La sociedad, con sus modas y tradiciones, influye y mucho en nuestras decisiones individuales, en nuestra libertad, en nuestros destinos personales. Por ejemplo, en la decisión de ser o no madre: ¿Impera todavía, en los países con economías de mayor renta, en pleno siglo XXI y con las tasas de natalidad en descenso (la ONU calcula que la tasa de fecundidad en el mundo pasará de 2,5 niños por mujer en el período 2010-2015 a 2,4 en el período 2025-2030 y a 2,0 en 2095-2100), una mitificación de la maternidad, que presiona a las mujeres a tener hijos? Una serie de movimientos, como NoMo (No Mother) o Malas madres, que han ido cobrando fuerza en seguidores en los últimos meses, parecen sugerir que sí, aunque a veces el icono roce más el producto comercial que el debate trascendente. Aunque sí hay aportaciones en este segundo terreno, donde seguramente todo comenzó con el polémico libro Madres arrepentidas (2016)de la socióloga israelí Orna Donath, que abordaba el tema tabú de las mujeres que se arrepienten de haber tenido hijos. También la periodista María Fernández-Miranda ha investigado a las No Madres en su libro homónimo, No madres, recogiendo testimonios de mujeres que nunca han querido tener hijos, como Maribel Verdú; que lo intentaron y no se quedaron embarazadas, como Rosa Montero; y que no los tienen porque su vida no ha evolucionado por ese camino, como Alaska. Y como conclusión de todas estas conversaciones, la autora extrae que en los últimos años ha habido una involución, y el postulado tradicional que tiene a la maternidad como la quintaesencia de la personalidad femenina ha recuperado, al menos parcialmente, la garra que tenía hace años.

Preguntas incómodas si una no es madre

Y es que, según se explica en el libro de la mano de estas protagonistas, cuando la galerista Soledad Lorenzo (nacida en 1937) era joven, se veía con recelo lo de no ser madre. Pero Rosa Montero o Alaska, de la generación posterior, afirman en cambio que las criaron para sentirse libres de depender de la maternidad como elemento clave para realizarse. Y sin embargo, Maribel Verdú o Mamen Mendizábal, algo más jóvenes, cuentan que perciben una presión no solo por tener una carrera profesional, sino también compatibilizarla con la maternidad, que nos lleva a hacer a las mujeres preguntas incómodas como por qué no eres madre o por qué no tienes pareja.

La crisis económica empuja a la reivindicación

En la misma línea, Silvia Nanclares, autora de la novela Quién quiere ser madre, ha expresado que se produce la paradoja de que a las nacidas desde finales de los años 70, se les han ofrecido las condiciones necesarias para tener las mismas oportunidades profesionales que sus hermanos, con un sistema del bienestar que ahora ha saltado por los aires (lo cual explica en parte estas reivindicaciones por la maternidad realista), pero no se las ha librado de la presión y responsabilidades que supone ser madre y tener hijos, porque la igualdad real (que no formal, esto es, sí se ha avanzado desde el punto de vista normativo) todavía no se ha instalado ni en la pareja ni en la sociedad. Y así, se obliga a que las madres tengan una adhesión incondicional a sus hijos, en el sentido de que no solo tienen que ser perfectas como madres, sino a que sea tabú quejarse de lo que ser madre conlleva, y se crean una suerte de gafas de aumento que mitifican la maternidad como algo especial, único y maravilloso que lleva a un estado de felicidad, lo que además no solo puede conllevar sentimientos de culpa o insatisfacciones personales, sino también conflictos en las parejas, que no hablan sobre lo que quieren hacer cuando llegue la primera criatura, cómo se van a organizar como pareja para que no se genere una sobrecarga de la madre.

Seguimos sin conciliar

Pongamos, en este sentido, el ejemplo de España. Según el reciente estudio La infecundidad en España: tic-tac, tic-tac, tic-tac, del Centre d’Estudis Demogràfics de la Universitat Autònoma, una de cada cuatro mujeres de la generación del 75 renunciará a la maternidad debido no a falta de instinto, sino a las dificultades laborales, como la alta tasa de desempleo y precariedad (que se ceba especialmente en las mujeres), o la falta de apoyo público: la crisis económica ha paralizado ayudas como el cheque-bebé de Zapatero, y aunque los permisos de paternidad se han aumentado en un mes para los padres, según los datos que arroja el estudio10 años después de la Ley de Igualdad. Retrato de una crisis, elaborado por Concilia2, hoy siguen siendo las mujeres las que, en un 84% de los casos, solicitan quedarse en casa a cuidar a los niños. Por otro lado, al margen de las desgravaciones fiscales, el único estímulo económico que reciben las madres que trabajan son los 100 euros al mes durante los tres primeros años de vida del niño.

Presión para la generación sandwich

Ante este panorama, las mujeres no solo son las principales responsables del cuidado de los hijos (tengan o no pareja), sino que también tienen que trabajar y desarrollar sus carreras profesionales, deben ocuparse de los mayores de sus familias (muchas veces a la vez que cuidan a los hijos pues la maternidad en España es cada vez más tardía: de ahí que se la llame la generación sándwich), sin que finalmente les quede tiempo para sí mismas. Para colmo, se denuncia un deterioro cada vez mayor de la enseñanza pública, que lleva a algunas familias a tener que optar por la concertada o privada, y por supuesto las reticencias de algunas empresas a facilitar la conciliación, que lleva a las familias a estar poco protegidas. España es también, junto con Italia, aquel donde las mujeres se embarazan más tarde, a los 30,6 años de media. Y aquí detonan otras polémicas como la de los tratamientos de fertilidad y la maternidad subrogada. Pero eso, lo dejamos para otro día.