Con la toma de Kabul los talibanes han hecho suyo aquel proverbio afgano que reza: Vosotros tenéis los relojes, nosotros tenemos el tiempo. Tras 20 años de presencia de las fuerzas de la coalición internacional, liderada por Estados Unidos y de la Alianza Atlántica (OTAN) en el país, quienes habitaban en las montañas han vuelto a hacer suyo el territorio y a sembrar, de nuevo, el pánico bajo la vara de la sharía, o ley islámica. Reivindican un Emirato islámico en Afganistán, como lo hiciera en su día DAESH, el Estado Islámico (por sus siglas en árabe) en Irak.

“Hay que tener claro que son una organización terrorista. Su motivación es ideológica. Han establecido un Emirato Islámico en Afganistán, con un objetivo ideológico y religioso. Sin ideología no tendrían sentido y no hubiesen crecido lo que han crecido ni ocuparían un país”, explica a ElPlural.com Pilar Requena, periodista, investigadora y autora del libro Afganistán.

Pero, ¿Cómo se financian los talibanes? El restablecimiento del control político talibán ha puesto en sus manos la gestión de la paupérrima economía del Estado, lo que significa que tendrán que hacer frente a los salarios de toda una estructura administrativa y empresarial que depende, ahora, de ellos.

A pesar de que el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial han bloqueado el acceso a miles de millones de dólares en fondos y reservas a la organización, la venta de droga y otras actividades ilícitas socavan cualquier presión por parte de la Administración estadounidense que dirige Joe Biden, así como la del resto de aliados occidentales. De hecho, Washington ya ha congelado miles de millones de dólares en activos del gobierno afgano y ha frenado los envíos de efectivo al país.

En este contexto hay que tener en cuenta que más de la mitad del presupuesto anual, es decir, más de 5.000 millones de dólares (4.252 millones de euros) del país se sufraga con ayuda exterior, que en estos momentos se encuentra paralizada.

“Los talibanes dicen que no van a permitir el cultivo del opio ni del narcotráfico, lo cual me hace mucha gracia, pero es verdad que en 2001 lo prometieron y lo hicieron y bajó la producción de opio. Yo particularmente no me lo creo. Harán uso de ese cultivo entre otras cosas porque es la manera de confortar a la población que no van a poder alimentar en muchas zonas”, explica a este periódico Requena.

El opio es el gran pilar que sustenta la estructura económica de los talibán. De hecho, cerca del 90% de la heroína del mundo procede del valle del río Helmand, ubicado al sur de Afganistán y que resulta ser un bastión de la organización. Esta zona, limítrofe con otros países como Irán y Pakistán, es estratégica para hacer circular la droga por las diferentes redes que se extienden desde el valle del opio.

En 2018, Naciones Unidas advirtió de que el negocio de los opiáceos representaba un peligroso 11% del PIB para Afganistán. Sin embargo, las exportaciones ilícitas han superado con creces a las registradas entonces. Según el Comité de Sanciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, los ingresos de la organización oscilan entre 255 millones de euros y los más de 1.360 millones de euros al año, cifras que coinciden con las estimadas por la OTAN.

Vías alternativas de negocio

El negocio de los talibanes seguirá residiendo en una gran parte en la agricultura, siendo opio, el gran elemento que mantiene la estructura económica de la organización terrorista. De hecho, según revela un informe de la OTAN, se han beneficiado el comercio ilícito de drogas, de la minería ilegal -que genera 394 millones de euros- y de las exportaciones, durante los últimos años en los que han ingresado hasta 1.360 millones de euros, datados en 2020, como hemos mencionado.

Pero los talibanes también se han beneficiado de los impuestos de tránsito y sobre los bienes inmuebles en aquellos territorios en los que han conseguido mantener el control y que les han otorgado unos beneficios de 136 millones de euros y 68 millones de euros respectivamente.

