El año que acaba de terminar ha sido un año muy negro en lo que respecta a las muertes de mujeres en España por violencia machista. Ha sido, en realidad, uno de los períodos con más muertes de mujeres por violencia de género desde 2003, año en el que se inició el cómputo de estas muertes, cómputo que llega a casi 1.200 nombres de mujeres desde entonces. Incluido el último nombre, el de una mujer embarazada de 30 años que moría por heridas de arma blanca en un pueblo de Toledo, a manos de su pareja. El bebé también fue asesinado junto a su madre. Sólo un monstruo puede hacer algo así, o un hombre que considera a su mujer su posesión particular a la vez que la desprecia.

Resulta sorprendente que sólo se iniciara el cómputo y la estadística de estas muertes en 2003, treinta años después de acabada la dictadura. Y es que, por “tradición secular”, las muertes de mujeres por feminicidios no importaban, sencillamente había una invisibilidad enorme y un tupido velo corrido por el interés de algunos sectores. Por sistema es un tema que no existía, aunque es mayor el número de estas muertes que el ocasionado por terrorismo, por ejemplo. En este oscurantismo queda evidente el peso de la tradición católica, que lleva desde sus inicios promoviendo el machismo y el odio a lo femenino en la conciencia colectiva.

En 2022 han muerto 49 mujeres en España a manos de sus parejas o ex parejas. Pero este dato es sólo la punta del iceberg. Tras estas muertes quedan muchas familias y muchísimas personas destruidas por la muerte de sus hijas, hermanas, amigas; y quedan 38 niños huérfanos de madre, y de ambos padres en muchos casos. Se masca la tragedia humana tras estos asesinatos alentados por un desprecio a las mujeres que parece que muchos llevan grabado a fuego en sus programas mentales y emocionales. Y resulta paradójico y muy significativo que estos datos tan negativos se produzcan en un momento histórico con un Gobierno, progresista y concienciado con el feminismo,  que trabaja y se compromete contra la violencia de género como nunca otro hasta ahora.

Parece que un Ministerio de Igualdad, numerosas medidas para erradicar la violencia contra las mujeres y una atención constante de las Instituciones no frenan estos crímenes. Lo inteligente siempre es, ante cualquier problema, buscar el origen, la causa primigenia, para poder entenderle y encontrar soluciones.  Si nos informamos un poco y utilizamos mínimamente nuestra capacidad analítica, percibimos rápidamente el motivo de esta paradoja. El machismo es una ideología, una visión muy particular del mundo en la que se infravalora y se desprecia lo femenino; y es una ideología que generan, defienden y difunden las religiones monoteístas; en nuestro caso, Occidente, el cristianismo y la Iglesia católica.

No hace falta devanarse mucho los sesos para comprobar esta tesis. Uno de los primeros dogmas cristianos, que aparece en el Génesis, expone la idea de que Eva fue la primera mujer, hecha de la costilla del primer hombre, Adán, y que cometió el terrorífico pecado original, que no fue otra cosa que morder una manzana. Osó coger una manzana del árbol prohibido (el árbol de la ciencia), y por ese  primer pecado la deidad condenó a toda la humanidad por toda la eternidad a morir, a sufrir y, al hombre a “ganarse el pan con el sudor de su frente”. Es decir, todos los males de la humanidad son consecuencia del pecado de Eva, la primera mujer. Ahí queda eso, y ahí es nada. Más blanco y en botella, imposible.

Yo fui adoctrinada en esta idea que me inyectaron en vena cuando era una niña que aún carecía de herramientas intelectuales y emocionales para cuestionarme ninguna afirmación que viniera de adultos, curas o maestros. Al igual que los 2.400 millones de cristianos que hay en el mundo. Y así se sigue adoctrinando a día de hoy a miles de millones de niños en todo el planeta en el desprecio a las mujeres. No es que lo diga yo, es que es una evidencia. La biblia cristiana está plagada de referencias misóginas y de odio a lo femenino (“No hay maldad comparable a la maldad de la mujer (…) El pecado llegó con una mujer, y a ella se debe que todos nosotros habremos de morir -Ecclesiasticus, 25:19,24-)

Que me cuenten si es posible erradicar el machismo, el odio y el desprecio a las mujeres mientras se cuenta a los niños, en las escuelas de medio planeta, las fábulas con las que el cristianismo explica el mundo: la mujer de la que todos provenimos, y todas las mujeres, por extensión, somos las culpables de todo el sufrimiento de la humanidad entera.

Por tanto, todo lo que no sea acudir al origen de la cuestión para solucionarla no es otra cosa que dar palos de ciego. La educación humanista, científica y racional, es decir, la educación laica, en la que se estudie la historia de las religiones, pero en la que no se adoctrine a través de ellas, también se hace indispensable en la lucha contra el machismo y sus terribles consecuencias.

Coral Bravo es Doctora en Filología