Antes de nada vamos a poner esta historia en perspectiva. Estamos a finales de los años sesenta. La década de la experimentación. Los años en los que la lingüística se alzó como ciencia. El momento en el que ciertas drogas adquirieron el estatus de elixires. Esos son los años en los que el investigador neurocientífico John C Lilly desarrolló su carrera.

Hablar "delfino"

Lilly esta obsesionado con los mecanismos que desarrollan el lenguaje. Y más allá, pensaba que había especies animales que tenían su propio idioma. En especial se fijó en los delfines. Esos cetáceos con la mayor capacidad cerebral del reino animal por detrás del ser humano. El neurocientífico no solo estaba convencido de que los delfines tenían su propio lenguaje verbal. También estaba seguro de que podría descifrarse y entonces abrir una puerta fascinante. La de la posibilidad de que delfines y hombres se entendieran en “delfino”. A ese objetivo dedicó gran parte de su vida y sus publicaciones como el best seller de la época Man and Dolphins. Y en ese proceso de tratar de desentrañar el idioma de los delfines se le ocurrió una idea muy del momento. Drogar a los animales.

Delfines drogados

Lilly, como muchos otros científicos de su tiempo, experimentó con el LSD. EL potente alucinógeno generaba imágenes cerebrales fuera de la consciencia. Y pensó que administrándoselo a los delfines, estos se volverían más “verbales” y comunicativos. Según su propio análisis, así fue. Los delfines puestos de LSD se mostraron más activos, sobre todo en el plano comunicativo. Lo que él consideró el escenario ideal para llevar a cabo el intercambio de conocimientos con ellos. Sin embargo, Lilly y su equipo fracasaron en sus intentos de descifrar los chirridos animales. Fueron incapaces de reproducir ni uno solo de los sonidos o relacionarlos con un significado concreto. Sin resultados evidentes, la investigación se abandonó pronto. Pero no fue del todo un fracaso. Los científicos sí pudieron identificar un intercambio comunicativos entre cetáceos y humanos. Pero no a partir del lenguaje verbal. Fue en el lenguaje corporal en el que los humanos pudieron identificar cómo los delfines se movían de una forma u otra en función de que admitieran a humanos en sus piscinas o no. Eso sí, en ese descubrimiento nada tuvo que ver la droga.