El cortoplazo con el que nuestros políticos diseñan la economía tiene sus consecuencias. Puede sonar raro en estos tiempos de Internet y nuevas tecnologías la necesidad de un plan para reindustrializar España. Nos encontramos en los últimos puestos en cuanto al peso de nuestra industria sobre el Producto Interior Bruto (PIB) en la Unión Europea y la situación se ha deteriorado el pasado año en el que la industria pasó a representar el 16% de nuestra riqueza frente al 18,7% del ejercicio anterior.

Estos son los últimos datos del Barómetro Industrial 2019 que ha elaborado por el Consejo General de la Ingeniería Técnica Industrial (COGITI) y el Consejo General de Economistas (CGE). La necesidad de un modelo económico más estable urgió especialmente con la crisis de 2007 cuando el derrumbe de la construcción y su arrastre al sector financiero nos llevaron a la recesión y a la pérdida de casi dos millones de puestos de trabajo.

Se ha avanzado en dotar de un menor peso a la construcción – a la fuerza ahorcan- cuando llegaron a construirse hasta 900.000 viviendas en tan solo un año. La industria española a base de reducir sus costes, sobre todo de mano de obra, logró aumentar sus ventas al exterior y las exportaciones se convirtieron en una obligación para poder subsistir. Pero el deterioro del sector industrial ha vuelto, tras unos ligeros repuntes en 2016 y 2017. Así, la caída de la industria manufacturera, sin contar con la construcción, ha sido aún mayor, ya que pasa del 16,2% al 12,6% en los últimos ocho años. Hay datos estadísticos que apuntan a que estamos con porcentajes de actividad manufacturera similar a los de 1900.

Ya se ha convertido en un objetivo imposible alcanzar el 20% de peso industrial en la economía que se había marcado la Unión Europea para el conjunto de países en el cercanísimo 2020. Nosotros estamos con el 16% y cayendo, mientras la media europea alcanza el 17,8%.

Pero esta necesidad de aumentar el peso de la industria en el conjunto de la economía al que habría que sumar el sector servicios o terciario y el agrícola y minero, o primario, no es caprichosa. Tiene su razón de ser en que países con más industria cuentan con una mayor estabilidad en el empleo y se comportan de mejor manera en los momentos de crisis económica. En definitiva, son países más estables y con menores vaivenes en su crecimiento.

Al final del segundo trimestre de 2019 el total de ocupados en el sector industrial ascendió a 2,76 millones de trabajadores, suponiendo el 14% del empleo total. Unos trabajadores que, además, perciben de media sueldos más elevados que los de los otros sectores y que, por tanto, son una mayor garantía para la sostenibilidad de las pensiones. Según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), el salario medio bruto en la industria en 2017 fue de 1.909 euros a 317 euros más que en el sector servicios, es decir, un 20% superior.

Con datos de septiembre tenemos una tasa de paro del 14,02%, una de las más elevadas de Europa, y la falta de industria es determinante. El monocultivo del turismo ha funcionado bien en los últimos años, pero es más sensible a cualquier problema geoestratégico o, como hemos visto recientemente, a la mera quiebra de un importante touroperador.

Otro de los puntos que destacan los expertos para apostar por la industria es poner freno a la llamada España vacía. La industria sigue concentrada en pocas comunidades autónomos y además lo hace en centros concretos. Los datos del informe revelan que Cataluña supone el 23,4% de la industria española seguida por Madrid con el 11%, Valencia 10,1% y País Vasco con el 9,96%. Baleares, La Rioja, Extremadura, Cantabria y Canarias no llegan siquiera al 2% en su aportación industrial al país.