De hecho como explica Requena, “la fronteras ya están a su cargo". "También pueden imponer tasas al movimiento dentro del país, que desde luego no será una fuente económica fundamental. Luego habrá que ver las fuentes de financiación que llegan del exterior como por ejemplo desde Pakistán, que sobre todo ofrece apoyo estratégico. Durante años muchos miembros de la organización han abierto grandes empresas en Pakistán que ahora reinvierten su riqueza en la organización. Luego tendremos que ver qué tipo de ayuda les ofrece Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudi e incluso Qatar. Por otro lado están Rusia y China, que durante todo este tiempo ha invertido en minería. Ahora tendrán que pagar”, apunta. Sin embargo, ha sido durante el último lustro cuando los talibanes se han visto reforzados económicamente directa o indirectamente por otras potencias extranjeras.

Como mencionamos, es el caso de la minería. Gracias a la colaboración que los talibanes mantienen con potencias como China y Emiratos Árabes Unidos, que han sido los principales compradores de materias primas, los terroristas han encontrado una nueva fuente de financiación.

“Lo que no se pueden saber es a a cuánto van a ascender cada una de las formas de administración económica de las que disponen los talibanes pero, por supuesto, no creo que ninguna de ellas de la ingente cantidad de dinero que ha dado la comunidad internacional en todos estos años. De hecho quizá negociarán ayudas a cambio de permitir evacuaciones o de que ciertas ONG o agencias de Naciones Unidas puedan seguir allí atendiendo la sanidad o a las mujeres, lo que les permitiría un cierto respiro hasta que sean capaces de organizar un Estado, si es que son capaces de organizarlo que yo, lo dudo”, explica Requena

Por su parte, el Centro Noruego de Análisis Globales, que proporciona información de Inteligencia a las Naciones Unidas, advierte de que los insurgentes ya reclutan a personas para integrar nuevas redes de informantes que colaboren con el autoproclamado Gobierno islámico.

Pero, ¿cómo hemos llegado a este punto?

A esta pregunta la investigadora responde claramente: “El fracaso en Afganistán tiene muchos puntos de vista: imponer un modelo Occidental en lugar de trabajar con las estructuras que había e ir haciendo Estado con esas estructuras;  no respetar las tradiciones; haber colocado a los criminales, a los Señores de la Guerra Civil en el poder y obligar a la población a que los aceptase. No ha habido justicia tradicional, ni siquiera un ápice de justicia tradicional.

Se han cometido probablemente crímenes de guerra por parte de Estados Unidos, especialmente en la zona pastuna -de habla pastún- los daños colaterales han hecho que la gente de las zonas rurales de hartasen.

Estados Unidos se fue a hacer la guerra a Irak desviando la atención y recursos de Afganistán y otros países hicieron lo propio, cuando era el momento clave para hacer andar esa intervención en Afganistán. Ha habido dos operaciones, la de la ISAF y otra totalmente ilegal La Operación libertad duradera, donde Estados Unidos ha hecho y deshecho lo que le ha dado la gana. Obama anunció la fecha de retirada de las tropas estadounidenses dando tiempo suficiente a los talibanes para rearmarse e ir ocupando territorio. Lo remata Donald Trump el año pasado dando carta de identidad a los talibanes con el acuerdo de Doha convirtiéndoles en actores internacionales.

Las tropas internacionales se despliegan muy tarde en Afganistán porque Estados Unidos no les deja desplegarse y cuando se despliegan ya hay zonas controladas por los talibanes pero además, los europeos, por ejemplo, reciben órdenes de que solo se defiendan pero nunca contra-ataquen por lo que se permite que los talibán vayan haciéndose con territorio; el Ejército afgano no estaba lo preparado que decían que estaba y no se le pagaban a muchos de ellos desde hace meses porque ese dinero se quedaba en manos de los señores de la guerra y de las empresas norteamericanas y subcontratas que han hecho su agosto en Afganistán pero la explicación que nunca admitiré es la de la cobardía del pueblo afgano, esa, no la acepto”.