Algo debió pasar aquella noche de verano. Alguien, en algún lugar, se conjuró para que fuese la última vez. Raúl ya no estaba en la selección, pero un nuevo torneo se ponía ante la que ya se conocía como “La Roja” - pese a la contrariedad de algunos - para redimirse de todos sus pecados pasados. Los cometidos y los que se cometieron con ella. Para dejar atrás los goles fantasma y la sangre derramada sobre el área; los tantos fallados y los debates absurdos… Viena fue testigo del fin de los tiempos oscuros y el comienzo de la leyenda. Se habían terminado las maldiciones, y la nueva fe seguiría ganado adeptos en el Mundial de Sudáfrica. El campeonato más importante. Nuestra primera estrella debería lucir en el escudo desde la edición de Corea y Japón (2002). Si preguntamos a los entendidos, unánimemente reconocen que aquel era nuestro mundial. Un árbitro, otro más, se cruzó en el camino. La tanda de penaltis no era territorio rojo como lo es ahora, y los coreanos nos picaron el billete de vuelta. Camacho no necesita quien le reivindique, pero aquel era su mundial. El de todos. El primero. Esperamos ocho años, y ganamos. Y volvimos a hacerlo en Ucrania, contra Italia. Los once de azul, otro de nuestros particulares y eternos molinos de viento...

Puede que varios millones de gargantas gritando simultáneamente tras un gol de la selección española de fútbol no incrementen una décima nuestro producto interior bruto. Los dolores de cabeza de la economía no se irán con el analgésico del balompié, pero cómo ayuda esta medicina a mitigar sus efectos. Canela en rama. No sé si el estado de ánimo de una sociedad puede influir en las grandes cifras de su desarrollo, impulsando el crecimiento, que es la palabra de moda. Nos hacemos grandes juntos, y pocas veces lo estamos tanto como en el deporte. Un servidor prefiere pensar que sí. Que la sobredosis de optimismo que hemos recibido no caerá en saco roto, y seremos capaces de canalizarla para quitarnos de encima esa losa que nos caía encima cada vez que mirábamos al norte. Se acabaron los complejos. El día a día es la mejor competición para demostrarnos a nosotros mismos y al mundo que vamos en serio. Nos toca. Esta vez sí.

Ion Antolín Llorente es periodista y blogger
En Twitter @ionantolin