Primero televisó su sufrimiento y ahora está televisando su gozo. La actriz, empresaria y bióloga Ana Obregón nunca tuvo empacho en comerciar con sus emociones, un lucrativo comercio cuya última transacción habría sido la presunta venta de la noticia del nacimiento por encargo de una hija que también es su nieta biológica.

Como sucede con todos esos personajes que, a tanto la hora, airean su intimidad y sus afectos en los programas de Tele 5, la obscenidad en la conducta de Obregón es haber convertido un dolor y una felicidad estrictamente privados y merecedores de todo respeto en un espectáculo que, se mire por donde se mire, apesta a egolatría, liviandad y tal vez codicia.

Refresquemos sucintamente los hechos: Ana Obregón alquiló en Miami el vientre de una norteamericana de origen cubano para gestar a una bebé cuyo padre biológico es el hijo fallecido de la actriz, flamante abuela según la biología y anciana madre según la ley. Obregón habría vendido a la revista Hola! la exclusiva del feliz acontecimiento y unos días después la revista Lecturas, competencia de la primera, desvelaba sin empacho la identidad de la gestante, cuya imagen a toda página abría la portada de su último número.

¿Lo que hacen Hola! y Lecturas al publicar estas primicias es periodismo? Puede decirse que sí, que lo suyo es hacer periodismo, pero del mismo modo que puede decirse que combatir como mercenario en una guerra es hacer ejercicio físico. Dejémoslo en que lo sustantivo en ambos casos es el comercio, no el periodismo ni la gimnasia. Lo más probable es que Hola! le apoquinara un buen dinero a la abuela rica y que a su vez Lecturas haya hecho lo mismo con la mamá pobre

Aunque no necesariamente otorga la razón a quien lo padece, el dolor ajeno es siempre respetable. No obstante, empieza a dejar de serlo cuando por infantilismo, vanidad o avaricia la víctima comercia con él. La voluntad del hijo fallecido de ser padre o el antojo de su madre de ser abuela son perfectamente respetables, aunque estén, eso sí, muy lejos de ser un derecho; intentar darles cumplimiento burlando las leyes del propio país ya es menos respetable; comerciar con aquella voluntad y este deseo no lo es en absoluto.

Por lo demás, la pregunta para la que todavía no tenemos bien armada una respuesta, y por eso hemos venido aparcándola hasta ahora, es esta: dejando a un lado el aspecto mediático-comercial del asunto, lo que ha hecho Obregón, ¿está bien o está mal? ¿Es éticamente aceptable que las ricas alquilen los vientres de las pobres para que estas paran los hijos que aquellas no pueden parir? Recalquemos como premisa que tomarse en serio la posibilidad de que haya mujeres que alquilen su vientre por filantropía o por caridad es hacerse trampas al solitario: tales mujeres puede que existan pero el porcentaje de las mismas es infinitesimal.

Aun siendo perfectamente legal en no pocos países, hay en la gestación subrogada algo moralmente viscoso, una especie de obscenidad desconcertante, inaudita, una aprensión indescifrable y remota, una oscura indecencia que de algún modo se multiplica cuando la madre adoptiva no solo no es joven sino que directamente ronda la ancianidad.

Pese a todo, no falta quien intenta llevar el agua a su molino aduciendo con malicia que si, como ha sostenido históricamente el feminismo, la mujer es dueña de su propio cuerpo para interrumpir libremente un embarazo no deseado, por qué no habría de serlo para quedarse embarazada por encargo… y cobrar por ello. Cierto que no es lo mismo: al fin y al cabo, en cuestiones de moral hay pocos casos y situaciones que sean exactamente iguales, pues lo propio de la moralidad es su casuística inagotable, y de ahí que haya ser muy cuidadoso al equiparar casos y situaciones. Pero aun no siendo lo mismo abortar libremente que parir por contrato, el debate no debería ser soslayado. Como diría el mafioso Johnny Caspar de 'Muerte entre las flores', interesante cuestión ética.

Mientras, nuestro culebrón nacional quedaría redondeado y listo para arrasar en prime time en las televisiones de medio mundo si el óvulo fecundado en Miami por los espermatozoides de Aless Lequio Obregón fuera… ¡¡¡de la abuela!!! ¿Incesto de ultratumba? Bueno, ¿y por qué no? A fin de cuentas, lo del incesto es solo un vetusto y anticuado tabú cuyas contraindicaciones genéticas podrían ser fácilmente neutralizadas por la acción concertada de la Ciencia y el Dinero, la doble divinidad que nuestro siglo idolatra con no menos devoción con que las centurias del pasado veneraban a los dioses primigenios.

Ni el guionista más cínico y desprejuiciado habría sido capaz de imaginar una historia donde madre viva e hijo muerto concibieran conjuntamente una bebé que fuera simultáneamente hija y nieta. El momento cumbre de ‘Chinatown’ es cuando la protagonista Evelyn Cross, que interpreta Faye Dunaway, admite entre lágrimas de furia y de vergüenza que la desventurada Katherine es su hija… ¡y es su hermana!, pues fue fruto del incesto cometido por su padre Noah Cross. Por supuesto, de no haber optado Obregón por comerciar tan impúdicamente consigo misma y con su familia, no nos habríamos atrevido a bromear tan groseramente con la inverosímil y disparatada ‘hipótesis Chinatown’.

Tal vez haya sido únicamente el amor a su hijo fallecido lo que la ha llevado a dar el comprometido paso de convertirse en madre a una edad tan avanzada. En todo caso, Obregón ha convertido su amor en un circo y corre el riesgo de convertir a su hijanieta en un títere de feria contra el que, apenas empiece a tener uso de razón, los vastos ejércitos de ignorantes que acampan en las redes sociales se apresurarán a disparar sus repugnantes e indocumentados gargajos verbales. Si tal cosa sucediera, allí estarán los Hola!, los Lecturas y los Tele 5 para informar puntualmente de ello.