En estas últimas semanas, viene sucediendo algo que me ha despertado un recuerdo. Cuando mis hijas eran pequeñas, una de ellas, siempre curiosa, me preguntó qué era el ecologismo. Como siempre, salí del atolladero como pude diciéndole que es un movimiento que defiende el planeta y la naturaleza y lucha por su conservación.

Creo que mi respuesta no estuvo mal, pero me pregunto si hoy podría dar la misma. Porque ahora tendría que explicar lo que hacen en obras de arte en nombre del ecologismo, y no encuentro la manera de explicarlo. De ningún modo.

Por supuesto, la lucha contra el cambio climático y la reivindicación de medidas para paliarlo es algo que no se puede discutir. Pero lo que sí que es más que discutible es el modo de hacerlo y los lugares elegidos para ello. No creo que tirar tomate, o puré de patata en obras de arte que son patrimonio de la humanidad aporte nada a su pretendido mensaje, además de escenificar un desperdicio de comida que parece todo menos adecuado en un momento en que tanta gente pasa hambre. Ni tampoco creo que pegar las manos a cualquiera de esas obras aporte nada. En mi caso, solo me aporta rechazo, y el rechazo a los medios que se utilizan para una causa puede acabar con el rechazo a la causa misma. Y eso es muy peligroso.

No entiendo quién pueda haber ideado semejante estrategia. La cultura es un patrimonio importantísimo que cuesta defender, y convertirlo en diana es un error tremendo. Si se trata de llamar la atención, no entiendo cómo no se han buscado otros lugares u otros escenarios mucho más visibles en nuestro día a día, o se hayan emprendido otro tipo de acciones. Porque boicotear el arte es inadmisible. Sea cual sea el motivo.

No sé por qué se empeñan en ponernos en la encrucijada de elegir entre apoyar la lucha contra el cambio climático o reivindicar el respeto a obras de arte universales. Porque ambas proposiciones no deberían ser antitéticas sino complementarias, no deberían ser incompatibles sino compatibles. No nos hagan elegir una vez más entre conmigo y contra mí, porque eso nunca trae nada bueno.

Así que, si mis hijas fueran pequeñas otra vez y volvieran a preguntarme por el ecologismo, no sabría explicar esas acciones. Y ahora, que ellas ya son mayores, me preguntan si entiendo qué se consigue con esto, y no tengo respuesta. Porque la única que se me ocurre es una. Nada