El PSC ganará las elecciones catalanas, según todos los sondeos publicados hasta la fecha, aunque Salvador Illa lo tiene difícil para ser investido presidente de la Generalitat. Una historia ya vivida. En los comicios de 2021 ya se dio esta circunstancia y se acabó imponiendo el bloque independentista, porque la clave de la política catalana está en los dos grandes factores impuestos por el soberanismo: la persistencia del bloqueo político y la negación de la transversalidad. Y resulta que el bloque anti-independentista, el mal llamado bloque constitucionalista, no comparte ni análisis ni diagnóstico y menos todavía ninguna solución para el conflicto en Cataluña. El PSC solo podría gobernar, pues, con una mayoría aplastante o con una coalición de carácter ideológico en la que participasen ERC y los Comuns-Sumar, o sea, el triunfo de la transversalidad.

Los sondeos a media campaña no avanzan el nombre del presidente, pero auguran diversas novedades: la victoria de Illa se prevé más clara que la de 2021 aunque no determinante; Carles Puigdemont podría ocupar la segunda posición en detrimento de Pere Aragonés; y la mayoría independentista, de ser factible, requeriría muy probablemente un pacto con los diputados de Aliança Catalana, el partido secesionista de extrema derecha nacido en Ripoll. En todo caso, la pérdida de la mayoría por parte de los grupos independentistas es una condición indispensable para que el PSC pueda aspirar realmente a la presidencia, sin embargo, dicha pérdida no garantiza automáticamente el cambio en Cataluña. De ahí que algunos prescriptores visualicen ya una repetición electoral.

Con este horizonte, no es de extrañar que la política de pactos monopolice buena parte del debate electoral, dándose la circunstancia que los candidatos parecen conocer mejor las intenciones de sus rivales que las suyas propias. Según el PP, el PSC pactará bien con ERC o con Junts, incluso tal vez con los dos. Los Comuns-Sumar, por su parte, advierten a diario de la supuesta tentación del PSC de pactar con Junts. ERC también alerta al electorado sobre un hipotético acuerdo entre PSC y Junts. Carles Puigdemont, por su parte, atisba un pacto entre PSC y PP, a la vez que reclama a ERC un nuevo gobierno de unidad con él de presidente, naturalmente, aunque no alcancen la mayoría absoluta. Salvador Illa, tras contemporizar algunos días, ha salido al paso de tantas suposiciones para advertir que no negociará ni con Vox, ni con Aliança Catalana ni con Junts, por considerar que Puigdemont está anclado en la “década perdida”.

Paradójicamente, de la opción de la que menos se habla es la del gobierno progresista (PSC-ERC-Comuns-Sumar) que suma mayoría absoluta en todos los sondeos conocidos y probablemente también en los que están por conocerse. Esta evidencia podría responder a la prudencia los interesados para evitarse el peligro electoral de abrazarla abiertamente o a la conciencia de las dificultades objetivas para materializarla.

Sea por una razón o la otra, ERC demoniza un día sí y un día no al PSC. Un día fija las condiciones para un acuerdo con los socialistas (referéndum, financiación singular y defensa del catalán) y al siguiente atribuye a Illa todos los males de Cataluña, presentando al candidato del PSC como un simple delegado del gobierno español, una figura impropia para la presidencia de la Generalitat. Illa no suele responder a la oferta de los republicanos, escudándose en su voluntad de hablar con casi todos al día siguiente de los comicios, siempre que estén dispuestos a “pasar página” de lo vivido en Cataluña desde 2014.

“Pasar página” no figura en los propósitos públicos de ERC y menos todavía en los de Carles Puigdemont. El candidato de Junts ha convertido Argelers, una pequeña localidad próxima a Perpignan, que en su día albergó un campo de concentración para los republicanos que huían de las tropas de Franco, en centro de peregrinaje para sus seguidores. Puigdemont oficia a diario un mitin al que acuden en autocares fletados por el partido. Allí, marca distancias con Illa, al que acusa de querer imponer un nuevo 155 de baja intensidad; desacredita a ERC como socios incompetentes de Pedro Sánchez y a Aragonés como un presidente sin capacidad de liderazgo; y promete acudir en persona a su investidura de recuperación de la presidencia de la Generalitat, operación para la que recaba el compromiso de apoyo de los republicanos.

En este maremágnum de suposiciones interesadas, Pedro Sánchez debutó en la campaña confirmando el interés de los socialistas en empapar las elecciones catalanas de su cruzada para derrotar la “maquinaria del fango” puesta en marcha por la derecha política, judicial y mediática contra él y el conjunto de las fuerzas progresistas. Con esta urgencia por delante, Sánchez priorizó la movilización del electorado socialista como primer campo de batalla para ganarle a la derecha en toda España, rehuyendo incidir, prácticamente, en lo que está en juego en Cataluña y mucho menos en la política de pactos post electorales. Tampoco se dio por enterado de las nuevas negociaciones que le anuncian sus socios independentistas en el Congreso para el 13 de mayo.