Cosas que escriben estos días los articulistas de la derecha: “Pedro, no te cortes ahora, estás a punto de pasar a la Historia como un perfecto autócrata” (Ignacio Camacho). “Pedro Sánchez no puede destruir nuestro sistema constitucional sin llamar antes a consultas a los españoles” (Julián Quirós). “El sanchismo emprendió la colonización del Estado para someterlo a las exigencias de su proyecto partidista y crear un régimen nuevo” (Jorge Vilches). “Los delincuentes, mangantes o simplemente jetas de este país aún llamado España están encantados de la vida con Pedro Sánchez” (Eduardo Inda).

Mucho más de derechas que todos ellos pero con plaza en propiedad en el santoral de los genios, el gran Nicolás Gómez Dávila llamaba la atención sobre la importancia de diferenciar entre “lo que hay que rechazar con respeto y lo que hay que aplastar con desdén".

El modelo de oposición del Partido Popular al Gobierno de coalición muy rara vez opta por “rechazar con respeto” las medidas que le desagradan; montado en el tobogán de la hipérbole y fuertemente dominado por el resentimiento, su obsesión por “aplastar con desdén” todo cuanto sale de palacio acaba por desacreditar las críticas razonables que podría haber y sin duda hay en su trabajo de oposición.

El puente

Los meses que restan de legislatura son un tenso alambre en el vacío sobre el que camina el equilibrista Sánchez con paso cauteloso pero desenvuelto y mirada siempre al frente, nunca abajo, nunca arriba, nunca atrás. Lo que irrita a la derecha no es su cautela sino su desenvoltura. De vez en cuando, una corriente de aire hace vibrar peligrosamente el cable, lo que obliga al artista a detenerse unos instantes  y contener la respiración hasta que pasa el torbellino homicida. 

En realidad, la legislatura misma comenzó en forma de puente colgante sobre un foso infestado de cocodrilos, hoy, por cierto, con un hambre feroz después de tres años sin probar prácticamente bocado. La frágil pasarela demostró, sin embargo, ser mucho más resistente de lo que tantos augures por cuenta propia, ajena y mediopensionista habían predicho. Aun así, poco a poco el puentecillo ha ido estrechándose hasta convertirse en el fino cable de acero que es hoy.

La dulcificación del delito de malversación de caudales públicos sin ánimo de lucro personal que ERC exige al Gobierno para librar a los suyos de la cárcel es el último remolino de viento huracanado que amenaza la estabilidad del malabarista.

La red

En 2015 el PP amplió, como se sabe, el tipo penal para pescar independentistas en general y a Artur Mas en particular en la red de la justicia. Ahora, a instancias de ERC, el Gobierno estudia cómo hacer menos tupida la malla ensanchando sus cuadriláteros para que puedan escapar por ellos los condenados del procés pero no otros reos que también hicieron un uso indebido o desleal del dinero público, aunque sin el vistoso atenuante de haberlo hecho Por la Patria. Modificar ese tipo penal no es un disparate; hacerlo como parece que se va a hacer, sí.

Afinar en el Código Penal los delitos de sedición y malversación es un debate política y doctrinalmente legítimo y aun necesario. La justicia debería tener a su disposición el aparejo taxonómico y conceptual adecuado para diferenciar lo que cualquier persona de buena fe sin formación jurídica diferencia sin apenas pestañear: que José Antonio Griñán, Francisco Vallejo o Carmen Martínez Aguayo –condenados a penas de cárcel por malversación en lo que, en opinión de muchos juristas y dos juezas del tribunal sentenciador, fue un pavoroso desacierto judicial– no son lo mismo que Jaume Matas, Eduardo Zaplana o Luis Bárcenas

Sin embargo, lo que hoy dice el Código Penal es que todos ellos son lo mismo. Se diría que hay cosas que el sentido común se sabe de corrido pero que la ley desconoce, cosas para las que el cuchillo de la justicia no es lo suficientemente sutil, de modo que si el mal a extirpar está solo en el dedo meñique, no se limita a amputarlo limpiamente, sino que se lleva toda la mano por delante y lo pone todo perdido de sangre entre alaridos de los demás dedos proclamando su buena salud.

Afinar, templar, actualizar

Pero Griñán, Vallejo o Aguayo tampoco son lo mismo que Oriol Junqueras, Carme Forcadell y no digamos Carles Puigdemont. Aunque la justicia haya sentenciado lo contrario y aunque todavía el Tribunal Constitucional y la Corte Europea no hayan hablado, ninguno de los tres primeros tuvo jamás conciencia de estar cometiendo ni aun remotamente los delitos que el tribunal dice que han cometido. De ahí su incredulidad, su rencor, su desconsuelo.

La conducta de los dirigentes ultranacionalistas en los hechos de septiembre y octubre de 2017 fue de extrema gravedad y sería un dramático error que en el futuro pudiera repetirse impunemente por la negligencia del legislador. Burlar la Constitución y el Estatut y comprometer la convivencia y la concordia en Catalunya es mucho burlar y mucho comprometer. Y Esquerra lo sabe. A estas alturas no puede no saberlo, pero reconocerlo abiertamente equivaldría a hacerse un harakiri que ni siquiera las simpatías teológicas de Junqueras por el martirio admitirían de buen grado.

Los delitos de todos ellos no encajan en el tipo codificado de rebelión, solo con calzador en el de sedición y sí pero controvertidamente en el de malversación, pero eso no significa que fueran meros pecadillos contra el orden público. Solo significa que en tan delicadísima materia es ya hora de afinar, y mucho, el Código Penal.

Pero pulir, actualizar y templar un Código Penal requiere tiempo, luces largas y sosiego. Hacerlo mientras se camina por el alambre tensado sobre un foso infestado de cocodrilos hambrientos no parece que sea una buena idea.