Tras cinco años en los que se han sucedido una tras otra todas las fechas históricas y cruciales que es capaz de soportar un país, por fin el próximo jueves 21 llega la madre de todas las votaciones. Son unas elecciones tan tan importantes que por miedo a meter la pata los partidos se han puesto de acuerdo en no decir nada. En la jornada electoral para la que las encuestas auguran la mayor participación de la historia, la mayoría de los catalanes vamos a ir a votar sin tan siquiera unas falsas promesas que llevarnos a las urnas. 

Independentistas y constitucionalistas ya se han dicho en estos infinitos últimos cinco años, todo lo que tenían que decirse, y ahora no se mueven de la fase de reafirmación. Los primeros con su "ahora sí que sí". Y los segundos con "por encima de mi cadáver". Y en medio, aunque en realidad están a un lado, los Comunes con su "sí pero no, sino todo lo contrario, a ver si me entiendes, que me parece que no me estoy explicando bien". Como programa electoral unos presentan un victimismo con fundamento carcelario, y los otros las tablas de la ley como si fueran el mismísimo Moisés recién bajado del monte Sinaí. 

Los periodistas hemos entrado en el juego de preguntar por la nada, con la seguridad de que es la única posibilidad de que nos digan algo. A la pregunta de manual: "Sí ya se ha declarado la independencia y Catalunya no es independiente, ¿qué van a hacer si ganan?" La respuesta es siempre: "implementarla". Pero no se te ocurra interpelar en qué consiste eso, porque te puede salir el Tardà de turno con un "Pues ya veremos". En el bloque constitucionalista los más unionistas responden a todo con un "aplicar la Constitución" y los menos con "intentar, si fuera posible, y si no molesta a nadie, modificarla...algún día". 

Pero todo ha de llegar, también el día 22 de diciembre. Y si los resultados lo dejan todo igual, ni Catalunya ni España van a poder soportar un más de lo mismo hasta el desastre final. Podemos confiar en la suerte de que los líderes políticos jueguen todos el mismo número de lotería, les toque el gordo en bloque, dejen la política y llegue sangre nueva sin tantos prejuicios y deudas, pero las matemáticas dicen que es poco probable. Así que sólo nos queda confiar en una posibilidad sólo un poco más favorable que la de la lotería. 

Siempre pierdo en las porras, y en la que propongo ahora tengo menos confianza que en ninguna otra. Pero vamos allá. ¿Y sí, digo yo, visto que lo que no puede ser no puede ser y además es imposible, los partidos deciden aparcar sus nacionalismos por un tiempo y se agrupan por ideología? ¿Y sí los programas que nadie ha expuesto, que nadie se ha leído y en los que nadie parece que vaya a pensar a la hora de votar, son la solución para empezar a andar en dirección contraria al precipicio? Venga, ahí va mi euro...bueno, cincuenta céntimos.