Ha sido como si llevara meses conteniéndose y ya no hubiera podido aguantar más. Se acabó, joder, se acabó, a tomar por culo Pedro Sánchez, el partido y la madre que los parió, que se están riendo de España y por ahí no paso, mecagüentó. El presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, ha reventado hoy como lo hace una presa que no puede soportar la ingente masa de metros cúbicos de agua acumulada tras muchas semanas continuas de lluvia. 

El presidente castellano-manchego ha copado las portadas de digitales y telediarios y acaparado el estrellato en los medios conservadores por sus palabras contra el acuerdo del Gobierno de España con los independentistas catalanes para sustituir el delito de sedición por el de desórdenes públicos agravados y rebajar el de malversación en su modalidad sin ánimo de lucro.

El pobre PP castellano-manchego debe estar desolado: todo lo que ellos pudieran decir contra Sánchez ya lo ha dicho su paisano el presidente, y mucho mejor de cuanto pueda decirlo nadie de la oposición: “Es un momento duro que me duele como español y como militante. Soy muy contrario a la decisión del Gobierno. Insisto, muy contrario porque soy muy coherente. Es un momento grave para la política española. Que nadie piense que la gente es tonta y se olvidará”.

Lo que piensa García-Page no es nuevo, ni el presidente está solo entre las filas socialistas por pensarlo, aunque seguramente sí lo esté en la saña con que ha expresado su pensamiento. Muchas personas de izquierdas piensan que modificar los tipos penales de la sedición y la malversación es legítimo y aun necesario, pero hacerlo de la manera y por las razones por las que lo ha hecho el Gobierno es una jugada alto riesgo a la que solo los más inexpugnablemente leales no le ponen peros.

Lo novedoso en García-Page no ha sido el fondo sino las formas, esas que siempre se guardan ante los amigos y se despliegan como puñales ante los enemigos. Lo que ha hecho el presidente regional es darle un gusto al cuerpo: un desahogo muy humano pero que en política casi siempre es un error del que uno acaba arrepintiéndose. 

A García-Page lo ha perdido el tono más que el contenido. Ya se nos alertaba de ello en el viejo chiste: “No me molesta que me llame hijoputa, lo que me duele es el tonillo”. A Emiliano se le ha ido la mano con el tonillo, mucho más propio de un dirigente del PP o de Vox que del Partido Socialista.  

Como español y como toledano, García-Page tiene derecho a cuantas palabras gruesas estime convenientes y le pida el cuerpo; como importante dirigente socialista no lo tiene a rugir contra el Gobierno de su mismo partido del modo que lo ha hecho. Para expresar su desacuerdo le habría estado con decir: “Estoy en desacuerdo. Creo que mi partido y mi presidente se han equivocado. Y con esto está todo dicho”.

El filósofo y escritor barroco Pierre Bayle dejó en sus papeles esta reflexión que, aunque escrita a propósito de otra cosa, pone de manifiesto los riesgos de un desmedido amor a la verdad:  "De las dos leyes inviolables de la Historia he observado religiosamente la que ordena no decir nada falso. Mas en lo que toca a la otra, que ordena decir cuanto es verdadero, no podría jactarme de haberla seguido siempre. La considero a veces contraria no solo a la prudencia, mas también a la razón". El dicterio de Page contra Sánchez es contrario a la razón, la lealtad y la prudencia en un líder del Partido Socialista.