Ahora que destierran la literatura universal del currículo obligatorio en la enseñanza secundaria. Ahora que hace un tiempo que desterraron la filosofía. Cuando la música ya casi no saben qué es los estudiantes de instituto. Precisamente ahora es cuando hay que valorarlo más que nunca: además de luchar para que dejen de aborregarnos, de embrutecer a nuestros hijos, debemos empaparnos de todo lo que huela a cultura. 

Ahora que nuestros políticos no son capaces de decir cuatro frases sin mirar a un papel, y además, se equivocan. En este preciso momento en el que ni siquiera son capaces de sentir, de transmitir una mínima emoción en nada de lo que hacen. Precisamente ahora es cuando debemos darnos cuenta del valor que tienen las personas entregadas en sus trabajos, en sus profesiones, en sus facetas de la vida. Poner el alma en lo que sea que hagamos tiene más valor que nunca si cabe, porque al mundo se le escapa la humanidad por las costuras. 

Ahora que solamente nos interesa lo nuevo. Lo que huele a "limpio". Lo que brilla. Lo que lleva una pegatina que dice "versión mejorada" que viene a ser costar más caro y tener peor calidad. En este preciso momento en que nos dan gato por liebre, cuando la obsolescencia programada es la fecha de caducidad en todo lo que nos rodea, es cuando solamente nos salvarán los Clásicos. 

El viernes tuve la enorme suerte, la gran fortuna, de recibir un regalo muy especial: poder ver la obra de teatro "Sueños", basada en la obra "Los Sueños", de Quevedo. Una versión libre de José Luis Collado, bajo la dirección de Gerardo Vera, y coproducida por CNTC-La Llave Maestra-Traspasos Kultur. 

El regalo me lo hizo Juan Echanove. A parte de invitarme a verle, su interpretación fue para mí algo tremendamente especial. Al terminar la función no pude dejar de aplaudir y la emoción que me produjo lo que vi, hizo que se me saltaran las lágrimas. 

Bestial Echanove en el papel de Francisco de Quevedo. No solamente porque tuviera 39 de fiebre (de esto me enteré después, cosa que todavía da más valor a su trabajo), sino por el increíble texto que es capaz de memorizar e interpretar. Una auténtica barbaridad. Jamás vi nada igual. Ni siquiera podía imaginarlo. Desbordante. 

Un Quevedo en sus últimos momentos que trata de entender todo lo que ha vivido, sufrido, pensado.... las conclusiones a las que llega en el lecho de muerte invitando a pasar por sus pensamientos, aquéllos que escribía como denuncia cuando era un crío. Una aproximación a la muerte, al infierno. Un demonio, interpretado por un magnífico Oscar de la Fuente, que además es Cadernal. Una portera, que es la Envidia; una enfermera que es también su amor Aminta; la Muerte, que es también Doña Fábula.... Judas, el Hombre, un negro.... el Doctor, el Mundo, el Desengaño, el Dinero.... Todos aparecen e invitan al espectador a pensar, a comprender, a interpretar lo que le ocurre a este mundo: sus males, sus demonios, sus vergüenzas, y en definitiva, su enorme hipocresía. 

Hablaba ya Quevedo, allá por siglo diecisiete de feminismo, de racismo, de corrupción, de censura, de usura, de envidia, lujuria, mentira, envidia, honradez, honor. Denunciaba por entonces la terrible hipocresía de la Iglesia, del Estado, del poder que sometía al pueblo. Que lo enterraba en hambre y analfabetismo para seguir robándoles y sometiéndoles. Y le tomaban por loco. 

Hace tantos años ya se machacaba a quien gritaba las verdades. Se le censuraba, se le encerraba, se le obligaba a vivir lejos y apartado de cualquiera que pudiera escuchar sus pensamientos. 

Hoy se le vuelve a enterrar cuando se borran de un plumazo las horas de literatura en los institutos de enseñanza secundaria. Se vuelve a la censura. Se retoman las mismas formas de aquéllos tiempos: embrutecernos y matarnos de hambre para someternos. 

Viendo la labor magistral que hace Echanove en su representación me quedaba claro: tenemos un país lleno de talentos magníficos. De personas capaces de hacer cosas increíbles, emocionantes, dignas, rigurosas y además, comprometidas. Pero por desgracia nos gobiernan los más incapaces, los más insensibles y los menos hábiles para algo que no sea trincar o permitir que otros trinquen. Tal y como sucedía en tiempos de Quevedo. 

Este domingo es la última función, al menos dentro del programa del Teatro de la Comedia (Calle Príncipe, 14). Yo, desde luego, intentaría ver esta barbaridad si me fuera posible. Creo, de corazón, que todo el país debería verla.