El pasado mes de agosto hablamos con Joan M. Verd [investigador del Centre d’Estudis Sociològics sobre la Vida Quotidiana i el Treball, Institut d’Estudis del Treball, Universitat Autònoma de Barcelona], que acababa de publicar, junto a sus dos compañeros Mireia Bolíbar y Joan Rodríguez-Soler, una investigación titulada: Las relaciones personales de la población joven en España y Portugal: sociabilidad, aislamiento y desigualdad social.

Ahora, los mismos autores, junto a Albert Navarro [del Research Group on Psychosocial Risks, Organization of Work and Health, Institut d’Estudis del Treball, Universitat Autònoma de Barcelona] han realizado un nuevo análisis dentro de esta misma línea de investigación, en el que evalúan el aislamiento social en la población joven en España y, en concreto, el valor de las interacciones cara a cara. Sus conclusioens acaban de ser publicadas por el Observatorio Social de la Fundación “la Caixa”.

La interacción social que realmente importa es la presencial, es la que marca la diferencia

La importancia del cara a cara

“Lo que vemos es que la interacción social que realmente importa es la presencial. Es la que marca la diferencia, con la que se recibe más apoyo. Tanto instrumental, por ejemplo para buscar trabajo; como emocional, tener alguien con quien hablar”, nos explica Bolíbar.

El estudio se basa en una encuesta realizada a 3.000 jóvenes de entre 18 y 29 años residentes en España “Les preguntamos por un lado actividades sociales presenciales, fuera de las redes, con amigos y familiares. A eso dedican casi 10 horas. En cambio, a la interacción en internet con amigos y familiares, dedican casi 12”, detalla la investigadora.

Dedican 10 horas de media a actividades sociales presenciales y 12 a las digitales

Menos solos

Quien interactúa más y tiene una red de contactos más grande se siente menos solo y tiene más salud mental”. Y, sobre todo, en los encuentros en persona: “Los recursos que se obtienen en la interacción social se producen sobre todo en las presenciales, cara a cara”.

Por eso, no podemos pensar que podemos lograr los mismos resultados frente a una pantalla: “En las redes, los vínculos no marcan tanto la diferencia. La interacción online no compensa el cara a cara”. Y la situación es peor en el segmento de población femenino: “Entre las chicas, las que tienen mucha interacción cara a cara y poca online están mejor que las que lo hacen mucho en ambos entornos”.

Esta situación puede deberse a que “quizá en los entornos virtuales, las relaciones y las interacciones para las mujeres no son del todo saludables”.

Cambios

En las edades que contempla el estudio, se producen transiciones importantes en la vida: “Van cambiando las redes según se suceden las etapas vitales. en las diferentes instituciones educativas por las que se transita o en el entorno laboral conoces a personas nuevas”.

Eso significa que “quien está desempleado pierde espacio de sociabilidad. A priori, puedes pensar que tienen más tiempo para relacionarse con otros, pero vemos que precisamente estos jóvenes son los que tienen una red más pequeña y dedican menos tiempo a la interacción presencial. Parece que el desempleo te aísla, vas perdiendo sociabilidad”, detalla Bolíbar.

Más desigualdad

Como consecuencia, “se crean círculos viciosos. Toda la dinámica que tiene que ver con las redes transmite o amplifica muchas cosas que pasan a nivel económico hacia otros dominios. Las redes presenciales son menores para aquellos jóvenes cuyos hogares tienen más dificultades económicas. A mayor dificultad económica, menos sociabilidad, menos red, menos recursos de tu entorno. Y todo eso limita tus oportunidades. Las redes amplifican las desigualdades”.

Otro elemento que agudiza la situación es que “el ocio está muy mercantilizado. Hay pocos encuentros en el espacio público, están bastante demonizados. El típico botellón se ha estado persiguiendo muchísimo. Se han limitado los espacios para simplemente encontrarse en la calle. El ocio se produce en espacios de pago, sea por tomar algo o por pagar una entrada. La sociabilidad resulta cara, hay barreras económicas de entrada”.

Por tanto, las personas con menores recursos económicos ven limitadas, aún más, sus posibilidades de ampliar sus interacciones cara a cara.

Soluciones

Cuando le preguntamos sobre posibles soluciones, responde: “Pienso que se podría hacer un doble tipo de acción. Una intervención más directa, orientada a mitigar este problema en concreto, a fomentar interacciones personales y vínculos sociales entre los jóvenes, sería fortalecer dinámicas de tipo comunitarias, formas de ocio no mercantilizadas, actividades culturales de base, deporte de base, asociacionismo juvenil. También replantear el uso que se hace del espacio público, que pueda volver a ser realmente público”.

La segunda línea de acción “tendría que ir ligada más a las causas de tipo social y estructural. Si decimos que el desempleo y la pobreza generan aislamiento, quizá habría que afrontarlos. Esto implica poner recursos materiales, redistribuir riqueza… Solucionar muchos problemas de tipo social”.

Y llama la atención sobre la necesidad de sensibilización: “Se habla bastante de la pobreza infantil y las problemáticas que implica en el aprendizaje, la salud, etc.; pero parece como que cuando cumplen 18 años, estos niños dejan de estar en el foco. Y la pobreza juvenil también tiene muchos problemas, los hogares pobres tienen muchas dificultades para sostener todas las transiciones que tienen que hacer los jóvenes”.

Un ejemplo más de las desigualdades de nuestra sociedad: “Una estrategia clásica de clase media es que los jóvenes se emancipan muy tarde. Pero durante muchos años han tenido ese colchón familiar que los sostiene durante todo el proceso de irse acomodando, encontrando el espacio y situarse en un determinado nivel económico. En cambio, quien vive en un hogar pobre, ¿qué tipo de colchón tiene? La salud mental juvenil también tiene mucho que ver con esto. Hay que ir a las causas de las causas, como dicen los epidemiólogos sociales”.

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