La decisión sorpresiva de Pedro Sánchez, expresada en una carta a la ciudadanía, de plantearse meditar hasta el próximo lunes su continuidad o no al frente de la presidencia del Gobierno, puede sorprender a muchos, pero a quien lo conoce bien, no.

Pedro Sánchez ha dado muestras a lo largo de su vida política de ser capaz de tomar las decisiones más arriesgadas -o más políticamente incorrectas- en aras de la coherencia de sus ideas. Ya lo hizo cuando como secretario general del PSOE, Pedro Sánchez presentó la dimisión del liderazgo del partido durante el Comité Federal del 2 de octubre de 2016, tras perder la votación sobre la celebración de un congreso exprés. Lo hizo en coherencia al no prosperar su intento de convocar primarias y un congreso de manera inmediata. Derrotada su propuesta por 132 votos en contra y 107 a favor, tardó solo unos en anunciar su dimisión al mismo tiempo que subrayaba su orgullo por militar en el PSOE.

Pocos días después, el 30 de octubre, y otra vez en coherencia con lo que predicaba, Sánchez dejaba de ser diputado a petición propia al renunciar a su acta y al escaño del Congreso. De esa manera pasaba a ser “un militante de base”. El ex secretario general del PSOE alegó entonces que con su dimisión posibilitaba no “traicionar” su palabra por su “profunda disconformidad” con la resolución del comité federal de facilitar la investidura de Mariano Rajoy. “No iré contra mi partido ni iré contra mi compromiso electoral”, dijo entonces. Luego, días después, se recorrió “todos los rincones de España” en una su campaña de “reconstrucción” del PSOE que lo llevó de nuevo a la secretaría general, ganando las primarias y, desde entonces, consolidándose como líder incuestionable del PSOE.

En su carta, Sánchez, mencionan en distintas ocasiones a la ultraderecha y a la conspiración que junto con el PP, se puso en marcha. Y en ese aspecto, también es rebelde y coherente con su actitud liderada en la UE y desde la presidencia de la Internacional Socialista, de defender los cordones sanitarios contra la extrema derecha. Sin duda es el líder europeo que con más contundencia está advirtiendo de la amenaza de la “constelación” ultra. 

En un país donde no se dimite, sino que se aguanta hasta ser cesado, en un país en el que dimitir es un verbo ruso, Sánchez, entre osado y rebelde, entre resiliente y mago de la política, el secretario general del PSOE ha dado muestras de que sí sabe conjugar el verbo dimitir.

La decisión de hoy de plantearse continuar o no al frente de La Moncloa, seguiría en esa línea de político rebelde pero, de paso, pone frente al espejo a un Feijóo y a un Partido Popular hundido en la estrategia de “La máquina del fango” que mencionaba en su carta citando a Umberto Eco.

Pero como la justicia a veces es divina y otra es poética, (en Portugal llegó tarde para Antonio Costa y los socialistas lusos) una decisión judicial sobre la conducta de su mujer, que no puede ser más que exonerable para ella, pues ni hay caso ni solvencia en la denuncia falsa de un forajido de la extrema derecha, pondrá las cosas en su lugar y la honestidad en su justo término.

No se espera, con la dimensión enorme del asunto, que un supuesto “lawfare” o “judicialización política”, se alineen con una estrategia clara de la derecha y la extrema derecha en unidad espiritual con voceros y antenas barriobajeras, tomen una decisión contraria a lo que parece claro. Porque entonces no estaríamos hablando de “lawfare”, estaríamos hablando de un auténtico “golpe de estado” y nos pondría en la lista de países como Níger o Gabón y a Feijóo a la altura de un general insurrecto como Abdourrahmane Tiani. Y hasta ahí podríamos llegar.

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