Canadá es ese país del que hablamos poco, por aquello de que vive a la sombra de su vecino del sur. Pero, en muchos aspectos, le da sopas con onda. Y al resto del mundo, también. Por lo menos, en lo que se refiere a lucha contra el cambio climático.

Canadá ha puesto precio al carbono para asegurarse de cumplir con los objetivos de los Acuerdos de París. Y muchas personas e instituciones -entre ellas, el Fondo Monetario Internacional [FMI] - empiezan a pensar que puede convertirse un “un modelo a seguir por otros países con alto nivel de emisiones”.

El gobierno está subiendo el precio del carbono de forma lenta, pero implacable

Neutros en 2050
El objetivo canadiense es reducir las emisiones de efecto invernadero en un 30 por ciento hasta 2030 y alcanzar la neutralidad para 2050. Y, para conseguirlo, el gobierno está subiendo el precio del carbono de forma lenta, pero implacable.

Su estrategia se basa en establecer un suelo para el precio mínimo que puede modular cada uno de los territorios del país. El coste se incrementará desde los actuales 40 dólares canadienses [26,71 euros] por tonelada, hasta los 170 dólares canadienses [113,51 euros] que alcanzará en 2030.

La medida puede suponer un mayor gasto para los hogares

Posibles problemas
Pero esta medida tiene un lado oscuro, porque puede suponer un mayor gasto en energía de los hogares, en especial aquellos con menor poder adquisitivo, que son precisamente los que dedican una proporción mayor de sus ingresos a este concepto.

Para solucionarlo, Canadá opta por devolver los ingresos procedentes de los precios del carbono a los hogares, en forma de retorno de impuestos o a través de inversiones, con lo que se espera aliviar el 80 por ciento de esa carga. Un objetivo que parece más importante, si cabe, en plena recuperación de la crisis provocada por la pandemia.

Otra de las preocupaciones es el impacto que puede tener el precio del carbono en la competitividad de la industria canadiense. En especial, en sectores con un alto consumo energético, como el siderúrgico o el químico, que operan en grandes mercados internacionales. Según el FMI, un incremento del precio del carbono en solo 10 dólares canadienses supondría una subida de costes de entre el 1 y el 5 por ciento. 

Un suelo internacional del precio del carbono sería más eficaz

A la vanguardia
“Canadá está a la vanguardia, la ola de poner precio al carbono está creciendo en todo el mundo”, explica el FMI. Por ejemplo, “los precios del carbono en la Unión Europea han subido recientemente hasta los 45 dólares estadounidenses por tonelada [37,28 euros]; y, más recientemente, China y Alemania han incluido modelos de pago por carbono”.

La institución, no obstante, asegura que los objetivos no se pueden alcanzar de forma individual: “Escalar [esos modelos] es difícil si los países actúan de forma aislada. Las preocupaciones sobre la competitividad internacional y las dudas sobre si otros países mantendrán su compromiso con los objetivos puede obstaculizar los esfuerzos por mitigarlas” [referido a las emisiones de carbono]. 

El FMI considera que “un suelo internacional del precio del carbono sería más eficaz”. A su juicio, “bajo este modelo los países con mayor nivel de emisiones accederían de forma simultánea a implementar un precio mínimo para las emisiones de carbono (así como a alcanzar compromisos de mitigación)”.

Para conseguirlo, “el suelo del precio sería diseñado de forma equitativa con requisitos más estrictos para las economías avanzadas y asistencia para las economías con menores ingresos”.

“La experiencia de Canadá, en la que los gobiernos tienen flexibilidad para cumplir con los requisitos de precio del carbono, establece un nivel más alto y proporciona un prototipo válido sobre cómo este enfoque puede ser aplicado de forma global”, concluye el FMI.