Hace mucho tiempo que algunos, como la profetisa troyana Casandra o Laoconte, venimos advirtiendo, sin resultado, del peligro de que partidos políticos fascistas, por tanto enemigos de la democracia, hayan sido admitidos en el seno de nuestro sistema. Lo digo abiertamente por el partido de Santiago Abascal y sus secuaces, Vox, que desde que llegaron no han hecho más que envenenar con mentiras y visceralidades nostálgicas de la dictadura el debate social y político de nuestro país. Mientras en Grecia se ha ilegalizado al partido análogo de Abascal, Amanecer Dorado, condenados por “agrupación criminal”, y muchos de sus dirigentes han sido detenidos por incitación al odio o por sus relaciones manifiestas con grupos violentos de ultraderecha, aquí, desde ciertos sectores mediáticos, se les jalea y da espacio, pensando que, así, van a desgastar al gobierno. Lo único que están erosionando es nuestra sociedad, nuestra vida cotidiana, nuestra paz social, ya bastante lastimada por la situación de pandemia, aunque la irrupción de estas fuerzas fascistas son una enfermedad institucional tan peligrosa o más que el virus del COVID. La propia Ángela Merkel en Alemania ha pedido una investigación de los servicios de inteligencia germanos al partido filonazi Alternativa para Alemania (AFD), con el que se ha hermanado Abascal. Esto está muy lejos de ser una broma. Los de Abascal no sólo han polarizado el debate político y el país, han generado un clima de odio y de deslegitimación institucional, que es lo que han buscado siempre los fascismos para aparecer como garantes de la paz y la seguridad con su violencia opresora, también están marcado objetivos claros con sus discursos.

En canarias se desmanteló un grupo de naturaleza paramilitar que se estaba organizando, con la incautación de una impresora 3d con la que se estaban fabricando armas. Aunque las investigaciones no son aún concluyentes, si se sabe que, entre los posibles objetivos estaban los centros Mena de las islas. No es nuevo. En La Comunidad de Madrid, los discursos de odio de VOX han hecho que los barrios donde se encuentran estos centros hayan amanecido con pintadas contra los menores tutelados allí y, frente a las soflamas de supuesta inseguridad ciudadana, lo que sí está constatado son los ataques a dichos centros y a sus menores, por grupos simpatizantes de esta ideología racista, entre otras cosas. Hay una evidente relación causa-efecto entre la incitación al odio, el revanchismo histórico y la violencia de Vox durante esta agónica campaña electoral de Madrid, y las amenazas de muertes en sobre con balas, enviadas a Pablo Iglesias y su familia, cabeza de lista de Unidas Podemos por Madrid, la directora general de la Guardia Civil, María Gámez, el Ministro del Interior, Fernando Grande Marlaska, y más tarde a la propia Isabel Díaz Ayuso, o el ex presidente José Luis Rodríguez Zapatero. Dianas todas puestas por la exacerbación de un discurso visceral y violento, que no debería tener cabida en un país democrático. Los totalitarios de Vox, como los dictadores y locos peligrosos que en el mundo han sido, creen estar ungidos por Dios para una causa mayor. No se plantean la duda, ni que puedan no tener la razón. Sus pulsiones son siempre violentas, impositivas, homicidas, porque se creen llamados a liderar un mundo que piensan por derecho suyo. Los demás son siempre advenedizos, traidores, indignos, ilegítimos, aunque los hayan votado millones de ciudadanos. Si hay que fusilar a “26 millones de hijos de putas”, forma tabernaria de llamar al genocidio de sus amigos de wasap, se hace. Estas son sus razones y argumentos.

Las elecciones de la Comunidad de Madrid, son un plebiscito mucho más importante de lo que parece. No se está jugando sólo el gobierno de una de las regiones más importantes y centrales de nuestro país, sino el destino de nuestra propia democracia. Una democracia que está en el alero por la tibieza del centroderecha español de un Ciudadanos en vías de extinción, entre otras cosas por pactar con la derecha y la extrema derecha siempre que ha podido, y una consigna irresponsable de la nueva lideresa del Partido Popular, que ha atado su destino, el de su partido, el de la Comunidad y el país, a los votos de unos golpistas dentro de las instituciones. Ojalá la ciudadanía vacune nuestra democracia, en el alero, de la vergüenza de blanquear a los nostálgicos de la dictadura. Vox es a las instituciones lo que un cáncer en un organismo vivo: un proceso tumoral que va multiplicando sus células defectuosas, atacando desde dentro el buen funcionamiento y la salud del cuerpo. La única solución es su tratamiento de choque y su extirpación quirúrgica.