Bastan solo cerca de un par de horas de vuelo para pasar de una Cataluña traumatizada aún por los criminales atentados terroristas a un destino tan turístico como la siempre fascinante y exótica ciudad de Marrakech, esto es en Marruecos, país origen de todos los miembros del comando yihadista.

El contraste que uno advierte en muy pocas horas es harto elocuente. Por desgracia, cada vez más elocuente. Conviene señalar que no tanto por las evidentes diferencias socioeconómicas existentes entre estas dos sociedades, algo que por suerte para todos cada vez es menor, sino por el significativo crecimiento de las concepciones más integristas del islamismo radical en el conjunto del mundo musulmán, y en concreto en Marruecos.

Por ejemplo, basta observar cómo, en cualquier plaza o calle de la misma ciudad de Marrakech, se advierte un incremento claro del uso del velo, e incluso del burka, por parte de mujeres tanto mayores como también jóvenes, o cómo algunas adolescentes marroquíes recurren ahora al uso del innovador burkini para bañarse de cuerpo entero en la piscina de un hotel.

Porque esta concepción ultra o integrista del islamismo, intransigente y rigorista, es el germen que nutre al yihadismo del que surgen estos nuevos terroristas suicidas. Aunque ahora pueden nacer o no a unos pocos miles de kilómetros de nuestro país e incluso pueden haber nacido, crecido y haber sido educados en una pequeña ciudad como Ripoll, en la mismísima cuna de la Cataluña más ancestral.

Cada vez más el combate humanista y de progreso es y será el de la defensa de la razón, esto es de la Ilustración, contra todo tipo de fanatismo. No solo contra este criminal fanatismo que sirve de base al terrorismo yihadista, sino contra cualquier otro tipo de fanatismo, contra cualquier clase de intolerancia.

De ahí que sea oportuno recuperar el concepto de la intolerancia. Está claro que todas las posiciones ideológicas, políticas, culturales o religiosas no son siempre respetables. Algunas de ellas son pura y simplemente intolerables, porque ellas mismas son intolerables y una sociedad libre puede y debe defenderse de ellas.

Salvémonos, pues, de todos aquellos que pretenden ser nuestros salvadores desde su fanatismo intransigente. Seamos intransigentes siempre con todos los intransigentes, seamos siempre intolerantes con todos los intolerantes. Incluso cuando su intransigencia o su intolerancia no es físicamente violenta, cuando la suya es una actitud de intransigencia o intolerancia moral.

Porque no es necesario volar a Marrakech, en Marruecos, para hallar a especímenes intransigentes o intolerantes. En las mismísimas ciudades de Barcelona y Cambrils, trágicos escenarios de los últimos atentados yihadistas padecidos por nuestro país, o en cualquier otro rincón de Cataluña, ahora mismo hay gente aparentemente normal y pacífica que da muestras alarmantes de intolerancia e intransigencia, de un fanatismo irracional contra el que es imprescindible combatir en nombre de la libertad, con intolerancia con los intolerantes. Me refiero a aquellos individuos, a aquellas formaciones políticas, entidades privadas e incluso instituciones públicas que, bajo la supuesta excusa de la defensa de sus sin duda legítimas posiciones independentistas, promueven un boicot a El Periódico de Catalunya, con ataques intolerables a su director, Enric Hernández, a su redactor Lluís Mauri y a otros periodistas, como Jordi Évole.

Sí: seamos con urgencia intolerantes con todos los intolerantes.