A Violeta Gil se la conoce, sobre todo, como poeta y como dramaturga e intérprete de la compañía teatral La Tristura. Acaba de publicar su primera novela, Llego con tres heridas, parcialmente inspirada en su vida como una despedida a su padre, y una manera de entender la comunicación intergeneracional.

¿En qué se parece escribir poesía y escribir teatro? 
Son escrituras muy físicas, relacionadas con la oralidad y sus posibilidades. Para editar los poemas de mi primer libro, leía en voz alta y trataba de entender su sonoridad, de escuchar su sentido más allá de la página escrita. También siento una mayor urgencia en ambas escrituras, trato de responder a cosas que me preocupan en momentos concretos de la vida, y que necesito entender, explorar y compartir con cierta inmediatez. Sin embargo la escritura de la novela, aunque responde también a una necesidad muy clara, tiene un aspecto mucho más pausado, alargado en el tiempo. 

¿Cómo te sientes al desnudarte tanto en el libro? ¿El arte permite a las artistas sanar sus heridas a través de la creación? 
En mis creaciones siempre ha habido mucha exposición, aunque esta tome diferentes formas, pero hasta ahora no había estado tan relacionada con mi historia familiar. Había algo que estaba queriendo ser revelado, y por eso siento que tiene sentido esa desnudez de la que hablas. Es un texto que requería de honestidad y sencillez. La exposición no se nota solo por el tema, creo que, de hecho, se hace más patente por las elecciones respecto al lenguaje, que es bastante sencillo, por las elecciones de vocabulario y por las estructuras gramaticales, cercanas a una oralidad familiar, que responden también a un patrón rítmico muy claro y buscado. 

La novela habla mucho de la muerte. ¿Por qué nos relacionamos tan mal con ella? 

El otro día un amigo citaba a un religioso que hablaba de cómo en occidente tenemos buenas condiciones de vida, pero no sabemos morir, o morimos mal. Es un tema que me obsesiona desde hace mucho. Creo que, más allá del miedo y la negación, del poco espacio que dejamos a lo finito en nuestro día a día, hay un interés, política y socialmente hablando, porque la muerte no entre en el discurso de lo posible. No es productivo tener a una sociedad pensando que quizá debería vivir y actuar de otro modo si entendiera que mañana podemos estar muertos. Rechazamos la idea, nos alejamos de los cuerpos enfermos, nos aferramos a la juventud, y vamos perdiendo armas para enfrentarnos a la muerte de los demás. Evidentemente, no es fácil tampoco vivir pensando en esa finitud, pero creo que cuando está más naturalizada, es más sencillo concentrarse en la vida.