La última semana de abril suele ser una semana cargada de información económica de primera magnitud. Así, a lo largo de los últimos días, hemos conocido los datos de empleo del primer trimestre, los datos de inflación correspondientes a marzo y la primera estimación del crecimiento del PIB. También hemos conocido los datos correspondientes a la Encuesta de Condiciones de Vida de 2022 y hemos tenido acceso al programa de estabilidad 2023-2026 que ha presentado el gobierno de España ante las instituciones europeas. Cada una de estos datos merecería un análisis específico, pero conjuntamente, pueden ofrecer una buena panorámica de la situación económica de nuestro país.

Comenzando con el empleo, el primer trimestre ha sorprendido con los mejores datos de empleo desde 2008. Normalmente, el primer trimestre del año es un trimestre en el que se destruye empleo, por la salida de la campaña de navidad. Sin embargo, en términos desestacionalizados, los datos de empleo y paro han sido notablemente positivos. El resultado es una aceleración de la variación anual del empleo, que ha pasado de 1,38% en el cuarto trimestre de 2022 a un 1,83% en este trimestre. Desciende muy poco el empleo privado y aumenta el empleo entre las mujeres. Es también interesante señalar que hay un notable incremento de la población activa, de personas que se animan a trabajar o a buscar trabajo, con una subida de 92.000 personas. En definitiva, un buen trimestre para el empleo.

Consecuentemente con este buen comportamiento del mercado de trabajo, el PIB del primer trimestre de 2023 acelera la tasa interanual de crecimiento, que pasa del 2,9 del cuarto trimestre de 2022 al 3,8 del primer trimestre de 2023. En términos intertrimestrales, España ha crecido un 0,5%, que no es una cifra exagerada pero que apunta a un crecimiento sólido en los próximos meses. Cabe recordarse que, de nuevo, el primer trimeste del año suele tener peores resultados que los siguientes: tanto en 2021 como en 2022, la economía cayó en términos intertrimestrales, y en este caso, ha crecido. El crecimiento económico ha estado liderado por la demanda exterior, y no tanto por el consumo interno de las familias, que ha contado, en esta ocasión, en negativo.

Y puede haber muchas razones para ello, pero quizá la principal -y que probablemente también esté detrás del mantenimiento del empleo- es la fuerte devaluación salarial que está produciendo la inflación -que en interanual se ha situado en abril en el 4,1%, por encima de la registrada en marzo. Mientras la inflación sigue campando a sus anchas, los salarios no recuperan poder adquisitivo y esto, en términos reales, supone una devaluación que castiga la capacidad de compra de los hogares pero aumenta la competitividad de nuestros productos y servicios. Los índices de tendencia de competitividad, elaborados periódicamente por la Secretaría de Estado de Comercio, señalan una fuerte ganancia de competitividad de la economía española frente a la Unión Europea y frente a la OCDE, algo que se refleja, necesariamente, en nuestras exportaciones. Esto, por el lado positivo. Por el lado negativo, la caída de los salarios reales -un 5,3% en 2022 según la OCDE- implica menos capacidad de compra de las familias, lo cual incide negativamente en la demanda interna.

Con todo, es reseñable también que esta buena marcha de la economía española se consolida en paralelo con una notable reducción de la desigualdad. Según los datos de la Encuesta de Condiciones de Vida, la desigualdad en España se sitúa en mínimos de hace 16 años, y la pobreza monetaria iguala los mejores registros de los últimos 14 años. Indicadores más recientes, como la carencia material severa, apuntan a que, tras el contexto de la crisis del covid, la recuperación y la crisis de precios de 2022, la cohesión social no sólo aguanta sino que se consolida. Los motivos pueden ser múltiples, pero la hipótesis más plausible es que el paquete de medidas sociales del gobierno parece funcionar.

Si miramos al futuro, nos encontramos con que dos de las condiciones más amenazadoras de nuestra economía, como la deuda pública y el déficit público, apuntan también a una solución. España se ha comprometido, en el marco del Programa de Estabilidad 2023-2026 -una suerte de plan económico plurianual- a rebajar su déficit público hasta el 3% en 2024, un año antes de lo previsto, y a reducir su deuda pública, gracias a los aumentos de recaudación que, sin embargo, no parecen haber incrementado la presión fiscal global, ya que, como sabemos, durante el año 2022 esta magnitud incluso bajó hasta el 37,8% del PIB. En definitiva, el gobierno acelera sus objetivos para dotar de mayor credibilidad a su gestión presupuestaria.

En conclusión, el escenario que nos dibuja este mes de abril es un escenario de mayor empleo, mayor crecimiento, menor desigualdad, más competitividad internacional y un mayor compromiso con la solidez de las cuentas públicas. En el lado negativo, la inflación y los salarios amenazan este panorama. Y no es una amenaza menor, porque si no se encuentran soluciones a la situación, mucho de lo logrado se podría desbaratar en los próximos meses. Por último, la incógnita de los resultados del Plan de Recuperación, que sigue su marcha, pero de cuyos impactos apenas hemos logrado obtener evidencia alguna. Tendremos que esperar a que sus resultados maduren, pero no debemos bajar la guardia.