La guerra de Irak, el conflicto de Siria o los acuerdos nucleares firmados en 2015, son hechos determinantes que han dotado a Irán de cada vez más peso e influencia en la región. En concreto, gracias al acuerdo nuclear firmado en 2015 con Estados Unidos, Irán había aumentado considerablemente su influencia regional al término del mandato de Barack Obama. No obstante, este escenario se vio drásticamente alterado con la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, quien decidió romper de manera unilateral el pacto nuclear con Irán y reestablecer las sanciones para este país.

La ruptura unilateral de Trump, punto de inflexión para un costoso acuerdo

Este foco de tensión internacional estalló el martes 9 de mayo de 2018, día en el que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, anunció que la nación estadounidense abandonaba el acuerdo nuclear con Irán. Un acuerdo que fue firmado el 14 de julio 2015 en Viena, tras dos años de negociación. El objetivo principal de este pacto se basaba en impedir el acceso iraní a la bomba atómica durante al menos un decenio, a cambio de retirar las sanciones económicas que ahogaban al régimen de Teherán.

De manera implícita, este acuerdo sacaba a Irán del ostracismo internacional, enterraba sus posibles aspiraciones atómicas y, además, reactivaba las relaciones diplomáticas entre el régimen de los ayatolás y Estados Unidos, inexistentes desde 1980. Así, el texto demostraba que dos enemigos internacionales como Irán y EE. UU. tenían la capacidad de rebajar la tensión nuclear de forma global. Por otra parte, el pacto era avalado por otras cinco potencias con gran peso internacional: China, Rusia, Francia, Reino Unido y Alemania. Mediante dicho aval, estos países se convertían en estabilizadores ante las presiones que ejercían Israel y Arabia Saudí contra Irán, cuya desconfianza hacia Teherán sigue persistiendo actualmente.

A pesar de la presión ejercida por Francia, Alemania y Reino Unido, en 2018 Trump decidió reestablecer “al máximo nivel” y de forma inmediata las sanciones contra el régimen iraní, rompiendo de manera unilateral lo suscrito en 2015. Una situación extremadamente delicada, ya que en dicho acuerdo no se había previsto un mecanismo de salida. Desde que entonando el “America First”, Trump abandonase el pacto, Washington se ha dedicado a presionar con importantes sanciones a Irán, con el fin de que este país acepte negociar un nuevo acuerdo nuclear más restrictivo.

Fu entonces cuando las exportaciones de petróleo iraníes comenzaron a bajar mientras que los precios de productos de primera necesidad fueron subiendo hasta en un 40 %, llegando a la escasez de alimentos y medicinas en el régimen. Una situación que comenzó un descontento popular y que hace tres años derivó en manifestaciones por el encarecimiento de la vida. Estas protestas depositaron una primera capa de hartazgo popular que quedaría lista para ser prendida en 2022. Pocos podían prever que la mecha iba a ser la lucha feminista, que ha estallado en el país tras la ejecución de Mahsa Amini.

Sin visos de una reconciliación con Washington y más cerca del Kremlin

Ahora, la República Islámica afronta una compleja crisis interna por la cruel situación de las mujeres, pero también una pésima situación económica que se explica por una alta inflación. Este indicador ronda el 60 %, superando la situación de 2019, lo que ha vuelto a aumentar del coste de vida y de los precios de varios productos básicos. En este sentido, cabe señalar que la guerra de Ucrania también afecta al Golfo Pérsico, pues dado que Rusia ha encontrado en China un aliado estratégico para su petróleo, otros países, como Irán, han tenido que rebajar aún más sus precios para no perder como cliente al gigante asiático, tal y como se conocía este verano.

Otra de las medidas del régimen iraní para paliar su mala situación económica ha sido acercar posturas con Moscú, pues en los últimos meses se conocía la compra de armas a Irán y Corea del Norte por parte de Rusia, un escenario que prepara una confluencia creciente de intereses militares y diplomáticos entre el Kremlin y estos dos países “marginados” de la comunidad global.

Quizás por esta última razón, el régimen de los ayatolás no parece dispuesto a retomar el pacto nuclear con Washington. Así lo ha hecho saber el enviado especial de Estados Unidos para Irán, Robert Malley, quien considera que “Irán no está interesado en un acuerdo y ahora estamos centrados en otras cosas”. El alto cargo estadounidense apuntaba en una entrevista para Bloomberg que puede ser interesante para Washington focalizar sus esfuerzos en “interrumpir, retrasar y sancionar” el suministro de armamento iraní a Rusia. También resulta interesante, según Malley, el fomento de la presencia estadounidense en el apoyo a las protestas contra el régimen que surcan el país, con el fin de: “respaldar las aspiraciones [de derechos] fundamentales del pueblo iraní”.

Por su parte, el Organismo Nuclear de la Energía Atómica (OIEA) denunció el mes pasado las trabas establecidas por Irán a la hora de examinar sus instalaciones. De hecho, Teherán ha pedido el fin de estas visitas como condición para regresar al acuerdo, una petición que resulta inasumible para Estados Unidos. “¿Qué sentido tiene esto? ¿Por qué deberíamos centrarnos en esta cuestión si Irán responde con demandas inaceptables?”, preguntaba indignado Malley, antes de sentenciar “no podemos volver a la mesa para que nos la jueguen todo el rato”.

Así, a pesar de la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca, Estados Unidos e Irán no han parecido encontrar el camino de vuelta para retomar un entendimiento. Además, a la tensión generada entre ambos países se ha visto sumada la posibilidad de Rusia como aliado más necesitado que Washington, con unas necesidades que pueden llegar a favorecer a un régimen iraní que a su vez presencia cómo su situación interna es cada vez más compleja.