A menos de un mes del 21 de diciembre, fecha en la que tendrán lugar las elecciones autonómicas catalanas convocadas de forma excepcional y en virtud del artículo 155 de la Constitución por el presidente del Gobierno español, está claro que el movimiento secesionista, a pesar de sus ya innegables disensiones internas, mantiene inalterable su discurso. A pesar de algún que otro tímido atisbo de autocrítica, insisten en su relato incluso cuando ha quedado probada con hechos incuestionables la rotunda falsedad de todos sus argumentos. En su condición de mentirosos compulsivos se niegan a reconocer el principio de realidad y siguen manteniendo un discurso que se contradice con lo que viene ocurriendo en Catalunya durante estos cinco interminables años de “proceso de transición nacional”.

El idílico e ilusionante viaje a Ítaca prometido se ha convertido en una terrible pesadilla colectiva, hasta el punto que el 60% de la ciudadanía catalana admite que la causa independentista perjudica a Catalunya. Parecería que, conocido un dato tan relevante como este, lo lógico sería que las previsiones electorales fueran de una derrota clara del secesionismo el próximo 21D, pero no es así: las encuestas hasta ahora publicadas, e incluso algún que otro sondeo aún no dado a conocer, mantienen a grandes líneas un mapa electoral catalán con muy pocas diferencias con el actual. Quiere esto decir que las tres candidaturas con las que el secesionismo concurrirá a estos comicios la de ERC liderada por Oriol Junqueras, la de Junts per Catalunya encabezada por Carles Puigdemont, y la de la CUP, con Carles Riera como cabeza de cartel- pueden volver a sumar una nueva mayoría absoluta en el Parlament, a pesar de seguir sin contar con más de la mitad de los votos e incluso con un leve retroceso porcentual. Si este fuese el resultado final de las elecciones del 21D, los independentistas tendrían un reto muy difícil de resolver: si mantienen su apuesta por la unilateralidad y se disponen a implementar la República Catalana ya proclamada, está claro que el Estado recurrirá de nuevo a la aplicación del artículo 155, volverá a cesar al nuevo Gobierno de la Generalitat y regresaremos a la casilla de salida, pasando una vez más de la preindependencia a la preautonomía.

Lo que Catalunya requiere ahora con urgencia son políticos capaces de construir puentes

Todo lo que hemos visto, vivido y sufrido en Catalunya estos últimos meses ha tenido, tiene y desgraciadamente tendrá consecuencias muy negativas para el conjunto de la sociedad catalana, y por extensión también para toda Esaña e incluso para la Unión Europea. En especial desde aquellos plenos del Parlament de los días 6 y 7 del pasado mes de septiembre, de infausta memoria, pero también con la desproporcionada e injustificada represión policial contra los votantes en el sin duda ilegal referéndum de autodeterminación del pasado día 1 de octubre, sin olvidar la vergonzante y nada solemne proclamación parlamentaria de la República Catalana, pasando por la huida a Bélgica del ya expresidente Carles Puigdemont y buena parte de su ya cesado Gobierno, las órdenes de prisión provisional de los presidentes de la Assemblea Nacional Catalana y de Òmnium Cultural, así como de los restantes exmiembros del Gobierno de la Generalitat con su exvicepresidente Oriol Junqueras al frente, sin duda pasarán a la historia de Catalunya como una sucesión incesante de catástrofes de consecuencias hoy todavía imprevisibles y quién sabe si ya poco menos que irreversibles, al menos a corto y a medio plazo.

Los perjuicios que el secesionismo ha provocado en Catalunya son innegables. Los hay tangibles: el éxodo de sedes sociales e incluso fiscales de miles de empresas grandes, medianas y pequeñas; el incremento del paro; el descenso del turismo y también del consumo; el impacto muy negativo en sectores tan importantes para la economía catalana como la restauración, la hostelería, los espectáculos y el comercio; incluso la inesperada derrota de la candidatura de la ciudad de Barcelona como nueva sede de la tan codiciada Agencia Europea del Medicamento... Existen otros efectos intangibles o no tan demostrables del proceso independentista, al menos por ahora: una fractura o escisión social muy profunda que afecta a todo tipo de relaciones personales y grupales, así como la pérdida de prestigio y solvencia de la hasta ahora tan sólida 'marca Barcelona' y la ya constatable reducción de todo tipo de inversiones nacionales e internacionales previstas y que se han quedado en nada.

El 60% de la ciudadanía catalana admite que la causa independentista perjudica a Catalunya

Por esto es del todo punto imprescindible que el 21D triunfen los pontoneros. O los pontífices, que tanto da. Pontoneros y pontífices son constructores de puentes. Lo que Catalunya requiere ahora con urgencia son precisamente esto, políticos capaces de construir puentes que contribuyan a la unión entre los dos bandos ahora enfrentados y aparentemente irreconciliables. Vuelve a ser la hora de la reconciliación, de la necesaria y urgente reconstrucción de la catalanidad democrática, de aquel histórico y hoy desgraciadamente perdido catalanismo político plural y diverso, inclusivo y transversal, basado en el mínimo común denominador de la defensa de los intereses colectivos de todos los ciudadanos de Catalunya en el que puedan convivir y coincidir regionalistas e independentistas, autonomistas y federalistas.

Si no hay pontoneros ni pontífices que reconstruyan puentes, si un bando y otro se empeñan en seguir con su negación del otro, Catalunya entrará, me temo que ya definitivamente, en una confrontación interna que le conducirá, que nos conducirá a todos al desastre.