Hace ahora un año, la mayoría de los analistas señalaban que la economía internacional entraba en una etapa de velocidad de crucero, y que lo vientos de cola que sostenían la economía española se estaban agotando paulatinamente.

Los pronósticos se cumplieron y la guerra comercial entre China y Estados Unidos, la subida del petróleo, las incertidumbres generadas con el Brexit y las turbulencias generadas por el nuevo gobierno italiano han marcado en buena medida el ejercicio económico de 2018.

España comenzó el año con un fuerte crecimiento económico, que hizo subir las previsiones de todo el año, pero un ajuste en la revisión de las cifras del primer trimestre resituaron de nuevo el crecimiento en unas cifras mucho más parecidas a las iniciales, debido a un comercio internacional que sumó menos de lo esperado. A lo largo del año, la economía ha venido perdiendo gas, con un descenso de la aportación de la demanda exterior -que vuelve a estar en cifras negativas a final de año-, un descenso de la productividad del trabajo -nuestro particular talón de Aquiles- y el descenso del ahorro de las familias y el incremento de la deuda externa señalan las principales debilidades que debemos afrontar.

Pese a todo, la economía española ha seguido creciendo tal y como se había previsto, y es probable que cierre 2018 con un crecimiento del 2,5% o 2,6% del PIB y una tasa de paro cerca del 15%, la más baja desde enero de 2009, pero todavía lejos del mínimo histórico de 2007, cuando la economía española estuvo más cerca del pleno empleo, con un 8,7% de paro. España saldrá, esperamos que definitivamente, del procedimiento de déficit excesivo, siendo el último país en hacerlo. La evolución del cuarto trimestre y el cambio de condiciones del entorno internacional, con una bajada de los precios del petróleo, el acuerdo sobre el presupuesto de Italia y una cierta esperanza de redirección en el conflicto comercial con China, han despejado los miedos de un nuevo cisne negro que enviara a las economías a una nueva recesión, pero la desaceleración sigue su curso.  

Para 2019, España se enfrenta con una perspectiva de crecimiento económico menor, con las previsiones situando las cifras en torno al 2,2% del PIB. La política económica del nuevo gobierno se ha centrado, hasta el momento, en mejorar la participación salarial en la distribución de la renta, a través de una subida del Salario Mínimo Interprofesional, la propuesta de mejora de las pensiones y las negociaciones para revertir algunos de los aspectos más lesivos de la reforma laboral. También ha planteado un plan de choque contra el desempleo juvenil y anunció una estrategia nacional para el emprendimiento y las start-ups. Mirando más allá, anunció una ley de transición energética y cambio climático, que comprometía a España con ambiciosos objetivos ambientales, energéticos y climáticos.

Con todo, la batalla más importante se ha librado en la conformación de la nueva propuesta de presupuestos generales, que conllevaban un cambio de estrategia de consolidación fiscal, centrando el peso de la misma en el aumento de los ingresos fiscales en vez de seguir recortando gastos. El presupuesto recogía una serie de medidas sociales y de promoción de la innovación que se han quedado paralizadas ante la aparente falta de acuerdo en el congreso para sacarlos adelante, y por el bloqueo de la mesa del Congreso de la reforma de la Ley de Estabilidad Presupuestaria de 2012, que otorga al Senado un poder desproporcionado en el proceso presupuestario, poder aprovechado por la oposición para paralizar la acción de gobierno.

Si el gobierno es capaz de concitar las alianzas necesarias para poner en marcha su programa de reformas, el año 2019 puede ser el año en el que se consolide un cambio de estrategia económica, con una mayor atención a los sectores más golpeados por la crisis, una subida de los ingresos públicos y la puesta en marcha de algunos programas de interés en materia de innovación, emprendimiento y reformas de mercado. Seguiremos teniendo poco margen de maniobra por la alta deuda acumulada, pero si no hay nuevos sobresaltos, puede ser un año de creación de empleo y de reducción de desigualdades.

El nubarrón más grande que se vislumbra en el horizonte es la salida del Reino Unido de la Unión Europea sin mediar acuerdo. Las últimas reformas de la eurozona aprobadas en diciembre han sido insuficientes y el Banco Central Europeo ha decidido que 2019 será el año en el que se acaben sus apoyos y comience la subida de tipos. Si el Reino Unido sale sin acuerdo, el riesgo de una nueva crisis financiera puede ampliarse y las economías europeas se quedarían en una mala situación. De nuevo, los riesgos más importantes para la economía internacional vendrán desde la política.