Acostumbrados como estamos a los sobresaltos económicos, dejamos poco espacio para hablar de los aspectos estructurales, aquellos que definen las condiciones en las cuales se desarrollan los ciclos económicos. El crecimiento a largo plazo es el que define la solidez de las cuentas públicas, la capacidad de generar empleo y de mantener la resiliencia en los momentos difíciles, la forma en la que las cifras económicas se transforman en bienestar para la ciudadanía. Lamentablemente, el crecimiento a largo plazo ocupa pocas veces los titulares de los medios de comunicación, pues son temas complejos en los que el negro o el blanco tienen poco recorrido. Así, en medio de la gestión de la crisis de precios de este 2022 que ahora está a punto de terminar, el gobierno, a través del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia de la economía española, está dando pasos relevantes para mejorar las condiciones estructurales de nuestra economía. La ley de Startups y la Ley Crea y Crece, amén de otras reformas como la laboral, la de las pensiones, o la energética, configuran el marco en el que, posteriormente, se desarrollarán las políticas de gasto e ingreso públicos. Todas ellas están contenidas en el mencionado plan, aunque no están teniendo la relevancia que deberían tener en el debate público.

De todos los factores que influyen en el crecimiento económico a largo plazo, sabemos que la cualificación del capital humano, un marco institucional adecuado y el fomento de la innovación y el desarrollo tecnológico son algunos de los aspectos esenciales. Precisamente sobre este último aspecto, el de la innovación, la Fundación COTEC para la Innovación ha presentado recientemente su informe sobre la innovación en España, con datos de inversión en innovación en 2021, los últimos de los que disponemos. En el mismo informe, se reconoce el crecimiento de la inversión en innovación en 2021, que alcanzó el 1,43% del PIB, encadenando siete años consecutivos de crecimiento de la I+D privada y cinco años consecutivos de la I+D pública. Esta es la buena noticia: España mantiene una senda de crecimiento de su inversión en I+D de la que debemos congratularnos. Y hasta aquí las buenas noticias. El dato, siendo positivo, es similar al que manteníamos hace ahora 12 años. Medida en términos relativos, la inversión en I+D es similar a la cifra alcanzada en 2010. España ha superado los años oscuros de la innovación, pero apenas acaba de recuperar el nivel existente antes de los años de la austeridad. Esa es la primera noticia no tan positiva. La otra noticia no tan positiva es que, de mantenerse el actual ritmo de crecimiento de la inversión en innovación, España no logrará alcanzar sus objetivos a largo plazo, que sitúan la inversión en I+D en un 2,12% del PIB para el año 2027, así que tendremos que acelerar. No se trata de incrementar acríticamente los fondos públicos, sino de favorecer también las condiciones para que la innovación privada florezca y ofrezca los rendimientos económicos adecuados.

Así, mientras las grandes empresas innovadoras se han incrementado un 2,6% desde 2008, las PYME innovadoras han disminuido un 23%. Si las PYME no invierten en innovación e intangibles, no crecerán y seguiremos teniendo un tejido productivo debilitado y muy sometido a los vaivenes del ciclo económico.

Por comunidades autónomas, hay seis que todavía no han recuperado las cifras de innovación previas a la crisis de 2008: Canarias, Asturias, Andalucía, Cantabria, Rioja y Extremadura. Por otro lado, Cataluña, Valencia, Castilla-La Mancha, País Vasco y Baleares han realizado un esfuerzo notable y hoy se sitúan muy por encima de los datos ofrecidos entonces. La dimensión territorial de la innovación es bien conocida, de manera que necesitamos que los sistemas regionales de innovación estén bien desarrollados y sean capaces de competir a nivel europeo, donde sólo tenemos dos comunidades autónomas (Madrid y País Vasco) capaz de pertenecer al grupo de regiones innovadoras más fuertes, y no tenemos ninguna región en la categoría de “innovadores líderes”. El resultado es que España, como país, se sitúa todavía lejos de los países líderes en innovación en la Unión Europea, aunque tenemos que reconocer los progresos: en los últimos siete años, hemos mejorado nuestra puntuación en el índice de innovación de la Unión Europea en más de ocho puntos.

El despliegue de las reformas contenidas en el Plan de Recuperación, el arranque del nuevo período de los Fondos Europeos de Cohesión -FEDER y Fondo Social- y la renovación de las “estrategias de especialización inteligente” -una suerte de estrategias de innovación regional- deberían servir para mejorar los ecosistemas de innovación regionales, y de esta manera, mejorar la situación de España en el contexto de la innovación europea.

Son estas temáticas, como la innovación, las que deberían preocuparnos más, porque son las que siembran las condiciones en las que se desarrollarán las políticas económicas del presente y del futuro. En un contexto de repliegue comercial global, tener una base tecnológica e innovadora propia es una de las mejores inversiones que podemos hacer.