El desprecio de Juan Manuel Moreno Bonilla por la universidad pública ya no se disimula: se impone, se verbaliza y se normaliza. Su gobierno ha decidido apartar a las universidades andaluzas del futuro y condenar a miles de jóvenes a una educación desigual, limitada y condicionada por el dinero. Ha despreciado la igualdad de oportunidades, ha despreciado el esfuerzo de docentes e investigadores, y el derecho de los estudiantes andaluces a formarse en su tierra, sin tener que pagar cuotas elitistas.
El último insulto ha sido tan directo como demoledor. El consejero de Universidad, José Carlos Gómez Villamandos, ha afirmado que el debate entre universidad pública o privada nace de la “mediocridad” y la “ideología”. Una afirmación que, más allá del tono arrogante, refleja el fondo de un proyecto político que considera que lo público es un estorbo, y que quienes lo defienden viven anclados en el pasado.
Villamandos es sin duda, el peor consejero del actual Gobierno andaluz. El que fue rector de la Universidad de Córdoba, hoy actúa con la fe del converso. En lugar de defender a las universidades públicas, ahora las asfixia. Es evidente que ha preferido hacer méritos ante Moreno Bonilla antes que cumplir con su deber de proteger el sistema universitario andaluz.
Estas palabras no fueron improvisadas: las pronunció en el Parlamento, mientras la comunidad universitaria denunciaba desde hacía semanas un escándalo sin precedentes. La Junta ha rechazado grados de gran demanda y alto valor social, como los de Ingeniería Biomédica o Ciencias de Datos e Inteligencia Artificial propuestos por las universidades públicas de Granada y Jaén, mientras ha aprobado a toda velocidad 34 nuevos títulos en universidades privadas incluidos los dos anteriores y la mayoría de los otros, que ya existen en la oferta pública.
La respuesta institucional no ha tardado. El Consejo de Universidades, organismo estatal que depende del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades, ha pedido formalmente a la Junta que reconsidere su postura sobre los grados vetados. En su resolución, señala que no existen razones académicas objetivas para justificar la negativa y exige que se tengan en cuenta las alegaciones presentadas por las universidades públicas afectadas.
Es la primera vez que un organismo estatal corrige con esta rotundidad una decisión de Moreno Bonilla en materia universitaria. Y no es casual: desde el primer momento, los rectores han denunciado que la Agencia para la Calidad Científica y Universitaria de Andalucía (ACCUA), ha actuado sin rigor, sin transparencia y con criterios políticos claros.
No se puede hablar de independencia cuando la propia ACCUA lleva meses sin dirección tras la dimisión del anterior responsable, quien dejó constancia por escrito de la presión política sufrida y de la falta de autonomía del organismo. Sin liderazgo, sin personal suficiente, y bajo control directo de la Consejería, es imposible que actúe con credibilidad.
El caso de Jaén se ha convertido en símbolo de esta agresión. El rechazo al grado de Ingeniería Biomédica ha provocado una respuesta unánime: política, institucional y ciudadana. La Plataforma en Defensa de la Universidad de Jaén ha calificado la decisión de “ataque intolerable” y ya prepara una gran movilización para el inicio del curso académico.
Algo empieza a moverse. Lo que parecía una decisión técnica se ha convertido en un conflicto social de gran calado. Porque Jaén puede ser solo el principio. Esto no es un caso aislado, sino el reflejo de la ofensiva de Moreno Bonilla contra todo el sistema público andaluz.
En Córdoba, por ejemplo, se ha denegado el grado en Ciencias del Deporte con el argumento de su “baja empleabilidad”. Sin embargo, ese mismo título ha sido aprobado en una universidad privada. ¿Dónde está la lógica? ¿Dónde está la justicia? ¿Dónde está la igualdad de oportunidades?
La Junta de Andalucía ha decidido que la calidad ya no importa. Que el mérito y la trayectoria académica son irrelevantes. Que lo que importa es abrir camino a un modelo educativo donde quien paga, accede, y quien no, se queda fuera.
El discurso oficial del PP andaluz pretende esconder la realidad tras cifras: Se anuncian 250 nuevos títulos, de los cuáles 188 irán a universidades públicas. Pero el dato clave se oculta: los grados estratégicos, los más demandados, los más transformadores, se están desviando al ámbito privado. Y cuando se pide una explicación, la respuesta es un desprecio.
Las universidades públicas no piden privilegios. Exigen transparencia, igualdad de trato y respeto institucional. No se oponen a la existencia de universidades privadas. Pero sí denuncian que se favorezca su expansión a costa de excluir a la pública. Que se repartan títulos como si fueran favores políticos. Que se margine la oferta pública incluso cuando existe demanda, solvencia y compromiso con el territorio.
Por eso, las movilizaciones que se preparan no son simples protestas. Son un grito colectivo por el futuro de la educación en Andalucía. Jaén será la primera en alzarse, pero no será la única. Hay campus, aulas y familias que ya han entendido que lo que está en juego no es solo una titulación concreta: es el modelo de universidad al que queremos aspirar.
Si el Gobierno andaluz no rectifica, tendrá un conflicto abierto en pleno arranque del próximo curso. Y también en plena campaña electoral. Porque ningún presidente puede salir a defender sus políticas mientras profesores, investigadores, personal técnico de administración y servicios, estudiantes y buena parte de la sociedad andaluza llenan las calles. Y menos aún, cuando es su propio gobierno quien ha despreciado el talento, la justicia y el futuro de una generación.
La universidad pública andaluza no se va a resignar. Ha demostrado ser un motor de conocimiento, cohesión social y desarrollo económico. Es, además, la única garantía real de que cualquier joven andaluz, viva donde viva y tenga los recursos que tenga, pueda acceder a una formación superior de calidad. Hoy ya no es solo una cuestión académica. Es una cuestión de dignidad. Y la universidad pública, esa que algunos quieren arrinconar, está lista para defenderse.