En el filo mismo de la primavera, que en Andalucía suele adelantarse de azahar e inciensos, se produce uno de los fenómenos más extraordinarios a lo largo de siglos en el mundo, como es el hecho de las procesiones de Semana Santa. No digo yo que, en otros sitios de la geografía española las tallas centenarias y sus tradiciones no merezcan elogios y dedicación pero me perdonarán si, por el hecho de ser andaluz, y por el carácter arraigado de las tradiciones procesionales andaluzas, pongo el énfasis en ellas. Este es un hecho que trasciende y trasgrede lo religioso, por más que algunos obispos les exaspere, singularidad popular y cultural única, y reclamo turístico innegable. 

Aunque hay quien remite el origen de las procesiones a los periodos de la pasión desde la época de las persecuciones romanas, no existen demasiados vestigios que lo refrenden y, de ser así, permanecerían en los ámbitos más privados de los primeros ritos de los cristianos de vía crucis, en las catacumbas o espacios muy íntimos. Sí se tienen constancia de las procesiones que, con motivo de la celebración de la semana grande tras la cuaresma, tenían lugar durante la Edad Media, con representaciones y Autos de Fe. Es a partir del Concilio de Trento cuando adquieren mayor importancia en la Iglesia Católica, llegando a su máxima expresión con el barroco y la Contrarreforma que se serviría de la belleza de sus imágenes y su exposición para mover a la fe por medio de la emoción y los sentidos.  Incluso Cervantes, en un capítulo del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha refleja la tradición de las procesiones en un famoso pasaje en el que éste, ataca una de ellas:

... don Quijote, porque, sin decir más palabra, sacando la espada, arremetió a las andas. Uno de aquellos que las llevaban, dejando la carga a sus compañeros, salió al encuentro de don Quijote, enarbolando una horquilla o bastón con que sustentaban las andas en tanto que descansaba; y recibiendo en élla una gran cuchillada que le tiró don Quijote, con que la hizo dos partes…

Algunos de los más grandes escultores de nuestra historia se han dedicado al piadoso y particular oficio de la imaginería, lo que hace un auténtico lujo contemplar en movimiento, como si cobrasen vida cada año, esas piezas de incalculable valor artístico de maestros como Martínez Montañés, Juan de Mesa, Alonso Berruguete, Juan de Juni, Pedro Mena, Alonso Cano, Salzillo, Pedro Roldán o su hija Luisa Roldán “La Roldana”, una de las figuras más excepcionales de este periodo y autora, entre otras obras maestras, aunque discutido, de la Virgen de la Macarena, Jacinto Pimentel, y un larguísimo, prolífico y valioso etcétera.  Precisamente desde hace una década, la Junta de Andalucía puso en marcha el programa “Andalucía Barroca” que retoma el impulso de reivindicar este periodo cumbre. Esta cita tiene el objetivo de revisar con carácter global y reivindicar una de las épocas históricamente más importantes para esta tierra. En ediciones anteriores el Congreso Internacional “Andalucía Barroca”, que se desarrolló en la localidad malagueña de Antequera, fue uno de sus hitos. El director general de Bienes Culturales entonces de la Junta, Jesús Romero aseguró en ella que “Tradicionalmente, Andalucía tuvo dos universidades, las de Granada y Sevilla, y en torno a ambas se generaron distintos conceptos del Barroco que se irradiaban a su alrededor”. Mientras se ha investigado y ensalzado con toda clase de estudios en Europa el Barroco, parecía que en España se tenía una especie de complejo al respecto. Sólo en 1927, gracias a un grupo de excepcionales poetas,  con motivo del homenaje a Góngora-que hemos celebrado este diciembre-, se hizo una puesta en valor del Barroco, fundamentalmente del literario. Todo un despliegue que no debería cesar, y un lujo para disfrutarlo esta semana en las calles en las que se mezcla la primavera, el arte, lo divino y lo profano.