Un necio con poder es más peligroso que un malvado con poder. La historia lo atestigua con creces y, en la coyuntura geopolítica actual, Donald Trump es, evidentemente, un peligro para su país y para el mundo. Toda la responsabilidad no es suya. Lo es, sobre todo, de los que se dejaron engañar por las falsas acusaciones, aún por esclarecer, de apoyo de los lobbies de poder a su contrincante Hillary Clinton. Irónico cuando el que estaba claramente afianzado entre los lobbies de las farmacéuticas, empresas armamentísticas y medios de comunicación conservadores, empezando por los suyos, además de por turbias relaciones con el histórico enemigo ruso, era el actual presidente. Otro de los apoyos más siniestros del presidente Trump son los filofascistas supremacistas blancos. Triste excrecencia de unos racistas nostálgicos de la presunta supremacía blanca en un país multirracial, que combatió con valor y solidaridad los fascismos europeos en las dos Grandes Guerras Mundiales.

No se puede alentar a estos tarados instalados en el odio con soflamas racistas desde la Casa Blanca, como las que lleva alimentando el presidente Trump, desde la campaña electoral, pero también desde la presidencia, con construcciones de muros, represiones, separación de niños de sus padres, redadas contra hispanos, haciendo un relato criminalista de todo lo que hable en español. Los recientes incidentes en El Paso, Texas, y en Dayton, Ohio, con diferencia de unas horas no dejan lugar a dudas. El saldo por el momento es de 22 personas muertas en Texas, y 24 más que han resultado heridas, y otras 10 en el segundo tiroteo sólo doce horas después. Para no enmendarla, ni ante la consternación de la ciudadanía estadounidense e internacional, sólo unos días después se organizaba una verdadera cacería de hispanos a los que se detenía, se apartaba de sus hijos y se trataba como a criminales, por orden presidencial. Hay una clara relación entre el auge de este odio contra lo hispano alentado por Trump y los asesinatos. El detenido por los crímenes de El Paso es un varón blanco de 21 años. La policía explicó que el asesino había escrito antes de actuar un manifiesto de cuatro páginas titulado Probablemente voy a morir hoy. Un texto que no se ha hecho público salvo en fragmentos. En él sitúa la posibilidad del tiroteo como “un potencial crimen de odio”. El manifiesto habría sido publicado en un foro ultraderechista de Internet poco antes de la masacre. Expresa posturas racistas y habla del ataque como “una respuesta a la invasión hispana de Texas”. “Los hispanos tomarán el control del Gobierno local y estatal de mi amado Texas", dice el manifiesto, según un diario estadounidense. "La abundante población hispana en Texas", prosigue, "nos convertirá en un bastión de los demócratas”. Es evidente que no se puede razonar con una racista, cuya ideología es, por definición, irracional. El problema es que su discurso está alimentado, entre otros, por el propio discurso y acciones de gobierno del presidente de su país. Un presidente, Trump, que decidió, entre sus primeras medidas, anular los protocolos telefónicos y de relaciones, también en español, de la Casa Blanca, imponiendo el inglés en exclusiva, como única lengua, al contrario de lo que había hecho su antecesor Barak Obama. Obama, reconocía las riquezas y aportes de la cultura española e hispana en la identidad y construcción del país, mientras que Trump con su xenófobo discurso, avala los argumentos de los supremacistas. Si tuviera capacidad de aprendizaje, y una inteligencia humana, y no meramente simiesca, alguien debiera explicarle que Texas hablaba en español antes que en inglés, así como Florida, Los Ángeles o San Francisco, y más de medio EEUU. Que Trinity, la emblemática iglesia neoyorquina donde se refugiaron muchos de los asustados heridos del atentado contra las Torres Gemelas fue el convento e iglesia española de la Santísima Trinidad, o que la prestigiosa universidad de Columbia, debe su nombre al controvertido descubridor Cristóbal Colón, por poner algunos ejemplos. Como todo necio funcional desprecia cuanto ignora, y no sabe, o no quiere saber que los cimientos de su país están fundamentados en la cultura en español, tanto o más que en el francés, en el inglés, la cultura africana, la amerindia, entre otras muchas. La ignorancia hace que Trump yerre en algo fundamental en la comunidad y mercado estadounidense: los norteamericanos que hablan y viven en español, son la segunda comunidad en importancia, la más numerosa, hablantes, con una explosión demográfica que acabará desbancando a la angloparlante, y con una contribución de riqueza al PIB estadounidense superior a los demás.

Sin embargo, hay algo esperanzador: la persecución, desdén y maltrato del presidente Trump a todo lo hispano: está articulando a las comunidades hispanas estadounidenses y sus culturas de una forma mucho más activa y eficiente de lo que estaban hasta el momento. Uno de los eventos más significativos al respecto es el New York Summit, de reciente creación. Según el presidente de esta iniciativa, Ray Cazorla, en declaraciones para la revista Forbes, “Creemos fielmente en que el mundo precisa de iniciativas y movimientos que aboguen por determinados colectivos, al igual que hizo Martin Luther King o Rosa Parks en su día, solo que hoy en día es muy difícil que una única persona llegue a provocar este cambio tan necesario. Por ello nace el NY Summit, con la intención de actuar como el agente de cambio que provoque concienciación en la sociedad mundial y se reconozca al colectivo hispano ese gran aporte que este hace al mundo”,

Hay pequeños grandes pasos que cambian el rumbo de las naciones. El fundamental George Washington lo dio aboliendo la esclavitud aunque le costara una guerra civil, y, finalmente, su vida. Por eso Washington es uno de los padres de la patria estadounidense mientras, el inefable Trump, con este nuevo “Mal Paso”, va camino por palabra, obra y omisión, de convertirse en el particular Nerón o Calígula de la historia de la democracia norteamericana.