas de pensamiento y de conducta. Siempre ha habido “influencers”, seres humanos grandiosos que han ayudado a conducir, o guiar, o mejorar el acontecer de la humanidad, en general o en alguna de sus facetas. Se me ocurren, a vuela pluma, grandes científicos que han mejorado el mundo, o que han investigado la realidad y nos han llevado a conocerla mejor. Y, por supuesto, también lo contrario. ¿Cómo calificaríamos a esos cuya vida ha servido para destruir y para  hacer, de facto, daño a los demás?

Me viene a la mente, sin dudarlo un segundo, un científico maravilloso que amplió en mucho el conocimiento del Universo, Carl Sagan. Se me ocurren otros científicos que luchan contra el fanatismo a favor de la racionalidad, como el gran Richard Dawkins, o como Christopher Hitchens. O mujeres como Virginia Woolf, Marcela Lagarde o Simone de Beauvoir, que han contribuido enormemente al respeto a las mujeres. O Jane Goodall, o David Attenboroug, que han dedicado su vida a divulgar el respeto por la naturaleza y sus criaturas. Miles, unos conocidos y otros anónimos, han dejado, y siguen dejando,  una impronta de progreso, de mejora, de evolución, de beneficio para el mundo y para las personas.

Pero en el siglo XXI, sin embargo, bajo la era neofascista o neoliberal, los y las influencers son algo radicalmente distinto. Justamente lo contrario. Yo me asombro a diario de tanta estupidez y banalidad que nos rodea desde que vivimos inmersos en eso que llamamos redes sociales. Desgraciadamente  se utilizan más, en lugar de para difundir ideas que mejoren el mundo, para todo lo contrario. Se nombran también como “creadores de contenido”. ¿Qué contenido es ése? En muchas ocasiones se divulgan “contenidos” que no son más que verdaderas patochadas y superficialidades; en el plano social y político, ya sabemos de la maquinaria de propagación de bulos, mentiras y obscenidades morales. Y en otras cuestiones veo que hay cientos, miles de post con “contenidos” sobre el color  más de moda de laca de uñas, o sobre la tendencia en bolsos o en rellenos faciales que están poniendo de moda fulanita, zanganita o zutanita.

Realmente, tal y como está el mundo, me llegan a indignar tantos mensajes nimios, frívolos y vacíos que se hacen cómplices, de algún modo, del neofascismo que nos acosa. Porque la intolerancia y la  mezquindad van unidas a lo irracional y a lo vano. Porque todos esos influencers, que hacen negocio fácil con las redes, no dicen ni una sola palabra para mejorar el mundo, ni tienen la más mínima sensibilidad para ayudar, con su influencia, a concienciar a sus seguidores sobre las situaciones terribles que vivimos en la actualidad.

Y porque es de una ausencia total de empatía y de conciencia actuar como si no se estuvieran afianzando los fascismos que están atacando de lleno a las democracias; como si no estuviéramos ya de lleno en una crisis climática de consecuencias insospechadas para un mundo cada día más deteriorado, como si Israel no hubiera asesinado desde octubre de 2023 a casi 20.000 niños en Gaza, o como si la ONU no hubiera alertado sobre la muerte por inanición de 14.000 bebés, sólo en dos días, por el bloqueo genocida de Israel a la ayuda humanitaria. Repugnan y sobrecogen tanta indiferencia, tanta insensibilidad y tanta bajeza moral.

Coral Bravo es Doctora en Filología