En plena crisis sanitaria mundial por culpa del coronavirus, declarada en las últimas horas por la OMS (Organización Mundial de la Salud) emergencia sanitaria internacional, hay una epidemia más antigua y más preocupante, la del odio. Si no fuera porque lo que está sucediendo en Murcia o en la Asamblea de Madrid atenta contra los derechos humanos, contra nuestra Constitución, y nuestras leyes, además de lo moral y éticamente correcto, lo que está pasando en nuestro país con la derecha, sin más distinciones, sería un sainete tragicómico.
Digo la derecha, sin más, porque en la deriva de ver quién se queda con ése espacio al margen de la evolución de nuestra sociedad y de las sociedades civilizadas homologables, tanto PP, como Ciudadanos o el cáncer de nuestra democracia llamado Vox, están a una. Lejos de ese liberalismo -que no fue tal sino un maquillaje avergonzado del neoliberalismo capitalista que les vuelve locos-, el antes partido de gobierno del PP, en manos del cambiante Pablo Casado, rehén de su necesidad de gobierno y por tanto trágala con Vox, y la resurrección ideológica de Aznar, está avergonzando a aquellos que, desde posiciones conservadoras, pensaron alguna vez en una derecha civilizada en nuestro país, desvinculada del franquismo, y moderna, al estilo de la democracia cristiana alemana.
Lo de Ciudadanos no merece demasiado análisis. Han pasado de ser la esperanza naranja, la posibilidad de ese centro sin herencias ni prejuicios ideológicos envenenados, y de ser decisivos, a la irrelevancia y la autodestrucción por la vanidad de sus líderes. Primero Albert Rivera y ahora Inés Arrimadas, que insiste en el suicidio de su formación, mientras la sangría de votos y de figuras relevantes aumenta. En esa carrera por el despropósito y la incitación al odio llevan la batuta, que los otros dos partidos siguen, ciegamente, los de Santiago Abascal y su Vox. No contentos con que se cierre su cuenta de Twitter oficial por “incitación al odio”, razón por la que la recalcitrante Rocío Monasterio está siendo investigada por la misma presunción delictiva en su discurso en campaña de Sevilla y las presuntas “Manadas de MENAS”, ahora vuelven a poner, de nuevo, la diana sobre los homosexuales, y hacen chanza de la discriminación. Son nostálgicos de épocas de represión, abusos y condenas sociales y literales. Hay que dejar actuar a la fiscalía, pero espero que no sea la primera denuncia que se formalice, y que se ejecute. Ya está bien que marcar a las personas del colectivo LGTBI salga gratis.
La última y sangrante manifestación de odio, ha sido en el Ayuntamiento de Madrid cuando, uno de los integrantes de Vox, el ¿señor? Pedro Fernández, respondía a la propuesta de Rita Maestre contra el veto parental: “Aparte sus sucias manos de mi hijo, aparte sus marxistas apetitos sexuales de mi hijo. Pierda toda confianza en adoctrinar a mis hijos para convertirlos en enfermos como ustedes”. Tiene bastantes bemoles que, un señor que desconoce aún la separación de poderes, y que se agarra a los ideales pseudoreligiosos del Nacional Catolicismo hable de “adoctrinar” a nadie. Él, un fanático de creencias, que corresponden al ámbito privado, y que sin embargo pretende imponer al resto de la sociedad.
Por otro lado, algún buen terapeuta sexual, entre otro tipo de expertos, debería ayudarlo un poco, si es que esto tiene remedio, que lo dudo. A menos que exista, no conozco ningún tipo de parafilia sexual que tenga que ver con “marxistas apetitos sexuales”. Como no sea que alguien se excite practicando sexo con la Internacional de fondo…Pero ya lo intolerable es que, por mucho que luego se excuse, argumente o niegue, relacione la educación en el respeto a la diversidad afectivo-sexual con una “enfermedad”. No nos debería sorprender cuando la investigada Rocío Monasterio habla de “terapias” y de “curar” a los homosexuales. Ellos, que invocan tanto a la Constitución parece que no han leído cuando dice en su artículo 14: “Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social.” Tampoco parecen conocer la Declaración Universal de los Derechos Humanos cuando ratifica lo mismo, explicitando la cuestión afectivo-sexual. Les da lo mismo que la OMS, hiciera explícito que la orientación sexual no es una enfermedad, así como toda una larga lista de organismo internacionales, gobiernos civilizados y personas de bien, que no parecen ser relevantes para estos señores.
Es una lástima tener que seguir defendiendo lo evidente, pero es fácil que los enfermos de odio contagien el mundo de una enfermedad que acabó con Federico García Lorca entre sus víctimas más visibles, y miles de anónimas. Porque la verdadera enfermedad es esa, la homofobia, el odio. “Enfermos como ustedes”, señores y señoras de Vox, propagan una enfermedad que no tiene cura y que necesita de un aislamiento social firme. Pactos como los de PP y Ciudadanos los refuerzan. Creo que deben prosperar las demandas contra ese partido y sus dirigentes, con este tipo de mensajes cancerosos para nuestras instituciones y nuestra sociedad. Es necesario actuar contra aquellos que, envueltos en una falsa moralidad, adoctrinan a sus hijos en el odio y la violencia. Niños que debieran estar a salvo de la inoculación de ese veneno. Salvaguardar a toda la sociedad, con la ilegalización de ese partido de ser necesario. Es inadmisible para una sociedad moderna, civilizada y plural, que las hordas bárbaras de la posverdad destruyan nuestra civilización desde sus instituciones más sagradas.