En un pequeño pisito de la Castellana, resguardada por las torres KIO y a la vera de un Rodilla, Guadalupe desempeña uno de los tantos trabajos con los que diariamente auxilia a la minoría más exclusiva. Su “boutique”, fundada en 2004, no se dedica a la venta de ropa o productos selectos, como podría suponerse atendiendo a la definición de la Real Academia Española (RAE). Los clientes de la comerciante no buscan un trapito nuevo para su armario ni un buen vino, sino el “servicio exclusivo” a la par que “cercano” que promete.
“Abogada, divulgadora, ensayista, ponente”. Es tan larga la lista de aptitudes que la humildad de Guadalupe ha impedido que la web de su “boutique legal” las recoja todas, dejando fuera algunas de gran valor: opinóloga en medios de extrema derecha, con climática derivada en reciclaje y asidua a las compras en Mercadona. “Una simple abogada que hace su trabajo”, se quita importancia la represente legal de Alberto González Amador, novio de Ayuso; Juan Carlos, el emérito de Abu Dabi; y Juan Carlos Peinado, el juez de las mil causas.
Una humildad que desentona con la definición que recibe de su despacho, Novalex, del que es socia fundadora. Una letrada de “indudable prestigio y reconocimiento profesional” que ha ganado “cientos” de casos. Pero Guadalupe rehúsa de seguir paladeando la atención recibida durante estos días, que, si bien ha publicitado su modesta boutique, ha arrojado luz sobre las sombras en las que aparecen una serie de interconexiones. Porque no es una abogada más o una colaboradora de la derecha mediática, sino la Abogadísima que lleva a la prensa su labor como letrada, al puro estilo Peter Parker.
Si Peter Parker combatiese a sus villanos particulares aliándose con los villanos del reino, pero se entiende la comparación. Porque si la trama argumental lo sustenta, hasta los más despiadados desfalcadores de recursos públicos pueden verse como pobres ancianos salvademocracias que no son merecedores de los ataques, aunque sea la única manera de criticar sus acciones inviolables para la Justicia. Y como "quien con Bildu se acuesta, secuestrado se levanta”, compartir espacio con determinados sujetos ha enseñado mucho a Guadalupe.
De la novia de uno de sus clientes puede haber aprendido a transformar en victimización la reacción, a hablar de mordazas desde tribunas mediáticas, a insultar con virulencia y echar la lágrima cuando recibe respuesta o a inventar supuestas cacerías que persiguen a los que se alinean con el poder. Defensora de ricos y poderosos, desde su pequeña boutique bajo las torres de Plaza Castilla, a través de un diario de alcance nacional, Guadalupe no soporta que se quiten la mordaza y la señalen los que sufren el yugo de sus clientes. Batman de Hacendado.
Y ahora en serio
El planteamiento está viciado desde el principio y salir de su marco (político, mediático, económico y social) conlleva intentar definir unas nuevas reglas, pese a los ataques de ira y victimización. El poder determina el ejercicio lícito de la violencia, los límites de la libertad de expresión y los parámetros democráticos y quien lo ostenta no pretende permitir que nadie intente siquiera rebatirle ni en estos ni en otros muchos primas.
Por eso violencia es tirar unas vallas en una manifestación y no que las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado desahucien diariamente a trabajadores de sus viviendas compradas por un fundo buitre al que publicita la presidencia autonómica de turno. Por eso criticar a (sus) jueces, los de la sala segunda del Tribunal Supremo, es una vergüenza, pero el Tribunal Constitucional tiene las togas “manchadas de barro”.
Por eso señalar a periodistas de medios de izquierdas y amenazar con el despido futuro a los de la televisión pública es auditoría mediática, pero criticar que ocupen y utilicen tribunas mediáticas sujetos que defienden en otros ámbitos los intereses de los poderosos es “censura” y “mordaza mediática” (óbviese siempre la propiedad y financiación de los principales medios de comunicación del país).
Por eso secuestrar barcos en aguas internacionales, repartirse países entre genocidas, dar un golpe de estado contra el poder popular u organizar una trama de tránsfugas es democrático, pero alcanzar la presidencia tras ganar una investidura en el Congreso de los Diputados es una dictadura con apellidos.
Esta estructura la defiende hoy Guadalupe Sánchez, ayer Mariló Montero y mañana cualquier otra persona dispuesta. Nada nuevo que no pueda verse en Django.
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