No hace falta ser periodista, ni estar entre los no bloqueados en WhatsApp por Isabel Díaz Ayuso. Cualquier que en los últimos dos años haya envuelto un manojo de puerros con un periódico de Madrid, aparte de saber que es la mejor manera para que esta planta bulbosa no se seque, puede sospechar cómo se ha gestado la guerra civil del PP. Y todo apunta a que este Super Humor sorpresa de Mortadelo y Filemón, que bien podría titularse -y que me perdone Ibáñez- El Caso Tommaso, ha sido editado en las imprentas de la Puerta del Sol. Por si alguien no ha tenido tiempo de bajar hoy al quiosco o es alérgico a la celulosa, valga de muestra este botón del editorial de ABC de este viernes, donde se acusa a Pablo Casado de pusilánime y se pide la cabeza de Teodoro García Egea: “A Egea le han detonado la bomba contra Ayuso desde fuera y se le ha vuelto en contra”.

Aún así, a nada que tengas una suscripción a una plataforma de series y hayas visto medio capítulo de House of Cards o Vota a Juan, es lógico que la mente se pierda en fantasías. El miércoles por la noche también se podía pensar: ¿y si esto lo ha filtrado Génova, para detonar la bomba del espionaje y que, cuando se disipe el humo, quede a la vista la comisión del hermano de Isabel Díaz Ayuso? Como plan, tenía buena pinta, pero quienes conocen bien a la actual dirección del PP lo descartaban enseguida. Para ser maquiavélico, se necesita mucha inteligencia, y en la planta séptima de Génova son más de testosterona que de materia gris.

El Compliance del PP

No obstante, pasado el vendaval de los espías chapuceros y la enésima prueba de que si John le Carré hubiera nacido en España habría tenido que montar una mercería, empieza a ponerse el foco sobre el ominoso contrato de las mascarillas. Que en el PP se espíen entre ellos y acumulen dosieres sobre sus rivales internos no sólo es normal, es incluso esperable y dentro del orden del día. Podemos ser cínicos y fingir que no sabemos cómo funciona la política, especialmente en un partido donde se guardaron durante años la grabación de una diputada casi anónima robando cremas faciales para usarla cuando más convenía.

Los mecanismos para evitar casos de corrupción o manejos poco éticos a nivel interno que acaben lastrando la marca es el día a día en cualquier empresa, con eso que ahora llaman compliance. Qué menos que exigir al PP que tenga algún recurso interno para evitar la corrupción que le echó del poder en 2018. Que utilicen esa información para sus cuitas internas, está feo, pero sería inocente decir que no es esperable. Otra cosa es que esas averiguaciones sean ilegales y se paguen con dinero público. De hecho, el dato de que la contratación de detectives se abortase por no tener manera de pagarles sin dejar rastro nos lleva a pensar, con alegría, que ya no hay Caja B en Génova.

Lady Madrid, siempre víctima

Lo que pudimos comprobar ayer es que Casado, Egea y Génova se enfrentan a Lady Madrid o la Madonna de Chamberí, el monstruo que llevan años alimentando y que tantos réditos les ha dado. Ayuso es experta en llevarse sus escándalos al terreno sentimental y pasar de sospechosa a víctima en un parpadeo. Cuando empezó su carrera de presidenta señalada por un presunto alzamiento de bienes que habría librado a su padre de una deuda con Avalmadrid, nos contó un drama familiar que no venía al caso. Cuando se infectó de coronavirus y un hostelero le acogió en dos suites de lujo, nos vendió que no quería contagiar a su madre con la que convivía en un piso que describió como una infravivienda. Cuando los ancianos madrileños morían a miles y se les negaba ir al hospital, se fue a la catedral a llorar chorros de rímel. Cuando convocó unas elecciones para finiquitar a Ciudadanos y quedarse todo el poder, encandiló a los madrileños para salvar las cañas al puro estilo Delacroix.

La Ayuso australiana

En un país civilizado, este escándalo habría acabado con la carrera de cualquier político, aunque eso provocase la extinción de los koalas. Me explico. El año pasado dimitió Gladys Berejiklian, la primera ministra de Nueva Gales del Sur, el estado más rico de Australia y donde están Sidney y Canberra. Berejiklian, la Ayuso australiana, dejó el cargo cuando se abrió una investigación porque su gobierno había dado sendas subvenciones a un club de tiro y a un conservatorio de música en la ciudad de Wagga Wagga. El problema es que Berejiklian, cuando se dieron las ayudas, tenía una relación sentimental secreta con un diputado de la circunscripción donde está Wagga Wagga.

El diputado no se llevó ni un dólar, como sí habría hecho el hermano de la presidenta madrileña, pero el hecho de que su región pudiera haberse recibido un trato de favor gracias a su idilio bastó para que la Ayuso australiana dimitiera. Y, con ella, se fue al traste su mayor proyecto, la ley para proteger de la extinción a los koalas, prevista ahora para 2050. Pero así de alto es el nivel de exigencia en Australia, en las antípodas del nuestro.