Desde su entrada en la eurozona, allá por 1999, el país no ha tenido un desempeño económico particularmente brillante:  su PIB per cápita estaba prácticamente estancado desde finales de los años noventa, con una productividad en declive desde 1995, un alto nivel de deuda pública –alrededor del 130% del PIB- y una fuertes diferencias territoriales entre el norte y el sur del país. Frente a estos datos, mantiene una tasa de desempleo inferior a la española -9%- y pese a su pérdida de competitividad, ha recuperado un superávit exterior.

Durante la crisis, Italia no llegó a ser un país rescatado, pero vivió momentos muy dramáticos con la presión, a finales de 2011, para la salida de Berlusconi de la presidencia y la instauración de un gobierno de tecnócratas dirigido por economista Mario Monti. Después de aquello vinieron los años de inestabilidad política del gobierno del PD, que tras ganar las elecciones con una mayoría insuficiente –en el sistema político italiano es prácticamente imposible hacerlo-, cambió de presidente dejando a Enrico Letta fuera para dar paso a Renzi, quien tras un intento fallido de cambiar la constitución, abandonó la presidencia sin poner en marcha gran parte de las reformas que tenía en su agenda política.

El nuevo gobierno Italiano, formado por populistas de Cinco Estrellas y la Liga, ha llegado al poder a través de un discurso xenófobo y contrario a la Unión Europea. Sus primeros movimientos alertaron ya a la opinión pública europea por su actitud fuertemente contraria al cumplimiento de las obligaciones internacionales en materia de acogida de inmigrantes y refugiados, y ya en mayo de este mismo año, se alertó a los mercados tras la decisión de incorporar en su gabinete a un ministro de finanzas contrario a la pertenencia a la eurozona.

Tras el verano, Italia ha presentado un plan presupuestario que prácticamente triplica los objetivos previstos en materia de déficit público, alcanzando el 2,4%, mientras que se esperaba alrededor de un 0,8%. Estos datos han merecido la carta más dura que hasta el momento haya enviado la Unión Europea a un estado miembro sobre el incumplimiento de sus objetivos. Salvini, el hombre fuerte del gobierno, no parece tener intención de rectificar, elevando así la tensión y la probabilidad de que la Comisión Europea rechace el presupuesto, lo cual sería la primera vez en la historia de la eurozona. Mientras eso ocurre, su prima de riesgo se ha incrementado hasta más de 350 puntos básicos, en cifras que no se veían desde el año 2012, aunque, por el momento, sin producir un fuerte contagio en el resto de economías del sur de la eurozona.

Las probabilidades de contagio son bajas: la situación de Italia tiene un fuerte componente político, más que económico: Salvini tiene el objetivo de tensionar la Unión Europea. Mientras esto es así, España y Portugal se muestra comprometivos a mantenerse dentro de sus compromisos de consolidación fiscal y pertenencia a la eurozona y eso pesa. De esta manera, no estamos viendo una escalada descontrolada de las primas de riesgo, aunque las probabilidades de contagio no sean nulas.

Si los mercados vuelven a perder la confianza ganada en los últimos años en la capacidad del euro de gestionar sus propias crisis, los países del sur volverán a sufrir. La única posibilidad que tienen España y Portugal es presentar unas cuentas impecables y donde haya un inequívoco compromiso con la zona euro. Aproximarse más a Francia que a Italia debería ser el objetivo. De lo contrario se volverán a vivir momentos de falta de confianza no sólo en el proyecto europeo sino también en las posibilidades de ambos países para cumplir sus objetivos, lo cual podría volver a activar una escalada en las primas de riesgo.

La nueva situación de crisis coge a la eurozona sin las reformas necesarias realizadas: aunque se ha avanzado en algunos aspectos clave, faltan elementos fundamentales en la redefinición del proceso de integración económica, que están todavía pendientes de resolución, como los propuestos por la Comisión en el paquete de diciembre de 2017, relativos a la reforma de la gobernanza, la función anticíclica del presupuesto, o la culminación de la Unión Bancaria.

Una nueva crisis, provocada en este caso por la falta de sintonía entre Bruselas y Roma, cogería a la eurozona con fuertes déficits sin resolver, y a los países más frágiles todavía en una posición de recuperación. Sería una situación muy comprometida para el gobierno de Pedro Sánchez, que debe hacer todo lo que esté en su mano para garantizar que, pase lo que pase con Italia, la economía Española contará con los recursos necesarios para afrontar una nueva situación de dificultades. No parece sencillo, pero la culminación del proceso de elaboración de los presupuestos en forma y tiempo de manera que la Comisión los apruebe sin objeciones sería un gran punto de partida para evitar ese contagio. Veremos.