Aunque parezca mentira, en Barcelona estos días se habla también del futuro desde un punto de vista que no tiene nada que ver con la independencia, ni con Puigdemont, ni con Rajoy. En el IoT Solutions World Congress nos encontramos con Jonathan Ballon, el máximo responsable de Intel para Internet de las cosas [IoT]. Con él hablamos de las nuevas tendencias y lo que nos encontraremos en un mundo en el que prácticamente cada “cosa” estará conectada a Internet.

Nos habla de un mundo conectado, en el que los datos permitirán desde reducir el crimen y los accidentes de tráfico, hasta mejorar la calidad del aire que respiramos. Un futuro cercano lleno de vehículos autónomos y todo tipo de cámaras y sensores, en el que las estaciones meteorológicas han reducido su tamaño a una centésima parte y cuyo coste es un diez por ciento del de las actuales.

Durante quince años la teoría ha sido que el valor estaba en la nube. Pero eso no es verdad

Ballon nos recibe rápido de sonrisa, solo una manzana ante sus manos, a pesar de que la bandeja de montaditos que nos hace de frontera invita a ser menos frugal. A un lado, con la corrección proverbial en los anglosajones de la que los mediterráneos deberíamos aprender, un teléfono móvil de última generación.

El mundo conectado del que nos habla presenta infinidad de retos. El más obvio, el de la seguridad. Pero no es el único. La cantidad de datos que hay que analizar es tan masiva, que los modelos están cambiando a toda velocidad. “Durante los últimos quince años, la tendencia ha sido llevar todo a la nube, porque económicamente es mejor y los servicios son mejores. La teoría ha sido que todos los datos se moverían a la nube, el análisis tendría lugar en la nube y, por tanto, todo el valor estaría allí”, afirma Ballon. “Pero eso no es verdad. Hay montones de aplicaciones que exigen mayor seguridad, mayor capacidad de computación, más análisis. Y son aplicaciones que están en el edge [es decir, en el extremo de la red, cerca del origen de los datos]. Encontramos muchos ejemplos en los que eso está sucediendo en el edge, en la red y en la nube: en toda la arquitectura”.

Los coches autónomos van a tener más capacidad de proceso que un pequeño data center

En la arquitectura de sistemas distribuida reside, a su juicio, la clave de lo que va a suceder en el futuro. “Los coches autónomos van a tener más capacidad de proceso que un pequeño data center [centro de proceso de datos], así como conectividad y aplicaciones para los sensores”. La necesidad de gestionar la información recogida por muchos y muy diferentes dispositivos de forma inmediata, es lo que hace imposible trasladar un buen número de aplicaciones a la nube. “Es demasiado caro y, además, necesitas análisis en tiempo real”. La teoría puede ser aplicada también a las líneas de fabricación, en las que la sincronización entre los robots hace que la latencia de llevar los datos a la nube para ser analizados y devueltos, sea un lujo que nadie se puede permitir, puesto que el proceso debe realizarse en nanosegundos.

Inteligencia artificial

Como no podía ser de otra manera, Ballon apunta al desarrollo de la inteligencia artificial como una de las soluciones para la gestión de la cantidad casi inimaginable de datos –y proceso de los mismos- que implicará el desarrollo del Internet de las cosas. “El análisis de imágenes y el reconocimiento de voz son dos ejemplos de avances en cosas que son muy complejas y en las que ahora mismo [los robots] son mejores que los humanos”, explica. Una evolución que ha sido posible gracias a las capacidades de la nube. Ejemplos como Alexa de Amazon, Siri de Apple o Google Assistant ponen de manifiesto la capacidad de los sistemas para aprender. “Cuantos más datos tenemos, más mejoran los sistemas y procesos”.

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La interacción entre personas y máquinas también está inmersa en un proceso de cambio. “Hemos aprendido mucho con la realidad virtual y los gestos. Pero la voz será la killer application”. Y, aunque los robots asumirán gran parte de las funciones de los humanos, “la inteligencia artificial va a crear muchos puestos de trabajo”, asegura.

Con tal cantidad de dispositivos en la red, la seguridad –como decíamos al principio- se convierte en el reto obvio. Por ejemplo, ¿cómo vamos a garantizar que una simple bombilla –que estará conectada a Internet- no supone una amenaza para los sistemas de una empresa? Ballon considera que será preciso crear algún tipo de certificación que garantice que la cosa en cuestión no supone un riesgo.

Seguridad y privacidad

Según él, se trata de dos problemas en uno. Por un lado “cómo mantenemos todos esos dispositivos seguros; y, segundo, cómo automatizamos el proceso de desplegarlos y mantenerlos actualizados”. Todo, con el objetivo de eliminar el factor humano, que ha demostrado ser la pieza más débil del engranaje de seguridad informática. “Una de nuestras mayores vulnerabilidades en Internet de las cosas son las contraseñas y nombres de usuario por defecto que la gente no cambia”.

Además, hay que mantener la privacidad. La necesidad de validar la seguridad de un dispositivo no implica saber de qué dispositivo concreto se trata, sino solo si cumple con los parámetros establecidos, para garantizar que no suponga un riesgo para la red.

Como no podría ser de otra manera, Intel cuenta con una solución al respecto. Se trata de “Secure Device Onboard”, una tecnología que permite instalar y garantizar la seguridad de los dispositivos de Internet de las cosas de forma rápida y eficaz. “Lo que antes nos llevaba veinte minutos por dispositivo, ahora podemos hacerlo en segundos con miles de ellos”, explica Ballon.

La solución se completa con Enhanced Privacy ID, un hardware incluido en “el silicio” que autentifica al dispositivo de forma anónima. “Es similar a una clave encriptada. La diferencia es que la mayoría de las claves son una-a-una y esta es una-a-muchas”.