El año 2023 comienza con una palabra clave en materia económica: incertidumbre. El Fondo Monetario Internacional apunta hacia una fuerte desaceleración que puede terminar con las grandes economías como Estados Unidos y la Eurozona en recesión, y un crecimiento chino insuficiente para ejercer de motor de la economía global. Las causas de esta fuerte desaceleración son varias. En primer lugar, el alto nivel de precios de la energía, que sigue, pese a la moderación de las últimas semanas, en niveles históricamente altos, incrementa los costes de producción y transporte, incidiendo sobre una inflación que seguirá alta en el corto plazo. En segundo lugar, la acción de los bancos centrales, que seguirán subiendo tipos de interés durante todo el año, seguirá enfriando la economía y reprimiendo la demanda agregada para controlar los todavía altos precios. En tercer lugar, la persistencia de los cuellos de botella generados por la expansión del COVID, que todavía no está plenamente resuelta en muchos países, como estamos viendo en China, con fuertes repuntes. Y finalmente, el fin del rebote provocado por el apagón económico de 2020, con las economías convergiendo hacia su senda de crecimiento a largo plazo, que, antes de la pandemia, ya estaba caracterizada por perspectivas muy modestas. En definitiva, esta conjunción de factores implicará un año en el que los resultados económicos serán, en el mejor de los casos, planos, y en el peor, con leves caídas trimestrales, al menos durante la primera mitad del año.

Este contexto parece mejorar a partir de la segunda mitad del año, pero tendremos que esperar los acontecimientos derivados de la situación geopolítica en Europa. La guerra parece enquistarse y no se espera ni una victoria rápida de Ucrania ni una renuncia de Rusia a sus pretensiones, sabiendo ya que la ofensiva sobre el total del territorio ucraniano de la pasada primavera no logró sus objetivos. En esta situación, la provisión de materias primas provenientes de Ucrania, que incluye importantes materiales pero también un porcentaje nada desdeñable de los cereales que circulan por el conjunto del planeta. La combinación de altos tipos de interés y bajo crecimiento económico puede estrangular a las economías altamente endeudadas en dólares, que estarán obligadas a pagar más por el servicio de la deuda, al tiempo que el encarecimiento de los alimentos puede incidir en una crisis de seguridad alimentaria ya muy profunda tras el bloqueo del pasado 2022. En definitiva, un año complejo a nivel global, en el que, ni de lejos, podemos señalar que los nubarrones han quedado atrás.

La situación merecería un mayor esfuerzo en materia de coordinación internacional de las políticas económicas, incluyendo la cooperación de los bancos centrales, el refuerzo de los mecanismos de comercio internacional y la cooperación para la provisión de bienes públicos globales, como la lucha contra el cambio climático o la lucha contra la pobreza y la inseguridad alimentaria, una combinación de factores que puede generar nuevos focos de inestabilidad sociopolítica en gran parte de los países emergentes y en desarrollo. Lamentablemente, el sistema multilateral no pasa por el mejor momento precisamente, con un fuerte bloqueo generado por las diferencias existentes entre los regímenes iliberales y las democracias occidentales, que están perdiendo pie en su política de alianzas internacionales. Adicionalmente, las medidas de protección tomadas por Estados Unidos en materia industrial amenazan gravemente su flujo comercial con China, Europa y otras regiones, al tiempo que la Unión Europea sigue apostando por su “autonomía estratégica”, que es otra manera de decir que los tiempos del libre comercio han llegado a su fin. Así que el cóctel es explosivo y los riesgos de nuevos desórdenes y conflictos se incrementan.

En este contexto, España se acerca a un año electoral con una tensión política e institucional enquistada, pero con unos datos económicos en materia de crecimiento y empleo bastante mejores de lo esperado. Sin embargo, no cabe dormirse en los laureles, ni cabe la autocomplacencia. El año va a ser muy complejo y las debilidades estructurales de nuestra economía pueden volver a aparecer en cualquier momento. Debemos ser conscientes de lo que nos espera y actuar en consecuencia, con responsabilidad y buscando fortalecer la cohesión social como vector irrenunciable de la política económica. Si somos capaces de pasar el año 2023 manteniendo las previsiones y fortaleciendo la cohesión, podemos empezar a ver la luz al final de túnel en 2024 y retomar plenamente la agenda de transformaciones económicas y sociales que sigue pendiente.