Aunque no lo parezca por la convicción con la que me expreso respecto de mis ideas políticas, crecí en una familia muy “de derechas”, tanto por vía materna como paterna. Mi padre y toda su familia eran, y muchos siguen siendo, conservadores; en la familia de mi madre igualmente, o bastante más, por abuelos, bisabuelos, e incluso tuve una tía abuela que fue falangista de pro, íntima amiga de Pilar Primo de Rivera, y novia de uno de los hermanos García Noblejas, Ramón; no llegó a casarse con él porque murió en un accidente de coche en 1942, y eso le supuso años de mucha pena, según me contó ella misma.

Algunos hermanos de mi padre también fueron falangistas. Mi abuelo materno tuvo que escapar en la guerra civil para no ser apresado por los republicanos. Mi padre desfiló en el desfile de la victoria franquista en Madrid, siendo aún un adolescente. Y recuerdo también entrar en alguna casa de amigos entrañables de la familia, como Manuel, un amigo íntimo de mi abuelo materno, que era lo más de extrema derecha que uno pueda imaginarse, pero era un hombre decente, íntegro y bueno. Excepto, quizás, mi tía abuela, la novia de García Noblejas, una mujer de gran carácter, y que entre mis primos y hermanos le pusimos el mote de “la sargentona”, todo lo que he vivido con mi familia de origen nada tiene que ver con intolerancia ni con odio ni maldad, sino todo lo contrario.  

Con esta pequeña narración de mis antecedentes ideológicos familiares quiero dejar claro que muchas personas progresistas lo somos por propia convicción, por nuestra manera personal de entender el mundo, porque hemos querido entender y hemos buscado información, porque somos solidarios y defendemos los derechos humanos, y porque consideramos que el mundo tiene que evolucionar y dejar atrás esquemas y modelos de pensamiento insolidario que habría que superar. Y ello ejerciendo el librepensamiento y rechazando ese mimetismo de seguir con orejeras el criterio que siguen los nuestros, eso que yo llamo “inmovilismo ideológico”; lo cual es letal, porque requiere de algo que es, probablemente, lo más peligroso para las personas y para el mundo: la irreflexión, que es el paso previo del fanatismo.

He conocido muy bien esa “integridad” que, en general, va asociada a las personas conservadoras y amantes de las tradiciones. No es un mito. Es verdad. Lo he tenido muy cerca, en mi propio padre. Era conservador, pero absolutamente tolerante y respetuoso con los otros. Una frase muy frecuente  suya era “vive y deja vivir”, por ejemplo. Y solía decir que por encima de las ideas están las personas. Por eso sé muy bien que hay personas de derechas de gran categoría humana, y también hay personas supuestamente progresistas que no lo son por convicción, y no saben bien ni qué es la evolución ni el progreso que dicen defender.

Sin embargo, las actuales derechas y ultraderechas son otra cosa muy diferente. Son algo aterrador, muy lejano a ese conservadurismo moderado que incluso es amable y que forma parte, por supuesto, de todo espectro ideológico y social; pero se sitúan en un fanatismo tan atroz que es propio de verdaderos monstruos, no de seres humanos, como el de aquel general Mola que afirmaba en el franquismo cosas tan terribles como “Sembrar el terror, eliminando sin escrúpulos ni vacilación a los que no piensen como nosotros (…)”. Y así lo hicieron, o lo pretendieron, porque no se puede poner muros al viento. Ésa es, en esencia, la extrema derecha. Eso es el fascismo.

Por iniciativa de Vox España se ha convertido en un altavoz de las extremas derechas del mundo en los últimos días. En el Palacio de Vistalegre de Madrid se ha celebrado una convención ultra en la que han vertido sus miserias y sus exabruptos contra la dignidad humana varios de los más radicales líderes ultraderechistas del panorama internacional: Meloni, Marine Le Pen, Víktor Orban o Javier Milei, el recientemente elegido Presidente de Argentina que lo está destruyendo todo a su paso. La finalidad inmediata es situarse en buen puesto en Europa tras las próximas elecciones. Se trata de posturas y personas altamente peligrosas porque su objetivo es dinamitar las democracias y arrastrar a los países hacia esquemas totalitarios,  intolerantes e inclementes. Recordemos las dos guerras mundiales, los casi cien millones de muertos que supusieron, recordemos los genocidios y las dictaduras del siglo XX, el horror que invadió a toda Europa y Latinoamérica por ideologías como las que se están tolerando y blanqueando sin tener en cuenta, los idiotas, que las consecuencias pueden ser desastrosas.

Me resulta increíble que se permita esta apología de ideologías tan terribles, que se tolere a un presidente de un país extranjero, Milei, venir a España a ayudar a Vox a hacer campaña mientras difunde con sus palabras el odio y el fanatismo. En Alemania e Italia tienen prohibido por ley la apología del nazismo y el fascismo. En España no es delito. ¿Para cuándo cambiar el Código Penal para incluirlo? ¿Y para cuándo el desbloqueo de la Justicia? ¿Y para cuándo tramitar una Ley anti bulos? Sin duda son tres grandes prioridades del gobierno de Sánchez para poner freno a esa extrema derecha tan peligrosa y agresiva que, como decía Machado, “es mala gente que camina y va apestando la tierra”.

Coral Bravo es Doctora en Filología