La llegada de las fiestas navideñas abre un paréntesis de excepción en el gasto energético de nuestros hogares. Es Navidad, celebrémoslo, piensan muchos. Y por supuesto que sí, pero las tradiciones también pueden ser revisadas para adaptarlas a la nueva realidad que nos toca vivir. Una realidad en la que la colaboración ciudadana es imprescindible para alejarnos de los peores escenarios hacia los que nos puede llevar el cambio climático.

Durante estas semanas el consumo eléctrico asociado a la iluminación del hogar alcanza los niveles más altos del año, lo que provoca un aumento de las emisiones de CO2. Y no solo por la considerable reducción de las horas de sol, sino por el alumbrado navideño de las calles, los comercios y los hogares. Una tradición que provoca un importante derroche energético.

Cordones con bombillas de colores, siluetas luminosas de formas navideñas, figuras encendidas, carteles luminosos: todo un amplio y variado despliegue eléctrico para reproducir el ambiente tradicional asociado a estas fiestas. En gran medida se trata de viejas luminarias que se recuperan de un año a otro y que siguen recurriendo al uso de las antiguas bombillas incandescentes, cuya fabricación está prohibida en la UE para luchar contra el derroche energético.

Existen estudios que asocian la exposición de nuestros ojos a la luz directa de los LED’s con diversas alteraciones del organismo

Además, en la mayoría de los casos las instalaciones son provisionales y no atienden a las mínimas normas de seguridad para conducciones eléctricas, por lo que, además del derroche energético, generan un aumento de la electropolución en el hogar. Recordemos que el cableado inadecuado de la luz puede generar campos electromagnéticos de baja frecuencia en el ambiente del hogar, lo que a su vez puede provocar graves alteraciones en el organismo y aumentar el riesgo de accidentes domésticos, sobre todo en las viviendas con niños.

Por otro lado, cada vez son más los expertos que alertan sobre el uso de las lámparas LED. Existen estudios que asocian la exposición de nuestros ojos a la luz directa de los LED’s con diversas alteraciones del organismo: desde malestar, dolores de cabeza, alteraciones de la visión o dificultades para conciliar el descanso hasta otras mucho más severas. Por todo ello, aunque mucho más eficientes que las tradicionales desde el punto de vista energético, la invasión de luces navideñas tipo LED a la que asistimos estos días constituye también un riesgo para la salud. 

En cualquier caso, el dispendio energético de esta tradición es considerable y origina un despilfarro que se puede evitar sin renunciar a disfrutar de la Navidad. Es más, podemos recrear una atmósfera navideña mucho más cálida si atendemos a las alternativas a la electricidad, algo muy común en los países nórdicos, que son los que celebran con mayor entusiasmo la llegada de la pascua.

En las casas finlandesas, noruegas y del resto de Escandinavia la iluminación navideña tiene un protagonista principal: la luz de las velas. La iluminación que generan las llamas oscilantes de las velas suaviza los perfiles y difumina los tonos del hogar, modulando los espacios interiores para hacerlos más acogedores e íntimos por estas fechas.

En la tradición escandinava una vela encendida es símbolo de hospitalidad y de bienvenida, por ello durante estos días los interruptores descansan para ceder turno a los portavelas y los candelabros. Si adoptásemos esa costumbre en sustitución del uso de las tradicionales bombillas navideñas lograríamos un considerable ahorro energético manteniendo la tradición.