Estas fiestas, habremos pasado una buena parte del tiempo comprando comida, cocinándola y comiéndola. Pero el ciclo no termina ahí, termina en la basura. Ahí irá a parar nada menos que un tercio de lo producido. Así lo ha indicado la FAO (la organización de la ONU para la alimentación y la agricultura), como también que, como consecuencia de ello, son unas fiestas con una importante carga de incongruencia económica. Se produce y se adquiere mucho más de lo que se necesita. Según ha señalado José Esquinas, profesor en la Universidad Internacional de Ciencias Gastronómicas de Pollenzo (Italia), ex directivo de la FAO y ex director de la cátedra de estudios Hambre y Pobreza de la Universidad de Córdoba (España), hemos de “convertir el carro de la compra en uno de combate", porque, según la FAO, unos 800 millones de habitantes pasan hambre en el mundo, y a 17 millones de ellos, el hambre les provoca la muerte, mientras se tiran a la basura 1300 millones de toneladas de alimentos. Solo en España, se desperdician 7,7 millones de toneladas al año, 169 kilos por habitante. En 2020, según la Comisión Europea, el despilfarro ascenderá a 126 millones de toneladas de alimentos en el conjunto de la Unión. Debido a problemas en la recolección, almacenamiento, embalaje, transporte, infraestructura o a los mecanismos de mercado, o de los precios, así como a los marcos institucionales y legales, se desforestan 15 millones de hectáreas anualmente, se cultivan 1.400 millones de hectáreas -28 veces la superficie de España- para producir alimentos que se estropea o se desperdicia antes de ser consumido por las personas, se gasta energía equivalente a 300 millones de barriles de petróleo y se utiliza una cuarta parte del agua destinada a agricultura.

Hay muchos tipos de desperdicio

Los plátanos recolectados que se caen de un camión, por ejemplo, se consideran pérdida de alimentos. Cuando los alimentos son aptos para el consumo humano, pero no se consumen debido a que se deja que se estropeen o son descartados por los minoristas o los consumidores, se llama desperdicio de alimentos. Esto puede deberse a las reglas de etiquetado de fecha de caducidad rígidas o mal entendidas, o a prácticas de almacenamiento, compra o de cocina inadecuadas. Por ejemplo, cuando un establecimiento tira a la basura una caja de bananas porque tienen manchas marrones, se considera un desperdicio de alimentos. En suma, denuncia la FAO, se trata de una pérdida de mano de obra, agua, energía, tierra y otros insumos utilizados en la producción de esos alimentos. Es un tema que, asegura la organización, atrae un creciente interés y suscita actuaciones a nivel mundial. Gobiernos, instituciones de investigación, productores, distribuidores, minoristas y consumidores, tienen enfoques diferentes sobre el problema, sus soluciones y la capacidad de realizar cambios.