No se puede decir que tengan hordas de fans, especialmente en verano y en zonas tropicales, cuando y donde más proliferan y nos pican, con lo que no solo nos afectan a la piel sino que transmiten enfermedades que pueden ser mortales, como la malaria, el denge o el zika, desencadenando más de 700.000 fallecimientos al año. Pero si los mosquitos, y los insectos en general, desaparecieran de la faz de la tierra, tendríamos problemas todavía más graves.

Y es que las más de 3.000 especies de mosquito que pueblan la tierra (unas 200 son las que nos atacan a los humanos) cumplen una labor polinizadora muy importante, cerca del 80% de las plantas que cultivamos dependen de los polinizadores, y su ausencia podría implicar transformaciones en los ecosistemas. Además, nos eliminan residuos, la fauna invertebrada actúa como controladora de plagas y contienen moléculas que se utilizan para hacer nuevos fármacos (antibióticos, antisépticos, antivirales y antitumorales), y sirven de alimento a peces o pájaros.

Y sí, está pasando. Con los insectos en general. Según un estudio hecho al alimón entre la Unión Europea y la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), casi un tercio de las especies de ortópteros que evaluó la investigación (saltamontes, grillos y chicharras, entre otros) están amenazadas, algunas en peligro de extinción. Wolfgang Wägele, director del Instituto Leibniz de Biodiversidad Animal (Alemania), se refirió a ello, en Science, como el “fenómeno parabrisas”, por el cual los conductores pasan menos tiempo limpiando sus coches de los insectos que se les estrellan contra la parte frontal del vehículo. La Sociedad Entomológica de Krefeld, en Alemania, ha constatado que la biomasa de insectos ha disminuido un 80% desde 1989.

Entre las causas de esta despoblación, la contaminación, el uso extendido de pesticidas y hasta la contaminación lumínica, que desorienta sobre todo a especies como las luciérnagas, que tienen actividad nocturna.