Santi Abascal anunció el viernes una nueva moción de censura contra el gobierno de Pedro Sánchez. Una  moción que, como las anteriores, saben que nace muerta, lo que vendría a ser un aborto provocado. El PP no la va a apoyar, porque eso supondría reconocer que VOX les marca el camino a seguir. En la carrera por ser los que más odian al gobierno socialcomunista, el partido de ultraderecha aún les lleva cierta ventaja, pese al esfuerzo que hacen los líderes del PP por decir las barbaridades más estrambóticas.

Pero su perseverancia y su afán de superación tienen que dar, tarde o temprano, frutos. Puede ocurrir, como ha pasado con los partidos independentistas catalanes, que el alumno supere al maestro y se pase tanto de frenada que acabe coincidiendo con su antagónico. Junts, la Convergència de toda la vida, se ha tenido que esforzar tanto en hacer creíble su independentismo, después de décadas como fieles socios de los diversos gobiernos españoles, que han acabado abrazándose con la CUP, un partido que antes que independentista nació como el principal adversario de la burguesía catalana. Ambos partidos han dejado en el centro del tablero político catalán a la otrora radical ERC.

Oyendo a las Ayuso, Hernandos y acólitos varios, acusar de golpista al legítimo gobierno, se me antoja que, a no mucho tardar, el bueno de Santi, con sus inocentes mociones de censura, pueda acabar pareciéndonos moderado. Cierto es que sus diputados, los de Santi, se esfuerzan en mantenerse en cabeza con sus algaradas machistas, xenófobas y fascistas, perdonen ustedes tanta redundancia, pero resultan tan cómicas, tan forzadas que, como las mociones de su jefe, llaman más a la pena que a la preocupación.

Feijóo se mueve en Madrid como un pulpo gallego lo haría en un acuario de tiburones. Lo más a lo que aspira es a no ser visto, para no ser devorado. Miguel Ángel Rodríguez utiliza a Isabel, su guiñol favorito, para no darle tregua. Oliendo la sangre y la segura muerte del pulpo, el resto de tiburones madrileños se han unido al habilidoso ventrílocuo y no pasa un día en el que no den alguna dentellada en su dirección.  Mientras, aceleran la carrera para pasar por la derecha a la extrema derecha. Nadan tan rápido que no sólo van a dejar atrás los restos del cefalópodo, sino que es más que probable que acaben dándose de bruces, siguiendo la estela de Junts, con el transparente pero duro cristal del acuario constitucional.