En el marco de la reunión del Foro Económico Mundial de Davos, el Fondo Monetario Internacional presentó su Panorama Económico Mundial, en un contexto de incremento de las alertas sobre la profundidad y extensión de la desaceleración mundial que se constató a partir de la segunda mitad de 2018. Según el Fondo, la desaceleración de la economía mundial está siendo más intensa de lo inicialmente esperado, si bien nos encontramos lejos de un escenario de recesión global.

Las razones para esta intensificación de la desaceleración se sitúan fundamentalmente en el incremento de las tensiones comerciales entre Estados Unidos y China, que han supuesto un descenso en las previsiones de crecimiento del comercio internacional, afectando no sólo a estos dos países, sino generando una reacción en cadena que ralentiza el crecimiento a nivel global. A corto plazo, el empeoramiento de las condiciones financieras, con las previsibles subidas de tipos, en un contexto de alto endeudamiento, acompañan a la ralentización parar generar un contexto de incertidumbre que está generando una percepción de mayor riesgo de recesión. Con todo, el crecimiento global previsto por el FMI para la economía mundial es de un 3,5%, reduciendo en dos décimas la previsión realizada en Octubre. En términos europeos, las previsiones del FMI suponen una rebaja en el crecimiento previsto para la eurozona, cayendo del 1,8% al 1,6%, mientras España, que fue una de las economías que mejor resistió la desaceleración de 2018, mantiene su previsión de crecimiento en el 2,2% en 2019.

Con estos datos, la eurozona empeora su situación y mantiene una tasa de crecimiento económico que, siendo sólida, no destaca por su dinamismo. Dejando a un lado el año 2009, en el que la crisis económica mundial provocó una caída del PIB de la eurozona de un 4,4%, el crecimiento económico promedio de la segunda década de existencia de la eurozona es sustancialmente menor que el generado en la primera década.

Tabla 1

La eurozona ha salido mal parada de la crisis económica de 2008. Aunque se han producido importantes reformas para dotar de mecanismos de control y de mitigación de riesgos en el caso de nuevas crisis asimétricas, la salida de la crisis no ha sido particularmente esperanzadora en términos de crecimiento económico. Las razones para este crecimiento débil son múltiples: en primer lugar, la propia represión de la demanda y el consumo interno que supuso la política fiscal durante los años del ajuste económico, no permitió recuperar los ritmos de crecimiento previos a la crisis. La propia ralentización del comercio internacional ha supuesto también un importante lastre para una economía que se precia de ser la principal potencia comercial mundial. La Eurozona no ha sido capaz de recuperar el gap de productividad que le separa de Estados Unidos.

Tabla 2

¿Se trata de una situación coyuntural o debemos acostumbrarnos a esta nueva normal de crecimientos débiles y riesgos de recesión? Larry Summers ha recuperado su tesis del estancamiento secular, que supone que una demanda limitada por la debilidad del crecimiento de los salarios, el envejecimiento de la población, y la desigualdad económica y social amenazan con mantener un crecimiento tendente a cero si no se toman las adecuadas medidas de estímulo, que el sitúa en la inversión generadora de nuevos crecimientos de la productividad, como las infraestructuras, la I+D o la educación y capacitación del capital humano.   

De alguna manera, la Comisión Junker recogió su tesis principal sobre la necesidad de fomentar la inversión en la Unión Europea a través de la puesta en marcha del Plan de Inversiones y el Fondo Europeo de Inversiones Estratégicas, que según la propia Comisión Europea ha conseguido movilizar hasta 371 mil millones de euros entre 2015 y 2018. Una cifra nada desdeñable, sin duda, pero probablemente insuficiente a la luz de su impacto en las tasas de crecimiento de la economía europea. El resto de instrumentos de la Unión Europea, como el Fondo Europeo de Desarrollo Regional o el Fondo Social Europeo, han conseguido hasta la fecha unos resultados muy lastrados por la débil ejecución de los años 2014 a 2016, de manera que su impacto en el crecimiento económico de la eurozona ha sido sensiblemente menor. A falta de dos años para la finalización del actual marco presupuestario 2014-2020, sólo se han ejecutado el 22% de los fondos estructurales, con notables diferencias entre países (siendo España, por cierto, el país con menor ratio de ejecución).

La Unión Europea abre en 2019 un nuevo ciclo político que llevará a una nueva Comisión, a un nuevo parlamento europeo y al cierre de un nuevo presupuesto para los años 2021-2027. La Eurozona se enfrenta a este ciclo con un crecimiento económico reducido, un comercio internacional ralentizado, una demanda interna débil y un creciente gap de productividad con Estados Unidos, en un contexto de alta incertidumbre política. Los instrumentos previstos para promover el crecimiento económico de la Unión Europea para el próximo período se verán mermados con la salida del Reino Unido, uno de los contribuyentes netos al presupuesto.  La Eurozona ha avanzado mucho, aunque no lo suficiente, en la estructuración de mecanismos de gestión y prevención de nuevas crisis económicas. Pero los resultados en términos de crecimiento y cohesión han sido decepcionantes. Es necesario que el próximo ciclo político europeo se inaugurase con una profundización en la apuesta por el crecimiento económico, a través de un adecuado estímulo a la inversión y a la cohesión económica y social, que asuma los retos de la digitalización, la descarbonización y el envejecimiento de la población. Una política de crecimiento económico equilibrado y robusto es la mejor vacuna contra nuevas recesiones. Para ello son necesarios nuevos instrumentos europeos de inversión, sin duda, pero sobre todo es necesario mejorar la coordinación y cooperación económica entre los países de la eurozona, evitando esta política de “empobrecimiento del vecino” que ha llevado a generar los desequilibrios que saltaron durante la crisis, y que se han mantenido en la fase de recuperación.