La lucha por el voto derechista se ha convertido ya en un despropósito. Con la novedad de Vox en el mapa político español tras su reciente fuerte irrupción en Andalucía, tanto el PP como Ciudadanos parecen empeñados en rivalizar con la nueva formación de la extrema derecha. El uso y abuso, en especial por parte de Pablo Casado y Albert Rivera, pero también de otros dirigentes y candidatos de sus formaciones, de un lenguaje insultante y descalificador, plagado de todo tipo de infamias e injurias, es una demostración lamentable de un combate que tiene como permanente denominador común la utilización de un lenguaje zafio, barriobajero, vomitivo y miserable, basado siempre en el exceso de testosterona.

Se hace cada vez más difícil poder diferenciar lo que dicen Pablo Casado, Albert Rivera y Santiago Abascal. Los tres, así como muchos otros miembros de sus partidos, tienen como único objetivo político el intento de situar a Pedro Sánchez, y con él a todo el PSOE, fuera del constitucionalismo, fuera de la democracia. Que este sea el lenguaje de un líder ultraderechista como Abascal tiene su lógica, pero me parece inconcebible que tanto Casado como Rivera se empeñen en rivalizar con él. Fracasarán en su intento, porque puestos a votar a la derecha más extrema, los votantes españoles prefieren y preferirán al original, al genuino pata negra de la ultraderecha hispana, y éste es y será Santiago Abascal, al menos por ahora.   

A Pablo Casado y Albert Rivera les convendría analizar muy bien las encuestas. Aunque abominen ambos de las previsiones demoscópicas, y muy en concreto de las del CIS, cuando tantos sondeos coinciden en sus vaticinios deberían recapacitar si realmente les conviene seguir en sus escaladas imparables de vómitos verbales. Si les conviene no ya por sus propias convicciones e incluso por su tantas veces proclamada defensa del vigente sistema de nuestro Estado social de derecho establecido en la Constitución de 1978, sino hasta por sus mismos intereses electoralistas a corto e incluso a medio plazo. Una de las encuestas más recientes, la realizada por GESOP y publicada esta misma semana por El Periódico de Catalunya, no solo prevé una rotunda victoria al PSOE, con entre 128 y 132 escaños -el CIS le da entre 123 y 138-, frente a los entre 84 y 87 del PP -según el CIS, entre 66 y 76-, los entre 48 y 50 de Ciudadanos -entre 42 y 51 para el CIS-, los entre 30 y 32 de Unidas Podemos -según el CIS, entre 33 y 41- y los entre 21 y 23 de Vox -entre 29 y 37 para el CIS-, sino que advierte que el pacto de investidura preferido es el del PSOE con UP -48,9%-, seguido a distancia por el del PP con Cs -45,3%-, por el del PSOE con -Cs 42,9%-, por el del PSOE con UP y los nacionalistas -37,0%-, y solo el 27,1% prefiere el pacto entre PP, Cs y Vox. Todavía más: mientras que los votantes de todos los otros partidos rechazan de forma muy amplia este hipotético pacto entre las tres derechas -por otra parte, imposible hasta ahora según todas las encuestas conocidas, ya que las sumas de estos tres partidos quedan en cualquier caso muy lejos de los 175 escaños necesarios para la obtención de la mayoría absoluta, con máximos muy improbables de hasta 164 o 160 diputados-, mientras que el PSOE partiría de unos apoyos mínimos que parten de los 180 y pueden llegar fácilmente hasta los 205.

Pablo Casado y Albert Rivera pueden seguir con tozudez digna de mucha mejor causa su lucha a cara de perro por afianzarse como Macho Alfa de las derechas hispánicas, pero con ello se condenan de forma irreversible a una muy dilatada estancia en las bancadas de la oposición. En el Congreso de Diputados y sobre todo en el Senado. Eso sí, juntos y revueltos con Vox. Como en la madrileña plaza de Colón. Que recuerden, tanto Casado como Rivera, que después del 28-A vendrá el 26-M, y que el mapa político español puede dar un gran giro hacia la izquierda. Si este es su propósito, mis más sinceras felicitaciones. Y mi agradecimiento, claro está.