Nuestra historia de hoy es muy similar a otras historias telescópicas de emprendimiento y startups. Tiene todos los elementos clave de una de ellas: dos compañeros de trabajo que identifican una oportunidad de negocio en su sector y que se ponen en contacto con un amigo para que aporte el conocimiento tecnológico.

Sus nombres son Miguel, Borja y Carlos y son los fundadores de Micappital. Y ellos sí que pueden presumir de ser disruptivos desde el punto de vista más académico. Clayton Christensen, que fue quien desarrolló el concepto de este tipo de innovación, explica que un disruptor entra al mercado por la parte baja de los segmentos de clientes, los menos rentables, que tradicionalmente son olvidados por las empresas bien establecidas. La otra opción para hacerlo es crear nuevos mercados.

Christensen lo explica con el ejemplo del PC, “al que los fabricantes de ordenadores de la época no prestaron atención porque se dirigía a gente que no los usaba”. Y especifica que hay tres claves para hablar de disrupción: un nueva tecnología que facilita la aparición del producto o servicio, un modelo de negocio innovador, diferente a los tradicionales y un ecosistema en el que todas las partes [clientes, proveedores, distribuidores, etc.] se benefician del nuevo producto o servicio.

Para los bancos no es rentable tener asesores para importes tan bajos

Miguel Camiña, CEO y cofundador de Micappital

Miguel Camiña, CEO y cofundador de Micappital

Ejemplo perfecto
Eso es precisamente Micappital. Miguel nos cuenta cómo, cuando él y Borja eran compañeros de trabajo en una entidad de banca privada, “nos dimos cuenta de que en grandes patrimonios había mucha competencia y se ofrecían buenos servicios y buenos productos. Pero cuando te sales de esos rangos de patrimonio, la gente estaba abandonada. De hecho, mucha gente nos llamaba: oye, tú que estás en banca privada, quiero invertir cinco mil o diez mil euros, ¿qué harías, dónde los meterías?”.

Miguel explica que “para los bancos no es rentable tener asesores para importes tan bajos, así que decidimos apostar por la tecnología. Ahí es donde se incorpora nuestro tercer socio fundador, Carlos Bernabeu, que es ingeniero informático”.

Ambos habían sido compañeros de colegio, así que Carlos estaba al tanto del proyecto: “Ha sido emprendedor, ha montado varios negocios y sabía. De hecho, nos ayudaba mucho cuando diseñamos Micappital y cómo tenía que ser la tecnología. Estuvo en todo el proceso de desarrollo y cuando decidimos montarlo, se unió al equipo”.

Somos el único asesor a éxito que hay: solo cobramos si hacemos ganar dinero al cliente

A éxito
Es decir, ya tenemos una tecnología que permite dar servicio a un segmento de mercado bajo, abandonado por los grandes players. Pero hace falta un modelo de negocio que también se desmarque del tradicional. Por supuesto, también lo tienen: “Somos el único asesor a éxito que hay: solo cobramos si hacemos ganar dinero al cliente”.

Eso permite “poder ayudar a invertir a cualquier persona, independientemente de la cantidad de dinero que tenga, de la forma más transparente y limpia posible, sin comisiones ocultas ni incentivos”, explica Miguel. De hecho, asegura que tienen clientes con tan solo cien euros.

Queríamos tener la libertad de recomendar lo que queramos

Nada tradicional
Según nos cuenta, querían “salir un poco de lo que es la banca y el asesoramiento tradicionales, en los que vendes un producto y cobras una comisión. Hacerlo súper disponible y transparente”.

Además, ya que lo iban a montar de cero, “queríamos que fuese lo más limpio posible, que el cliente entienda que todo lo que le vamos a recomendar es por su bien y que nos dé la libertad de poder recomendar lo que queramos cuando queramos y la cantidad que queramos”.

Las entidades incrementan las ventas de sus productos a través de un tercero

Un ecosistema equilibrado
Pero, para poder ser verdaderamente libres a la hora de asesorar, era importante no contar con productos propios. Realizan sus recomendaciones en base a las entidades con las que ya trabajan los clientes, de forma que para estos supone una ventaja añadida, puesto que no tienen que transferir fondos a Micappital ni a ninguna otra entidad.

Y aquí es donde entra la tercera pata del modelo de Christensen: todo el ecosistema se beneficia, porque los clientes solo pagan si se generan beneficios y las entidades incrementan las ventas de sus productos a través de un tercero.  

Decidimos que lo primero que teníamos que tener era alineado al regulador

Un camino difícil
Pero llegar hasta aquí no ha sido fácil, en especial en un sector tan regulado como el financiero. “El primer paso más complejo de todos fue solicitar la autorización a la CNMV para ser una entidad regulada de asesoramiento financiero. Lo hicimos el primer año porque creíamos que había que empezar con el estándar de calidad más alto posible”, recuerda Miguel.

En eso también se distancian del mundo de las startups, en el que “muchas veces quieres primero probar el mercado y ver si funciona y luego ya decides si te regulas o luchas contra el regulador. Nosotros decidimos que ese no era nuestro camino, que lo primero que teníamos que tener era alineado al regulador”.

No fue sencillo, pero al final mereció la pena. “Es un sello de calidad: podemos asesorar a un cliente con cien euros con todas las de la ley, como si estuviera invirtiendo un millón de euros, con la misma calidad de producto y de servicio y de atención. Y de cara al cliente da mucha tranquilidad”, razona.

Estamos atrayendo a gente que no se había planteado nunca invertir

Inversión sostenible
Ahora acaban de lanzar Micappital Eco, un asesoramiento en inversiones de impacto y sostenibles: “El cliente puede invertir su dinero en productos que están mejorando el mundo o cuidando el planeta. Y ver el impacto de ese dinero que está invirtiendo”.

Panel de Micappital Eco

Eso les ha permitido abrir un nuevo segmento de mercado: “Hemos descubierto que gente que no estaba interesada en invertir, porque no le parecía atractivo el sector, sobre todo perfiles más alejados del mundo financiero, han decidido hacerlo; pero no por la rentabilidad, sino para que el dinero -en vez de estar parado- esté mejorando el planeta. En el momento en que lo necesite, lo saco y lo gasto. Y, si me da rentabilidad, mejor”.

La consecuencia es que “estamos atrayendo a gente que no se había planteado nunca invertir”. Con un foco que no es ni más rentable ni menos que el tradicional: “Es una inversión diferente. Muchas veces hay este debate entre quienes no tienen inversión sostenible y dicen que buscan rentabilidad y el que la tiene defiende que puede ser igual de rentable. Nosotros con un prisma independiente y con el foco más alejado decimos que son inversiones distintas”.