La pasada semana, el Instituto Nacional de Estadística presentó dos de los datos que solemos usar para identificar la marcha de una economía: la Contabilidad Nacional y la Encuesta de Población Activa. En lo relativo a las principales magnitudes del tercer trimestre del año, la economía española obtuvo unos resultados que, sin ser espectaculares, apuntan a un importante grado de resiliencia frente a la difícil situación de la eurozona. España creció un 0,3%, cuando las previsiones apuntaban a una caída de la actividad económica de entre el -0,2% y el -0,3%. Al mismo tiempo, y pese a la desaceleración en la creación de empleo que habíamos visto desde el verano, la Encuesta de Población Activa apunta a un crecimiento del empleo de más de 200.000 personas, situando las cifras de empleo en récord de más de 21 millones de euros.

Los altos tipos de interés, y la desaceleración de la eurozona, no auguran resultados espectaculares para los próximos trimestres, pero al menos podemos señalar que, salvo catástrofe en el cuarto trimestre, España terminará el año 2023 con un crecimiento por encima del 2% del PIB. Si a este dato le sumamos que tras la revisión de septiembre, el PIB de España recuperó el nivel previo a la crisis del COVID en 2022 (y no en 2023), así que la evaluación del proceso de recuperación de nuestra economía tras el parón pandémico no fue tan catastrófica como se señalaba. Tampoco la profunda crisis que se avecinaba en 2022 ha llegado: ni entonces, ni ahora. No hay quiebra, ni default, ni los fondos europeos se han retirado. Sencillamente la economía española se recupera a buen ritmo.

Pasado ya, al menos hasta el momento, el debate sobre la coyuntura de recuperación, se abre camino una reflexión sobre el crecimiento a largo plazo de nuestra economía, cuya piedra angular es la siguiente afirmación: la renta per cápita en España está estancada desde 2005. España no crece, no genera nuevo bienestar, no es capaz de seguir el paso de sus socios europeos. Cualquiera que lea esta frase “en frío” llegará a la conclusión de que en España no se hacen las cosas bien. Si a esto sumamos la evolución de la productividad, ya tenemos el escenario completo.

Cabe, en cualquier caso, contextualizar dicha afirmación, que, siendo verdadera -aunque depende de los métodos de medida de la renta per cápita- es sólo información incompleta. Porque dicha así, pareciera que la economía española ha estado sometida a una atonía secular, sin potencial de crecimiento y sin capacidad de reacción. No es la mejor aproximación: merece la pena observar cuál ha sido el desempeño de la economía española en términos históricos, y entonces descubriremos que, de los últimos 50 años, España ha recortado su distancia con la renta media de la eurozona en 38 de ellos -es decir, ha crecido más que la media de la eurozona- y ha divergido en otros 12 ejercicios. Además, veremos que los períodos de divergencia son, en particular, tres ciclos de divergencia acumulados: los años 70, los años 2010 a 2014 y el particular caso de 2020. El resto del tiempo, España ha crecido más que la eurozona. En total España ha recortado, desde 1973, trece puntos de PIB respecto del promedio de la eurozona, y los datos indican que en 2023 y 2024 volverá a converger.

Convergencia con la Eurozona

Así, parece bastante evidente que el problema de nuestra falta de crecimiento no es tanto la atonía de los períodos de crecimiento económico, sino, sobre todo, la profundidad de las crisis económicas, que afectan particularmente a nuestro país: cuando hay una crisis o una recesión de alcance, España suele comportarse peor que sus socios europeos. Así que las reformas esenciales que España debería desarrollar, además de las ya conocidas en materia de productividad y competitividad, debería centrarse en los mecanismos propios de estabilización del ciclo económico en nuestra economía, con especial relevancia de la política fiscal. Cuando los estabilizadores automáticos de nuestra economía son muy débiles, o -como es el caso de la crisis financiera de 2008 a 2014- la política fiscal actúa de manera procíclica, los resultados son que España diverge con el resto de la Unión Europea. Es normal: el comportamiento de la economía española es más ciclotímico que en el caso de nuestros socios porque la capacidad de estabilización del sector público es menor: no reduce su déficit cuando toca reducirlo -en las fases de crecimiento- y lo ha reducido en las fases de recesión, con una fuerte variabilidad en nuestro crecimiento.

Si analizamos los componentes cíclicos y estructurales de nuestro crecimiento, observaremos un patrón similar: España suele tender a tener un componente cíclico mayor que el de nuestros socios, tanto para bien -cuando crecemos por encima del crecimiento potencial, como en los años 2000 a 2008- como para mal -cuando caemos mucho más que nuestros socios, como entre 2010 a 2015.

Gráfico 2

No quita esto que la economía española no tenga problemas estructurales: los tiene, sin duda. Pero un correcto análisis de los componentes cíclico y estructural de nuestro devenir económico nos permitirá hacer un mejor diagnóstico. España no es una economía asténica, sino ciclotímica. Y eso tiene, sobre todo, que ver con cómo se estructura la política fiscal.

Entender esta variabilidad es esencial para comprender, a posteriori, aspectos como el crecimiento potencial, la productividad y otros elementos que forman parte del análisis estructural de nuestra economía, pues la mayoría de ellos se construyen partiendo del dato efectivo, que es el PIB recogido por el Instituto Nacional de Estadística según sus estimaciones. Si el PIB cae abruptamente en una recesión, el resto de los indicadores caerá también, como ocurrió, por ejemplo, en el año 2020. Este efecto, en un análisis apresurado o interesado, nos puede llevar a confundir causa y consecuencia. Por poner un ejemplo: una caída del PIB del 12% con un mantenimiento del empleo asociado lleva a una caída de la productividad aparente, pero a posteriori no se puede señalar que la caída del PIB se debió a la caída de la productividad. Eso es lo que ocurrió en 2020. Sin arreglar este problema, que es grave, no encontraremos la respuesta adecuada a nuestros males, por muy necesarias que sean muchas de las reformas que se proponen.