La media salarial, el poder adquisitivo de los trabajadores o la calidad de los empleos son algunas de las múltiples variables en las que España se ubica muy por detrás de las grandes economías europeas. Tan solo un pronunciamiento en favor de aproximar a la ciudadanía a estos niveles de vida hace bramar al tejido empresarial y al liberalismo político. “España no está preparada”, “la realidad del país es otra” o “destruirá miles de empresas” son argumentos habitualmente utilizados que no aparecen cuando la aproximación hacia el continente contempla la apertura de un modelo de negocio que pueda beneficiarse de la precariedad.

Un nombre en inglés, una lista de términos entrecomillados e incomprensibles y algún artículo de periódico es suficiente para revestir de cool las consecuencias más despiadadas del sistema. Quedarse en casa por no tener dinero para salir, coger comida de la basura para comer, trabajar en vacaciones o vivir varias personas con un solo sueldo no suena tan mal si sientes que estás haciendo nesting, dumpster diving, workation o eres un sinkie.

Coliving, Flexliving o cómo romantizar la pobreza con anglicismos

El negocio, o businness, que más está avanzando actualmente pivota en torno a la vivienda. Por supuesto, nada tiene que ver con que este sea ahora el sector que más rentabilidad genera a inmobiliarias, fondos buitre y bancos; sino con un cambio repentino en la mentalidad de los españoles, que ya no queremos un hogar propio porque preferimos compartir el baño con desconocidos. Siguiendo la lógica de pintar edificios de tonos pastel en barrios deprimidos de la periferia o inventarse rankings para disparar el precio del suelo en zonas obreras tensionadas, se abre paso en las capitales el coliving.

“Una forma de vida” que viene del mismísimo “Silicon Valley” que, básicamente, consiste en pagar por una habitación y compartir el resto de zonas comunes. Lo que en España, de forma ignorante, considerábamos antaño residencias de estudiantes, es ahora una moda en la que no solo se puede compartir taza de desayuno con alguien que no has elegido, sino también experiencias.  Sobra decir que esta nueva y avanzada forma de vida se desarrolla en ciudades como Madrid y Barcelona (por lo avanzado de la mentalidad de sus ciudadanos, no porque exista nada parecido a un problema de vivienda en su callejero).

Los conocedores de este nuevo modelo de convivencia, empleados en consultoras o en compañías que despliegan estos servicios, aseguran que el stock de flexliving roza el 100% de ocupación y multiplicará sus plazas con el trascurso de los años. Tan solo en los seis primeros meses del año, la inversión destinada al coliving ha alcanzado los 75 millones de euros y cuadriplicado el número de camas desde hace tres años a esta parte. Junto con otras variables, como el corporate living, que es lo mismo por usando suelos comerciales, y el vacational, para “nómadas digitales y energéticos”, el flexliving facturó 433 millones de euros en 2022.

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Estos datos expuestos por CBRE, el segundo mayor fondo con más de cincuenta propiedades bajo control en España, tan solo por detrás de Blackstone, evidencian el encarecimiento que sufre la vivienda debido a la especulación. El precio de los alquileres se ha disparado en la última década, pasando la renta media de un piso de 60 metros cuadrados de los 400-450 euros a los 700-750 euros. Estos arrendamientos llegan en Madrid y Barcelona a los 1.000-1.200 euros, donde se está abriendo paso el coliving. La compra tampoco resulta una alternativa con el precio del suelo y las hipotecas disparadas.

Los salarios apenas han avanzado y el precio del nivel de vida se ha disparado, situaciones que están empujando a gran parte de la población a buscar cualquier alternativa para poder vivir. Esta precariedad golpea expresamente a los más jóvenes, espectro de edad que ya se alarga hasta los 35 años para justificar las fallas del sistema. Ante la imposibilidad de encontrar trabajos dignos y con unos alquileres inasumibles, cada vez son más las personas que, aunque se las considera independizadas, se ven forzadas a compartir hogar por sus condiciones materiales, no por elección.

Bautizar este y otros fenómenos propiciados por el neoliberalismo con términos en inglés no va a cambiar la realidad de las clases trabajadoras, que ven como mes tras mes la vida se encarece en todos sus aspectos y sus ingresos se mantienen congelados, con suerte. No obstante, sería de recibo que los medios, si deciden no auditar la situación o indagar en las causas primarias, se cortasen de edulcorar el negocio que grandes compañías están realizando a costa de la precariedad y el sufrimiento de la ciudadanía.