En El Telescopio no nos cansamos de recoger testimonios de personalidades de distintos ámbitos que advierten de que se nos está acabando el tiempo para detener el cambio climático. Ya avisamos que seguiremos haciéndolo hasta que quienes tienen que tomar cartas en el asunto -que en realidad somos cada persona, no solo la política y las empresas- se pongan en marcha.

Hoy le toca el turno al Fondo Monetario Internacional [FMI], que no es la primera vez que llama la atención sobre el asunto, como hemos reflejado desde El Telescopio. Su directora general, Kristalina Georgieva, en la última edición de la publicación de la institución Finance & Development [finanzas y desarrollo] pone como ejemplo el desarrollo de la vacuna contra el Covid-19 en un tiempo récord y afirma: “Es crítico que actuemos con la misma determinación para afrontar el cambio climático y poner en práctica con rapidez políticas que marquen la diferencia”.

El mundo necesita librarse de todos los subsidios a combustibles fósiles, equivalentes a más de 5.000 billones de dólares al año

Cambio económico

Lo primero que necesitamos, según sus palabras, es que el mercado se adapte a la nueva economía del clima, en lugar de oponerse a ella. “Por muy políticamente retador que sea, el mundo necesita librarse de todos los subsidios a combustibles fósiles, equivalentes a más de 5.000 billones de dólares al año”, que califica de “aún mucho más costosos para nuestro futuro”.   

El objetivo es establecer políticas de precios al carbono que “ayuden a redirigir la inversión privada y la innovación hacia tecnologías limpias y a fomentar la eficiencia energética”. Y, como ella misma señala, no tenemos alternativa: “Sin eso, simplemente no podemos alcanzar los objetivos de los Acuerdos de París”.

Según su criterio, el precio al carbono debería situarse en una media de 75 dólares por tonelada en 2030, “muy por encima de los actuales 3 dólares por tonelada”. Para conseguirlo, “que los mayores emisores se pongan de acuerdo en un precio suelo internacional para el carbono sería un buen comienzo”.

Más inversión verde

Pero no basta con eso: “Tenemos que incrementar las inversiones verdes”. El equipo de investigación de la institución estima que esa medida podría hacer crecer el PIB mundial en un 2 por ciento esta década “y crear millones de nuevos puestos de trabajo”. Se espera que, de media, alrededor de un 30 por ciento de las nuevas inversiones procedan de fuentes públicas, “lo que hace que sea vital movilizar la financiación privada para el resto”.

Georgieva asegura que es preciso “trabajar para conseguir una transición justa hacia una economía baja en carbono, dentro de y entre países”. Su propuesta es, “por ejemplo, usar los ingresos procedentes del precio del carbono para transferencias de efectivo, redes de seguridad sociales, formación y demás, para compensar a los trabajadores y las empresas en los sectores de altas emisiones afectados”. Algo que ya ha puesto en marcha Alemania y que está previsto en el Mecanismo de Transición Justa de la Unión Europea.

 Los países más pobres son los que menos han contribuido al cambio climático, pero son los más vulnerables a sus efectos

La cooperación, clave

La directora del FMI hace hincapié en la necesidad de cooperación entre países. Considera que esta lucha contra el carbono “requerirá apoyo financiero y transferencia de tecnologías verdes”.

Sobre todo, porque “los países más pobres del mundo son los que menos han contribuido al cambio climático, pero son los más vulnerables a sus efectos y los menos capaces de cubrir el coste de la adaptación”. Por eso, “las economías desarrolladas deben cumplir con su compromiso de aportar 100.000 millones de dólares al año para financiación climática en el mundo en desarrollo”.

Existe una creciente toma de conciencia de que los riesgos y costes económicos del cambio climático han sido infravalorados

Potencial para el conflicto

Según el FMI, “existe una creciente toma de conciencia de que los riesgos y costes económicos del cambio climático han sido infravalorados”. De hecho, asegura que, de no actuar de forma rápida, “el cambio climático podría desplazar a cientos de millones de personas, la mayoría en el mundo en desarrollo, lo que hace que se incremente el potencial para el conflicto”.

Por lo menos, las perspectivas son halagüeñas en algún sentido: “Gracias a los avances tecnológicos, el coste de la energía renovable está bajando, lo que la convierte en más competitiva cada vez frente a los combustibles fósiles”.

Y el cambio también es en las mentalidades, porque “hay evidencias crecientes de que la descarbonización no obstaculiza el crecimiento, el desarrollo y el mercado laboral, sino que ofrece un camino hacia un crecimiento más inclusivo, resiliente y sostenible”.

Pero tenemos que ponernos las pilas ya, porque como señala Georgieva, “no tenemos tiempo que perder”. Y añade: “Sabemos lo que debemos hacer, ahora debemos hacerlo”.